Una guerra entre etnias o sistemas
Los ucranianos no deben buscar "vengarse de los rusos", sino el triunfo del camino de la democracia en la sociedad. No se trata de inspirar la exportación forzada del propio sistema, sino de una verdadera confrontación de civilizaciones, algo cada vez más ausente en nuestra época.
Resulta particularmente esclarecedora una afirmación de Abbas Galljamov, politólogo y antiguo redactor de discursos del Presidente Putin antes de las guerras de la última década. En un artículo publicado en The Moscow Times, él sostiene que "si seguimos comentando durante mucho tiempo las victorias y las derrotas en términos étnicos, esto generará tarde o temprano un nuevo resentimiento de la humillación nacional, creando las condiciones para nuevas guerras".
Galljamov observa el clima de depresión que se respira en Moscú por los fracasos de Rusia en la guerra de Ucrania. Una atmósfera que no se atenúa en absoluto con las airadas e histéricas vendettas en forma de misiles, que no aportan ningún resultado sobre el terreno. Él aconseja, en cambio, "transformar la derrota en un sentimiento de oposición apropiado, para que ésta no se convierta en una necesidad de venganza, en medio de los escombros que ha dejado la fallida propaganda del Kremlin". Es necesario explicar y reiterar que no se trata de una derrota de los rusos ante los ucranianos, sino de una derrota del autoritarismo frente a la democracia".
Las declaraciones del politólogo provocaron descontento entre los oyentes de ambos países. Se niegan las cuestiones de fondo que han llevado a la guerra, que es alimentada recíprocamente por los excesos de nacionalismo. Moscú, por su parte, refuerza la retórica de la"reunificación del único pueblo ruso" que es pregonada incluso desde los púlpitos eclesiásticos. Como contraparte, los ucranianos reafirman el orgullo de su identidad nacional, claramente distinta de la etnia rusa. Y el enfrentamiento acaba deslizándose hacia la "reivindicación de la superioridad" de un pueblo sobre el otro.
Y fue exactamente esto lo que limitó la victoria de franceses y británicos en la Primera Guerra Mundial. Un límite que surgió en las contradicciones entre la Triple Entente y la Triple Alianza a principios de siglo, que se manifestó en el sentimiento de superioridad y de culpa étnica de ambos bandos. Y este fue, en gran medida, el motivo de la excesiva reivindicación nacional de la singularidad y la pureza, que condujo a la formación del fascismo de Mussolini y del nazismo de Hitler, y finalmente a la Segunda Guerra Mundial. Si hoy condenamos a Rusia -como nación y como pueblo- y no a su sistema político como culpable de la agresión, la guerra no terminará con acuerdos de paz. Más bien se multiplicará, y lo hará en reivindicaciones cada vez más confusas entre los numerosos fragmentos étnicos y políticos del ex imperio soviético.
La pretensión de la “desnazificación”, tan pregonada por los rusos al inicio de la invasión de febrero, podría incluso llevar a la vuelta del nazismo no sólo en Rusia o Ucrania, sino en Europa y la comunidad internacional. Por tanto, el peor escenario de una victoria de Putin no sería el mero cuestionamiento de la globalización en nombre del soberanismo, sino el forzamiento de un diabólico choque de identidades étnicas, culturales y religiosas, una espiral interminable de alegatos que son destructivos para la convivencia entre los pueblos.
"Las democracias no se agreden entre sí", recuerda Galljamov, y los ucranianos no deben buscar "vengarse de los rusos ", sino el triunfo del camino democrático de la sociedad. No se trata de inspirar la exportación forzada del propio sistema, sino de una verdadera confrontación de civilizaciones, algo cada vez más ausente en nuestra época. Si en el siglo XX la lucha era entre el socialismo y el liberalismo, el comunismo y el capitalismo, hoy hablamos de europeos contra rusos, americanos contra chinos, pueblos contra otros pueblos en todas las latitudes..
No cabe duda de que la Rusia de Putin ha abierto los juegos del choque étnico y "ético", empezando por la declaración del fin de la democracia liberal como "dictadura de las minorías" y represión contra los "valores tradicionales". En esto, Rusia sigue la estela de una larga costumbre: la exaltación de su "misión original" desde los tiempos medievales de su formación, con una sucesión de teorías de superioridad impregnadas de motivaciones ideológicas, religiosas, culturales y literarias, a veces decididamente grotescas y totalmente alejadas de la realidad. Del sueño del siglo XVI de la "Tercera Roma" que defendía la verdadera fe contra toda herejía, invasión e inmoralidad, hemos pasado a la embriaguez del imperio petersburgués, que en el siglo XVIII pretendía condensar en sí mismo el de Oriente y el de Occidente. Los zares del siglo XIX, exaltados por su victoria sobre Napoleón y contra la invasión de toda Europa, alimentaron las teorías eslavófilas de la "unidad y comunión integral" de los pueblos y las culturas, que los rusos debían realizar a escala mundial.
