Aunque sin reconocimiento, el gobierno talibán está destinado a quedarse
El futuro del Emirato Islámico dependerá de la capacidad de los talibanes para pacificar el país, sostiene el profesor Diego Abenante. La resistencia no parece tener ninguna posibilidad y un conflicto civil no beneficiaría a la población. Daesh sigue siendo un motivo de gran preocupación. La única esperanza es que la línea de gobierno menos duro se imponga a los elementos radicales del grupo Haqqani.
Milán (AsiaNews) - Es una historia que se repite en Afganistán: los talibanes han arrasado con los derechos de las mujeres, el Emirato Islámico no goza del reconocimiento internacional de ningún país, está cada vez más aislado en la escena internacional, la mitad de la población -unos 20 millones de personas- padece hambre, y la ayuda concedida por la comunidad internacional trae muy poco alivio.
Según los acuerdos de Doha firmados en febrero de 2020 entre la administración Trump y los talibanes, Estados Unidos se retiraría del país y a cambio los "estudiantes del Corán" garantizarían no apoyar el terrorismo islamista en Afganistán.
“Los compromisos se han cumplido", explica a AsiaNews el profesor Diego Abenante. La existencia del nuevo Emirato dependerá ahora de la capacidad de los talibanes para pacificar el país: "Al igual que durante el primer régimen surgido en 1996, la reconquista de los talibanes se vio favorecida por el cansancio de la sociedad afgana ante una guerra muy larga. Si cumplen esta promesa -y hasta ahora efectivamente se ha producido una reducción de la violencia en el país- su gobierno podrá durar", continúa el profesor de Historia e Instituciones de Asia en la Universidad de Trieste.
Sin embargo, si fracasan, es posible que se genere un levantamiento generalizado. Hay focos de resistencia que ya se habían materializado en los días posteriores a la toma del poder, pero nunca se han convertido en movimientos nacionales, y es poco probable que lo hagan en un futuro próximo", explica el profesor. Con pocos recursos y sin el apoyo de la comunidad internacional, la resistencia no tiene ninguna posibilidad de éxito. Pero, sobre todo, nadie se beneficiaría de otro conflicto civil.
Los operadores humanitarios admiten que tienen la posibilidad de llegar a provincias antes inaccesibles, pero los talibanes, a pesar de sus declaraciones, además de no poder gobernar, no tienen el control del país: los ataques de Daesh (el Estado Islámico, conocido en Afganistán como IS-K, donde la "K" corresponde a la región histórica de Jorasán) no han cesado. "Este es un hecho que no debería sorprender: por razones históricas y geográficas, ningún gobierno ha dominado nunca la totalidad del territorio afgano", continúa el experto. “Por el contrario, en otras épocas era casi siempre la sociedad la que ejercía el control sobre un Estado débil. Si en el pasado este factor jugó a favor de los talibanes, que siempre han tratado de socavar la autoridad de Kabul, ahora son los primeros en encontrar esta dificultad".
No obstante una convergencia inicial entre 2014 y 2015, cuando los militantes del Estado Islámico empezaron a arraigar en Afganistán, los dos movimientos islamistas han llegado a una ruptura, "enriquecida con el tiempo por elementos religiosos y políticos: Daesh es profundamente antisufí y antichií, como han demostrado una vez más los atentados más recientes. Mientras que los talibanes, aunque pertenezcan a la matriz religiosa Deobandi, no quieren que la sociedad se divida, porque no pueden gobernar si está dividida. Después de su experiencia de gobierno en los años 90, se dieron cuenta de que necesitaban un país unido para gobernar", explica el profesor.
"Si la agenda del Estado Islámico es universalista porque considera la recreación del Califato como la única perspectiva posible, la de los talibanes es una agenda nacional y en esto los antiguos estudiantes del Corán siempre han sido muy coherentes: nunca han querido extender la revolución fuera de las fronteras nacionales y no quieren hacer la guerra contra Occidente, hasta el punto de que han llegado a un acuerdo con EEUU". Estos últimos se encuentran ahora en una situación muy ambigua "que recuerda lo que ya habían vivido en 1994-1995, antes del nacimiento del primer gobierno talibán", señala Abenante.
Desde la reconquista de Kabul, "Estados Unidos se enfrenta a dos opciones: desentenderse de Afganistán y dejar que la población se someta al régimen o intervenir. Hasta ahora ha habido intentos de transferir dinero a las agencias humanitarias internacionales, pero ha quedado claro que no se otorgará legitimidad a su gobierno hasta que haya una apertura en el frente de los derechos humanos y se mejore la condición de las mujeres", comenta el académico. Una acción que, tras el cierre de las escuelas secundarias para niñas, la imposición del burka y las restricciones de movimiento es evidente, sin embargo, que los talibanes no tienen intención de llevarlo a cabo. "Un factor que no les importa mucho porque, por un lado, piensan que Occidente enviará ayuda a la población de todos modos mientras ellos pueden llevar a cabo su agenda islámica".
El temor de EE.UU. es que en este punto Afganistán acabe bajo la influencia china, que no está tan interesada en los derechos humanos: "Beijing promovió en marzo las reuniones de la llamada "troika ampliada", formada por los actores regionales: China, Rusia, Pakistán, Irán, Tayikistán, Uzbekistán y Turkmenistán, pero la invitación se extendió también a EE.UU.
Sin embargo, el principal interés de China sigue siendo el económico: "Beijing y Moscú no quieren en absoluto una expansión del resurgimiento islámico, pero sobre todo no quieren que los enfrentamientos fronterizos con Pakistán y los talibanes pakistaníes en la Línea Durand pongan en peligro las inversiones chinas realizadas a través del Corredor Económico China-Pakistán, un enorme proyecto de infraestructuras que tiene un gran interés estratégico porque permitirá a China llegar al Mar Arábigo".
Sólo una parece ser entonces la esperanza para la población afgana: "Los talibanes no son un movimiento monolítico, como lo demuestra el largo proceso de nombramiento de los ministros y el hecho de que el gobierno sea todavía provisional. Si la facción menos dura se impusiera a los elementos más radicales de la red Haqqani, podría haber una apertura y algún tipo de colaboración con otros países". Una opción que, sin embargo, parece estar todavía muy lejos.
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