Papa: la oración da sentido a cada acción, aprendamos a rezar continuamente
Orar continuamente a lo largo del día, incluso mientras se trabaja o se desarrollan las múltiples tareas de la vida. Esto es lo que llamamos "la oración del corazón", que consiste en repetir con fe: "¡Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, que soy un pecador!".
Ciudad del Vaticano (AsiaNews) – La oración "es el lugar donde cada acción encuentra su sentido, su razón y su paz", y no está en contraste con la actividad cotidiana. Por el contrario, esta debe arder continuamente, como el fuego sagrado de la antigüedad, que nadie podía apagar. La perseverancia en la oración fue el tema de la penúltima catequesis de Francisco durante la audiencia general de hoy, dedicada a la oración. Orar continuamente a lo largo del día, incluso mientras se trabaja o se desarrollan las múltiples tareas de la vida, es lo que denominamos "la oración del corazón", que consiste en repetir con fe: "¡Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, que soy un pecador!". Una oración que Francisco invitó a repetir con él varias veces.
La audiencia general fue en el patio de San Dámaso. Antes de comenzar, Francisco se paseó entre los presentes durante casi treinta minutos: bendijo niños, rosarios e imágenes, se colocó gorros, firmó libros, láminas, banderines, una camiseta, escuchó historias y peticiones y ofreció un chocolate a un niño que le había traído una caja de regalo.
Al referirse a la oración, el papa se preguntó: ¿Cómo es posible orar ‘sin cesar’, tal como dice San Pablo en la Primera Carta a los Tesalonicenses? La respuesta, dijo Francisco, es "la oración del corazón". Consiste en repetir con fe: '¡Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, que soy un pecador!' Una oración sencilla, muy bonita", añadió, e invitó a los presentes a repetirla con él. Es "una oración que, poco a poco, se adapta al ritmo de la respiración y se extiende, abarcando toda la jornada". En efecto, el aliento nunca cesa, ni siquiera mientras dormimos; y la oración es el aliento de la vida".
"Por supuesto", añadió, "poner en práctica estos principios no es fácil. Un padre y una madre, enfrascados en mil tareas, pueden sentir nostalgia por una época de su vida en la que era fácil encontrar momentos y espacios frecuentes para la oración. Luego vinieron los hijos, el trabajo, los quehaceres de la vida familiar, los padres que se hacen mayores... Uno tiene la impresión de que nunca consigue ocuparse de todo a fondo. Por eso es bueno pensar que Dios, nuestro Padre, tiene que cuidar de todo el universo y se acuerda siempre de cada uno de nosotros. Por lo tanto, ¡también nosotros debemos acordarnos siempre de Él!".
Conviene recordar que “en el monacato cristiano el trabajo siempre ha sido tenido en gran honor, no sólo por el deber moral de mantenerse a sí mismo y a los demás, sino también por una especie de equilibrio interior: es arriesgado que el hombre cultive un interés tan abstracto al punto que pierda el contacto con la realidad. El trabajo nos ayuda a estar en contacto con la realidad. Las manos unidas del monje llevan los callos de quien trabaja con palas y azadas. Cuando, en el Evangelio de Lucas (cf. 10,38-42), Jesús le dice a Santa Marta que lo único realmente necesario es escuchar a Dios, no pretende en absoluto despreciar los numerosos servicios que ella realizaba con tanto empeño".
Luego el pontífice observó que “en el ser humano todo es ‘binario’: nuestro cuerpo es simétrico, tenemos dos brazos, dos ojos, dos manos.... Así que también el trabajo y la oración son complementarios. La oración -que es el "aliento" de todo- sigue siendo el trasfondo vital del trabajo, incluso en aquellos momentos en que no es explícita. Es inhumano estar tan absorbido por el trabajo que uno ya no encuentra tiempo para la oración. Al mismo tiempo, una oración alejada de la vida no es saludable. La oración que nos aleja de la concreción de la vida se convierte en espiritualismo, o peor, en ritualismo."
"Recordemos que Jesús, después de haber mostrado su gloria a los discípulos en el monte Tabor, no quiso prolongar aquel momento de éxtasis. Bajó del monte con ellos y reanudó el camino cotidiano, porque esa experiencia debía permanecer en sus corazones como luz y fuerza de su fe. Así, los tiempos dedicados a estar con Dios reavivan la fe, que nos ayuda en la concreción de la vida, y la fe, a su vez, alimenta la oración, sin interrupción. En esta circularidad entre fe, vida y oración, se mantiene vivo el fuego del amor cristiano que Dios espera de cada uno de nosotros”.
Al despedirse de los presentes, Francisco recordó que "pasado mañana celebraremos la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, en la que el amor de Dios se dio a conocer a toda la humanidad. Invito a cada uno de ustedes a mirar con confianza el Sagrado Corazón de Jesús y a repetir con frecuencia, especialmente durante este mes de junio: ‘Jesús, manso y humilde de corazón, transforma nuestros corazones y enséñanos a amar a Dios y al prójimo con generosidad’".
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