El gran eslavófilo Dostoievski soñaba con conquistar Estambul y Jerusalén y en 1881, poco antes de su muerte, él afirmaba, al pie del monumento a Pushkin: "todo lo que es verdaderamente ruso es universalmente humano" (vsečelovečeskoe). Su joven amigo, el filósofo Vladimir Soloviev, intentó proponer un plan grandioso para la recomposición de todas las almas, que expuso en la visión de Rusia y de la Iglesia universal, en la que la reunión de los cristianos occidentales y orientales debía crear un mundo finalmente integral, único y "unido" (vseedinoe), dirigido por el Zar de Rusia y el Papa de Roma. Como contraparte, las corrientes occidentalistas imaginaron variantes cada vez más extremas de la "redefinición de lo humano", que la intelligentsija (un término latino rusificado) acuñó con otros nombres latinizantes como anarkhizm, nigilizm y populizm. Posteriormente, todos estos términos también comenzaron a usarse en el mundo occidental, hasta desembocar en el nuevo mesianismo ruso de la revolución bolchevique.
En una dependencia y oposición a estas y otras reivindicaciones de la Rusia de entonces y ahora, los ucranianos han desarrollado a su vez ideales "fuertes" y universales -la represión que pretendía “rusificar” hizo que los ucranianos desarrollaran su propia interpretación en formas cada vez más radicales. Así, Ucrania fue la tierra de la "Unión" con la primera Roma contra el patriarcado moscovita de la tercera Roma, el espacio de libertad de los cosacos, denominación asiática rusificada del kazak, "hombre libre" de Asia y Europa, la "nueva Europa" de la sociedad de Cirilo y Metodio del siglo XIX, cantada por el poeta nacional Taras Ševčenko, la Iglesia autocéfala de Kiev que se opone a la arrogancia de Moscú, y otras definiciones. Ucrania se ve a sí misma como anti-Rusia, aún cuando el ruso es el idioma más hablado en todo el país, o en el mejor de los casos mezclado con polaco, eslovaco y húngaro.
Hay un hecho que es muy sintomático de la confusión mental respecto a la superposición del nivel étnico y cultural. Los ucranianos en Italia se rebelaron al ver que en la programación del teatro de la Scala de Milán, se anuncia la puesta en escena de “Boris Godunov" de Modest Musorgsky, como una “ópera rusa”.
Es difícil encontrar una figura histórica tan representativa de las relaciones entre rusos y ucranianos como es el zar Boris. Vivió entre los siglos XVI y XVII y manejó la transición de la autocracia imperial de Iván el Terrible a la invasión de los ejércitos. del reino de Polonia-Lituania. Godunov favoreció el establecimiento del patriarcado de Moscú y fue testigo de la Unión de Kiev de los ortodoxos occidentales con Roma. Trató de modernizar el país, chocando con mil diatribas internas y externas, desde la lucha entre las familias nobles (que marcó el inicio de la dinastía Romanov) al deseo de unir a aristócratas, clérigos, comerciantes y campesinos en la armonía del Zemstvo -el "consejo de las tierras" que el gran escritor Aleksandr Solzhenitsyn todavía invocaba a fines del siglo XX, como una forma de reconstruir Rusia después comunismo.
Ucrania nació justo después del reinado de Boris Godunov, con el renacimiento de Kiev, en el que el monje y metropolitano Petro Mogila creó la primera universidad del mundo ruso, la Academia Teológica Ortodoxa y “occidentalizante”, que dio vida a todas las instituciones de educación superior incluidas las de Moscú y San Petersburgo. Y no es casualidad que la figura del "zar del medio" entre los Rurikidas y los Romanov haya inspirado tanta literatura y arte, incluida la música de Musorgsky, otra figura crucial en la búsqueda del alma rusa entre Oriente y Occidente en el Siglo XIX. Él también murió en 1881 -el mismo año que Dostoievski y el zar Alejandro II (asesinado)- un año que puso fin a la "edad de oro" de la cultura rusa. El compositor también dejó como herencia la famosa obra “Cuadros de una exposición'', una visita simbólica a las distintas etapas de la formación del alma rusa, que concluye solemnemente con las Grandes Puertas de Kiev.
Antes de 2022 -o al menos antes del levantamiento de Maidan de 2014- Europa, América, la OTAN y todo Occidente jamás habían mostrado un interés real por Ucrania, su historia y cultura, su idioma y sus relaciones con su hermano mayor moscovita. A lo largo de su historia, Ucrania siempre ha sido la versión occidental de Rusia, y y resultaba más conveniente ocultarla dentro del reino de Polonia, Austria-Hungría, el totalitarismo nazi o el soviético. El político estadounidense Zbigniew Brzezinski, de origen polaco, sostenía que “Rusia puede ser una democracia o un imperio, pero mientras controle Ucrania, solo será un imperio”.
¿Es posible que Rusia sea solamente “el imperio del mal”? ¿Es la defensa de Ucrania una afirmación de la superioridad del bien democrático, frente a las pretensiones de “valores tradicionales” impuestos desde arriba? Un año de guerra debería hacer que todos, en ambos bandos, reflexionemos profundamente sobre estas cuestiones. Una cosa es cierta: si el objetivo de la guerra es derrotar a Rusia, como imperio y como pueblo, y no las pretensiones de un régimen dictatorial, entonces los ganadores no serán rusos, sino aquellos que lleguen a ser como ellos.
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