Papa: una sociedad que "descarta" a los ancianos "reserva sapiencial de la gente", tiene en ella el virus de la muerte
Ciudad del Vaticano (AsiaNews) - Hoy en día, "una cierta cultura del
provecho insiste en hacer ver a los viejos como un peso, un "lastre". No sólo
no producen sino que son una carga: en una palabra, deben ser descartados",
pero ver a los ancianos "descartados" es malo, "es pecado" y
una sociedad que "descarta" a los ancianos, que son la "reserva
sapiencial del pueblo", tiene en ella el virus de la muerte.
Continuando su catequesis dedicado al tema de la familia, El Papa Francisco hablo
hoy de los ancianos, de los cuales, anunció, también hablará la próxima semana.
A 20 mil personas en la plaza de San Pedro, entre los que como siempre ha
pasado con el jeep blanco, el Papa dijo que nuestra sociedad en la que los
avances médicos han ampliado la duración de la vida, "¡pero la sociedad no
se ha "prolongado" a la vida! El número de los ancianos se ha multiplicado,
pero nuestras sociedades no se han organizado suficientemente para hacerles
lugar a ellos, con justo respeto y concreta consideración por su fragilidad y
su dignidad. Mientras somos jóvenes, tenemos la tendencia a ignorar la vejez,
como si fuera una enfermedad, una enfermedad que hay que tener lejos; luego
cuando nos volvemos ancianos, especialmente si somos pobres, estamos enfermos,
estamos solos, experimentamos las lagunas de una sociedad programada sobre la
eficacia, que en consecuencia, ignora a los ancianos. Y los ancianos son una
riqueza, no se pueden ignorar".
"Benedicto XVI - dijo entonces - visitando una casa para ancianos, usó
palabras claras y proféticas, decía así: "La calidad de una sociedad, quisiera
decir de una civilización, se juzga también por cómo se trata a los ancianos y
por el lugar que se les reserva en la vida en común" (12 de noviembre 2012). Es
verdad, la atención a los ancianos hace la diferencia de una civilización. ¿En
una civilización hay atención al anciano? ¿Hay lugar para el anciano? Esta
civilización seguirá adelante porque sabe respetar la sabiduría, la sabiduría
de los ancianos. Una civilización en donde no hay lugar para los ancianos, en
la que son descartados porque crean problemas... es una sociedad que lleva
consigo el virus de la muerte".
"En occidente, los estudiosos presentan el siglo actual como el siglo del envejecimiento: los hijos disminuyen, los viejos aumentan. Este desequilibrio nos interpela, es más, es un gran desafío para la sociedad contemporánea. Sin embargo una cierta cultura del provecho insiste en hacer ver a los viejos como un peso, una "lastre". No sólo no producen sino que son una carga. En fin, ¿cuál es el resultado de pensar así? Hay que descartarlos. ¡Es feo ver a los ancianos descartados, es una cosa fea, es pecado! ¡No nos atrevemos a decirlo abiertamente, pero se hace! Hay algo vil en este acostumbrarse a la cultura del descarte. Pero nosotros estamos acostumbrados a descartar a la gente. Queremos remover nuestro acrecentado miedo a la debilidad y a la vulnerabilidad; pero de este modo aumentamos en los ancianos la angustia de ser mal soportados y abandonados".
"Ya en mi ministerio en Buenos Aires toqué con la mano esta realidad con sus problemas: «Los ancianos son abandonados, y no sólo en la precariedad material. Son abandonados en la egoísta incapacidad de aceptar sus limitaciones que reflejan las nuestras, en los numerosos escollos que hoy deben superar para sobrevivir en una civilización que no los deja participar, opinar ni ser referentes según el modelo consumista de "sólo la juventud es aprovechable y puede gozar". Esos ancianos que deberían ser, para la sociedad toda, la reserva sapiencial de nuestro pueblo. ¡Los ancianos son la reserva sapiencial de nuestro pueblo! ¡Con qué facilidad, cuando no hay amor, se adormece la conciencia!» Y esto sucede".
Recuerdo - ha continuado Francisco - cuando
visitaba las casas de ancianos, hablaba con cada uno de ellos y muchas veces
escuché esto: "Ah, ¿cómo está usted? ¿Y sus hijos? - Bien, bien -
¿Cuántos tiene? - Muchos.- ¿Y vienen a visitarla? - Sí, sí, siempre. Vienen,
vienen.- ¿Y cuándo fue la última vez que vinieron?" Y así la anciana, recuerdo
especialmente una que dijo: "Para Navidad". ¡Y estábamos en agosto! Ocho meses
sin ser visitada por sus hijos, ¡ocho meses abandonada! Esto se llama pecado
mortal, ¿se entiende?".
"En la tradición de la
Iglesia - dijo entonces - hay un bagaje de sabiduría que
siempre ha sostenido una cultura de cercanía a los ancianos, una disposición al
acompañamiento afectuoso y solidario en esta parte final de la vida. Tal
tradición está arraigada en la Sagrada Escritura, como lo demuestran, por ejemplo,
estas expresiones del libro del Eclesiástico: «No te apartes de la conversación
de los ancianos, porque ellos mismos aprendieron de sus padres: de ellos
aprenderás a ser inteligente y a dar una respuesta en el momento justo» (Ecl
8,9). La Iglesia
no puede y no quiere adecuarse a una mentalidad de intolerancia, y menos aún de
indiferencia y desprecio a los mayores. Debemos despertar el sentido colectivo
de gratitud, de aprecio, de acogida, que haga sentir al anciano parte viva de
su comunidad".
"Los ancianos son hombres y mujeres, padres y madres que nos han precedido en
nuestras mismas calles, en nuestra misma casa, en nuestra batalla cotidiana por
una vida digna. Son hombres y mujeres de quienes hemos recibido mucho. El
anciano no es un extraterrestre. El anciano somos nosotros: dentro de poco,
dentro de mucho, inevitablemente de todos modos, aunque no lo pensemos. Y si
nosotros no aprendemos a tratar bien a los ancianos, así nos tratarán a
nosotros".
"Frágiles - concluyó - somos un poco todos los viejos. Algunos, sin embargo, son particularmente débiles, muchos están solos, y marcados por la enfermedad. Algunos dependen de cuidados indispensables y de la atención de los demás. ¿Haremos por ello un paso atrás? ¿Los abandonaremos a su destino? Una sociedad sin proximidad, en donde la gratuidad y el afecto sin compensación - incluso entre extraños - van desapareciendo, es una sociedad perversa. La Iglesia, fiel a la Palabra de Dios, no puede tolerar estas degeneraciones. Una comunidad cristiana en la cual la proximidad y gratuidad dejaran de ser consideradas indispensables, perdería con ellas su alma. Donde no hay honor para los ancianos, no hay futuro para los jóvenes".
09/02/2021 14:24
26/11/2021 13:20