06/06/2021, 20.57
VATICANO
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Papa: llevar a Jesús a un mundo donde se ha apagado la sed de Dios

La Iglesia "no puede conformarse con el pequeño grupo de personas que se reúnen siempre para celebrar la Eucaristía". "La procesión con el Santísimo Sacramento, característica de la fiesta del Corpus Christi, pero que no podemos hacer por el momento, nos recuerda que estamos llamados a salir llevando a Jesús". Hay que abrir el corazón. Tenemos que salir de la pequeña habitación de nuestro yo y entrar en el gran espacio del asombro y la adoración”.

 

Ciudad del Vaticano (AsiaNews) - Salir. Ser una Iglesia que se abre a los demás, que sale al encuentro de los que sufren, de un mundo donde "la sed de Dios se ha apagado", "se han apagado las preguntas sobre Dios, se ha desvanecido el deseo de Él y los que buscan a Dios son cada vez más raros”. Una Iglesia para la cual “no puede ser suficiente el pequeño grupo de personas que se reúnen siempre para celebrar la Eucaristía", sino en la que cada uno le abre espacio a Dios que "se hace tan pequeño como un trozo de pan y por eso hace falta un gran corazón para poder reconocerlo, adorarlo y acogerlo”.

El Papa Francisco celebró la Misa de Corpus Christi en el altar de la Cátedra de la Basílica de San Pedro. Y explicó que "la procesión con el Santísimo Sacramento -característica de la fiesta de Corpus Christi, pero que de momento no podemos hacer- nos recuerda que estamos llamados a salir llevando a Jesús".

Partiendo del relato del Evangelio, Francisco dijo que "nosotros también estamos llamados a preguntarnos en qué 'lugar' queremos preparar la Pascua del Señor. Cuáles son los 'lugares' de nuestra vida donde Dios pide que lo recibamos".

La primera imagen que identificó el Papa es la del "hombre que lleva un cántaro de agua", al que Jesús señala como guía para llevarlos al lugar donde van a celebrar la Pascua. “El cántaro de agua es la señal para reconocerlo: una señal que nos hace pensar en la humanidad sedienta, que siempre está buscando una fuente de agua que satisfaga su necesidad y la regenere”. Todos “tenemos sed de amor, de alegría, de una vida plena en un mundo más humano. Y para esta sed, el agua de las cosas mundanas es inútil, porque es una sed más profunda, que solo Dios puede saciar”. "Por eso, para celebrar la Eucaristía primero debemos reconocer nuestra propia sed de Dios, sentirnos necesitados de él, desear

su presencia y su amor, ser conscientes de que no podemos valernos solos sino que necesitamos un alimento y una bebida de vida eterna que nos sostengan en el camino”.

“La tragedia de hoy es que muchas veces la sed se ha apagado. Se han extinguido las preguntas sobre Dios”. Pero "sólo donde hay un hombre o una mujer con un cántaro de agua - pensemos en la mujer samaritana (cf. Jn 4, 5-30) - el Señor puede revelarse como Aquel que da nueva vida, que alimenta con una esperanza confiable nuestros sueños y aspiraciones, una presencia de amor que da sentido y dirección a nuestra peregrinación terrena. Como ya hemos señalado, ese hombre del cántaro es quien conduce a los discípulos a la habitación donde Jesús instituirá la Eucaristía. Es la sed de Dios lo que nos lleva al altar. Si falta la sed, nuestras celebraciones se vuelven áridas. Entonces también como Iglesia no puede bastarnos el pequeño grupo de personas que se reúne siempre para celebrar la Eucaristía; hay que ir a la ciudad, encontrarnos con la gente, aprender a reconocer y despertar la sed de Dios y el deseo del Evangelio”.

La segunda imagen es esa gran sala que está en el piso superior. “Una sala grande para un pequeño trozo de pan. Dios se hace pequeño como un trozo de pan y precisamente por eso hace falta un gran corazón para poder reconocerlo, adorarlo y acogerlo”. “Si nuestro corazón, en vez de una gran sala parece un armario donde guardamos con pesar las cosas viejas; si parece un desván donde hace tiempo archivamos nuestro entusiasmo y nuestros sueños; si se parece a una habitación estrecha y oscura porque vivimos solo de nosotros mismos, de nuestros problemas y de nuestras amarguras, entonces será imposible reconocer esta presencia silenciosa y humilde de Dios Hace falta una sala grande. Tenemos que ensanchar nuestro corazón. Tenemos que salir de la pequeña habitación de nuestro yo y entrar en el gran espacio del asombro y la adoración. Esa es la actitud delante de la Eucaristía, eso es lo que necesitamos: adoración. Y la Iglesia también debe ser una gran sala. No un círculo pequeño y cerrado, sino una comunidad con los brazos abiertos de par en par, que acoge a todos. Preguntémonos esto: cuando se acerca alguien herido, que se ha equivocado, que tiene un camino de vida diferente, ¿la Iglesia es una gran sala para acogerlo y conducirlo a la alegría del encuentro con Cristo? La Eucaristía quiere alimentar a los que están cansados ​​y hambrientos a lo largo del camino, ¡no lo olvidemos! La Iglesia de los perfectos y puros es una habitación en la que no hay lugar para nadie; en cambio la Iglesia de puertas abiertas, que celebra en torno a Cristo, es una sala grande donde pueden entrar todos”.

Por último, la imagen de Jesús partiendo el pan. Es "el gesto eucarístico por excelencia", un gesto “perturbador”.  Hasta aquel momento se sacrificaban corderos y se ofrecían en sacrificio a Dios, ahora es Jesús quien se hace cordero y se inmola para darnos la vida".

"En la Eucaristía contemplamos y adoramos al Dios del amor. Es el Señor que no quiebra a nadie, sino que se parte a sí mismo. Es el Señor quien no exige sacrificios, sino que se sacrifica Él mismo. Es el Señor quien no pide nada pero lo da todo. Para celebrar y vivir la Eucaristía, nosotros también estamos llamados a vivir este amor. Porque no puedes partir el pan del domingo si tu corazón está cerrado a los hermanos. No puedes comer este Pan si no le das pan al hambriento. No puedes compartir este Pan si no compartes los sufrimientos de los necesitados. Al final de todo, incluso de nuestras solemnes liturgias eucarísticas, solo quedará el amor. Y ya desde ahora, nuestras Eucaristías transforman el mundo en la medida en que nos dejamos transformar y nos convertimos en pan partido para los demás”.

“Convirtámonos en una Iglesia con el cántaro en la mano, que despierta la sed y lleva el agua. Abramos nuestro corazón en el amor, para que seamos nosotros la sala espaciosa y hospitalaria donde todos puedan entrar para encontrase con el Señor. Rompamos nuestra vida en la compasión y la solidaridad, para que el mundo vea a través de nosotros la grandeza del amor de Dios. Y entonces vendrá el Señor y nos sorprenderá de nuevo, y de nuevo se hará alimento para la vida del mundo. Y nos saciará para siempre, hasta el día en que, en el banquete del Cielo, contemplaremos su rostro y gozaremos sin fin”.

 

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