Papa: sustituir la idolatría de sí mismos por una nueva alianza entre el hombre y la mujer
Al hablar con los participantes de la asamblea de la Academia para la vida, Francisco evidencia la exigencia de una “revolución cultural”. “Las formas de subordinación que han marcado tristemente la historia de las mujeres han de ser definitivamente abandonadas”. “No es justa” la teoría de géneros. Se trata de volver a empezar, partiendo de la “alianza” entre hombre y mujer que está en la creación. “La alianza del hombre y de la mujer es llamada a tomar en sus manos las riendas de la sociedad entera”.
Ciudad del Vaticano (AsiaNews) – En un mundo en el cual se expande una cultura “centrada obsesivamente en la soberanía del hombre” en relación a la realidad, que ha llegado a plantear la hipótesis de “reabrir el camino para la dignidad de la persona neutralizando la diferencia sexual, y por lo tanto, el pacto del hombre con la mujer, se requiere una verdadera “revolución cultural” que restituya al hombre y a la mujer, “juntos”, la responsabilidad y la dignidad.
Es lo que ha afirmado hoy el Papa Francisco, en un largo discurso dirigido a los participantes en la XXIII Asamblea general de los miembros de la Pontificia academia para la vida, que se está desarrollando en el Vaticano los días 5 y 6 de octubre de 2017, organizada en el ámbito del workshop sobre el tema Acompañar la vida. Nuevas responsabilidades en la era tecnológica.
El tema de tal sesión, observó Francisco, “afronta el entramado de oportunidades y criticidad que interpela al humanismo planetario, en relación a los recientes desarrollos tecnológicos de las ciencias de la vida. El poder de las biotecnologías, que ya permite manipulaciones de la vida que hasta ayer eran impensables, plantea cuestiones sorprendentes”.
“La creatura humana hoy parece hallarse en un hito especial de su propia historia en el cual se entrecruzan, en un contexto inédito, las antiguas y siempre nuevas preguntas referidas al sentido de la vida humana, su origen y su destino”. La cultura va evolucionando hacia aquello que alguien ha definido como “egolatría, es decir, un verdadero y auténtico culto del yo, sobre cuyo altar se sacrifica cualquier cosa, incluso los afectos más queridos. Esta perspectiva no es inocua: plasma un sujeto que se mira continuamente al espejo, hasta volverse incapaz de dirigir su mirada hacia los demás o al mundo. La difusión de esta actitud tiene consecuencias gravísimas para todos los afectos y vínculos de la vida (cfr Enc. Laudato si’, 48)”. Estamos frente a un materialismo sin escrúpulos, que caracteriza la alianza entre la economía y la técnica, y que trata la vida como un recurso a ser explotado o descartado, en función del poder o del beneficio”.
Una realidad que promete bienestar y por el contrario, donde “se amplían los territorios de la pobreza y del conflicto, del descarte y del abandono, del resentimiento y de la desesperación. Un auténtico progreso científico o tecnológico debiera, en cambio, inspirar políticas más humanas”.
Frente a semejante realidad, Francisco afirma que “la fe cristiana nos empuja a retomar la iniciativa, rechazando toda concesión a la nostalgia y a la queja”. “El mundo necesita de creyentes que, con seriedad y alegría, sean creativos y propositivos, humildes y valientes, decididamente determinados a recomponer la fractura entre las generaciones. Esta fractura interrumpe la trasmisión de la vida”.
“La fuente de inspiración de esta retoma de iniciativa, una vez más, es la Palabra de Dios, que ilumina el origen de la vida y su destino. Una teología de la Creación y de la Redención que sepa traducirse en palabras y en gestos de amor por cada vida y por toda la vida, hoy muestra ser más necesaria que nunca para acompañar el camino de la Iglesia en el mundo que ahora habitamos”.
Se trata de volver a partir de aquella “alianza” entre hombre y mujer que está en la creación. “La alianza del hombre y de la mujer es llamada a tomar en sus manos las riendas de la sociedad entera. Esta es una invitación a la responsabilidad por el mundo, en la cultura y en la política, en el trabajo y en la economía; y también en la Iglesia. No se trata simplemente de paridad de oportunidades o de un reconocimiento recíproco. Se trata, sobre todo, de un entendimiento de los hombres y de las mujeres sobre el sentido de la vida y sobre el camino de los pueblos. El hombre y la mujer no están llamados solamente a hablarse de amor, sino a hablarse, con amor, de aquello que deben hacer para que la convivencia humana se realice a la luz del amor de Dios por cada creatura. Hablarse y aliarse, porque ninguno de los dos –ni el hombre solo, ni la mujer sola- está en grado de asumir esta responsabilidad solo. Juntos fueron creados, en su diferencia bendita; juntos pecaron, por su presunción de ponerse en el lugar de Dios; juntos, con la gracia de Cristo, volverán a estar en presencia de Dios, para honrar el cuidado del mundo y de la historia que Él les ha encomendado”.
“Es una verdadera y auténtica revolución cultural la que está vislumbrándose en el horizonte, en la historia de esta época. Y la Iglesia, en primer lugar, debe hacer su parte. Desde esta perspectiva, se trata, ante todo, de reconocer honestamente las demoras en que se ha incurrido y las carencias. Las formas de subordinación que tristemente han marcado la historia de las mujeres deben ser definitivamente abandonadas. Un nuevo inicio debe ser escrito en el ethos de los pueblos, y esto puede hacerlo una renovada cultura de la identidad y de la diferencia. La hipótesis, planteada recientemente, de reabrir el camino para la dignidad de la persona neutralizando radicalmente la diferencia sexual y, por lo tanto, el pacto entre el hombre y la mujer, no es justa. En lugar de contrastar las interpretaciones negativas de la diferencia sexual, que mortifican su irreductible valor para la dignidad humana, se quiere cancelar en los hechos esta diferencia, proponiendo técnicas y prácticas que la tornen irrelevante para el desarrollo de la persona y para las relaciones humanas. Pero la utopía de lo “neutro” remueve al mismo tiempo, tanto la dignidad humana de la constitución sexualmente diferente, como la cualidad personal de la trasmisión generativa de la vida. La manipulación biológica y psíquica de la diferencia sexual, que la tecnología biomédica deja entrever como algo completamente disponible a elección de la libertad – ¡mientras que no lo es!- arriesga desmantelar, de esta manera, la fuente de energía que alimenta la alianza del hombre y de la mujer, y la vuelve creativa y fecunda”.
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