Papa: el diablo ‘no es un mito’, tienta al hombre y ‘penetra entre los pliegues de la historia’
Con la invocación “líbranos del mal” que está en el Padre Nuestro, “Jesús enseña a sus amigos a poner la invocación del Padre delante de todo, también y especialmente en los momentos en los cuales el maligno hace sentir su presencia amenazadora”.
Ciudad del Vaticano (AsiaNews)- El diablo “no es un mito” existe, tienta a los hombres y su presencia es “el mal misterioso, que seguramente no es obra de Dios, sino que penetra silencioso entre los pliegues de la historia”. De aquí el “líbranos del mal” que está al final del Padre Nuestro y del cual el Papa Francisco habló en la catequesis para la audiencia general.
Continuando el ciclo de reflexiones dedicadas al padre Nuestro, Francisco dijo a las 20 mil personas presentes en la plaza de S. Pedro en una jornada lluviosa que con la séptima pregunta del ‘Padre Nuestro’: “Sino líbranos del mal” (Mt 6,13b), “quien reza no sólo pide no ser abandonado en el tiempo de la tentación, sino suplica también liberado del mal. El verbo griego original es muy fuerte, precisó el Papa, evoca la presencia del maligno que tiende a agarrarnos y mordernos (cfr 1Pt 5,8) y del cual se le pide a Dios que nos libere. El apóstol Pedro dice que el maligno, el diablo está a nuestro alrededor como un león furioso, para devorarnos”.
“Con esta doble súplica: ‘no nos abandones’ y ‘líbranos’, surge una característica esencial de la oración cristiana. Jesús enseña a sus amigos a poner la invocación del Padre ante todo, incluso y sobre todo en los momentos en que el maligno hace sentir su presencia amenazante”. De hecho, la oración cristiana no cierra los ojos sobre la vida. Es una oración filial y no una oración infantil. No está tan exaltada por la paternidad de Dios como para olvidar que el camino del hombre está lleno de dificultades. Si no existiesen los últimos versículos del Padre nuestro, ¿cómo podrían orar los pecadores, los perseguidos, los desesperados, los moribundos?”.
“Hay un mal en nuestra, que es una presencia indiscutible, que los libros de historia nos dan un sombrío catálogo de lo mucho que nuestra existencia en este mundo ha sido una aventura a menudo fracasada. Hay un mal misterioso, que ciertamente no es obra de Dios sino que penetra silenciosamente entre los pliegues de la historia. Silencioso como la serpiente que trae el veneno silenciosamente. A veces parece tomar ventaja: en algunos días su presencia parece más nítida que la de la misericordia de Dios. En los momentos de la desesperación es más nítido”.
“El hombre que ora no es ciego, y ve ante sus ojos este engorroso mal tan claro, y tan en contradicción con el misterio mismo de Dios. Lo ve en la naturaleza, en la historia, incluso en su propio corazón. Porque no hay nadie entre nosotros que pueda decir que está libre del mal, o al menos que no sea tentado por él. Todos nosotros sabemos qué es la tentación”. “El tentador nos empuja al mal”.
“El último grito del ‘Padre Nuestro’ se lanza contra este mal ‘de las largas faldas’, que tiene bajo su paraguas las más diversas experiencias: el luto del hombre, el dolor inocente, la esclavitud, la instrumentalización del otro, el llanto de niños inocentes. Todos estos acontecimientos protestan en el corazón del hombre y se convierten en voz en la última palabra de la oración de Jesús”.
“Es precisamente en los relatos de la Pasión, que algunas expresiones del ‘Padre Nuestro’ encuentran su eco más impresionante: “¡Abba! ¡Padre! ¡Todo es posible para ti: aleja este cáliz de mí! Pero no lo que yo quiero, sino lo que tú quieres” (Mc 14,36). Jesús experimenta todo el dolor del mal. No sólo la muerte, sino la muerte en una cruz. No sólo la soledad, sino también el desprecio. No sólo malicia, sino también crueldad. Esto es lo que es el hombre: un ser lanzado a la vida, que sueña con el amor y la bondad, pero que luego expone continuamente a sí mismo y a sus semejantes al mal, hasta el punto de que podemos ser tentados a la desesperación del hombre”.
“Así el ‘Padre Nuestro, se asemeja a una sinfonía que pide ser cumplida en cada uno de nosotros. El cristiano sabe lo subyugante que es el poder del mal, y al mismo tiempo experimenta lo mucho que Jesús, que nunca cedió a sus halagos, está de nuestro lado y viene en nuestra ayuda. “Así – concluyó el Pontífice – la oración de Jesús nos deja la más preciosa de las herencias: la presencia del Hijo de Dios que nos ha liberado del mal, luchando por convertirlo. En la hora de la batalla final, ordena a Pedro de poner su espada en la vaina, al ladrón arrepentido le asegura el paraíso, a todos los hombres que lo rodeaban, inconscientes de la tragedia que estaban realizando, ofrece una palabra de paz: Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen (Lc 23,34). Del perdón de Jesús en la cruz surge la paz, don del Resucitado del Resucitado es la paz. Piensen, el primer saludo del Resucitado es ‘pan a vosotros’”. “¡Esta es nuestra esperanza!”.
“Cuando Jesús no dejó el ‘Padre Nuestro’- subrayó en el saludo a los fieles árabes- quiso que terminemos pidiendo al Padre que nos libre del Maligno. Por lo tanto no pensemos que sea un mito; tal engaño nos lleva a bajar la guardia y así, mientras reducimos las defensas, Él se aprovecha para destruir nuestra vida, estemos por lo tanto con ‘las lámparas encendidas’, y usemos las potentes armas que del señor nos da: la fe que se expresa en la oración, la meditación de la Palabra de Dios, la Reconciliación sacramental y las obras de caridad”.
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