Un misionero llamado Francisco
El anuncio del Evangelio fue su gran prioridad: nos recordó que la misión tiene que ver con la alegría, que sus lugares no están definidos por la geografía ni por la pertenencia religiosa de las personas. Con su vida y su magisterio nos enseñó que los misioneros de Jesús no se preguntan cómo ser seguidos por los demás, sino cómo llegar a ellos.
El Papa Francisco ha sido un Papa misionero: en los 12 años de su pontificado ha visitado nada menos que 66 naciones de todo el mundo, además de unas 50 localidades en Italia. Un compromiso bastante oneroso, dada su avanzada edad y su frágil salud. Los destinos del papa describen con elocuencia las opciones fundamentales de su pontificado desde que el 8 de julio de 2013 visitó la isla de Lampedusa, declarando al mundo su marcada atención al drama de las migraciones y su protesta y dolor ante las masacres en el Mediterráneo.
El Papa dialogó con China, alcanzando un acuerdo histórico; se reunió con Putin y con el Patriarca Kirill de Moscú. Pero Francisco no ha privilegiado en absoluto a las naciones en el centro de la dinámica estratégica de la humanidad. Al contrario, ha dirigido su atención a países, comunidades eclesiásticas, guerras y conflictos al margen de los grandes debates y de las narrativas mediáticas. El Papa ha querido demostrar -y lo ha conseguido- que no hay países y pueblos más o menos importantes, y que su dignidad no se mide por el tamaño de su número y su influencia económica o política. El Papa ha estado en Timor Oriental, Myanmar, Bangladés, Singapur, Mongolia, Sri Lanka, Papúa Nueva Guinea, Sudán del Sur, Mauricio, la República Centroafricana, la República Democrática del Congo y muchos más, y, como ya se ha mencionado, en muchas otras realidades que no son «interesantes» para quienes juzgan los asuntos mundiales desde el punto de vista del poder y los mercados.
El anuncio del Evangelio ha sido su gran prioridad: y la misión no se mide en términos de éxito mundano, de adquisición de una mayoría religiosa, sino en términos de calidad del testimonio evangélico. Me parece que el Papa ha refinado una visión evangélica de la realidad: la lógica de las bienaventuranzas trastoca y subvierte la mundana.
El Papa ha criticado a menudo el proselitismo, un mal subproducto de la actividad misionera, que se basa en medios y persuasiones humanas para convencer a otros de que se unan. El Papa no ha pretendido en modo alguno restar validez al mandato misionero, como algunos han querido dar a entender. Al contrario, la misión no es una obra humana, y Francisco la ha replanteado desde su origen: viene de Dios y el protagonista es el Espíritu de Jesús. Esta adquisición es importante, porque durante mucho tiempo la misión se ha alimentado de un pensamiento teológico mundano e inadecuado, disfrutando alegremente de éxitos contables y gratificantes. ¿Hasta qué punto eran evangélicas las conquistas religiosas obtenidas desde posiciones de poder y superioridad, con estrategias de expansión colonial? En cambio, la lógica del Evangelio confía en la importancia de las cosas pequeñas, frágiles y ocultas, porque así se manifiesta la gracia de Jesús.
A diferencia del proselitismo, reiteró Francisco, la misión se difunde por atracción. Es decir, es Jesús quien atrae hacia sí y es el auténtico testimonio evangélico de sus discípulos el que atrae a la gente.
Si la misión es un don de Dios, si es el oxígeno de la vida cristiana, su contenido es también, en la enseñanza de Francisco, profundamente renovado. La misión tiene que ver con la alegría, es una buena noticia que trae felicidad y belleza. La alegría del Evangelio es el título de su primera exhortación apostólica, programa y magna charta de su pontificado. El Evangelio es algo bello y trae felicidad a la vida de las personas. Las comunidades cristianas y los discípulos que muestran tristeza, desilusión, desánimo y aburrimiento nunca podrán atraer a nadie a Jesús. La predicación del Evangelio no puede estar alimentada por la oposición a otras creencias, el miedo a Dios y a los demás, o basarse en doctrinas que amenazan con represalias, alimentando la culpa, la frustración y el deseo de rebelarse. Debemos alegrarnos de ser discípulos de Jesús y misioneros de su Evangelio. El Papa reinició la vida y la misión cristianas a partir del tema de la alegría, el sentimiento anunciado en la noche de Navidad y en la mañana de Pascua.
Junto con el origen y el contenido, el Papa mostró que los lugares de misión no se definen por la geografía o la afiliación religiosa de las personas. Los nuevos lugares fueron descritos con imágenes eficaces y elocuentes: «Iglesia en salida», «hospital de campaña», «periferias»... Si he entendido bien al Papa Francisco, la misión no consiste tanto en llevar más gente a la Iglesia como en empujar a la gente de Iglesia a los lugares donde se encuentran las mujeres y los hombres de hoy, dándoles solidaridad, alivio y atención. Los misioneros de Jesús no se preguntan cómo pueden ser seguidos por otros, sino cómo pueden llegar a ellos. La imagen del hospital de campaña es particularmente impactante en este tiempo de guerra, de heridos y heridas que necesitan curación: la misión llega hasta las tragedias de los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Es allí donde los discípulos misioneros realizan el Evangelio de la paz y de la libertad, de la misericordia y del cuidado, a imitación de Jesús, el Buen Samaritano.
La noche en que se presentó al mundo, el Papa Francisco describió el país del que procedía, Argentina, como situado «casi al final del mundo». Pero él mismo nos demostró que ningún país está en el fin del mundo. Para quien mira a la humanidad con la misma mirada de Jesús, ningún lugar o persona está demasiado lejos.
25/01/2023 14:56
09/05/2022 12:40