Papa: a la FAO, la comida no es una mercancía sobre la que especular y el hambre "demanda dignidad, no limosna"
Roma (AsiaNews) - La lucha contra el hambre requiere superar la
lógica del mercado y la "regla de la ganancia",
que "han reducido la comida a una mercancía cualquiera, sujeta a la especulación, incluidos los financieros", se requiere hoy todas las formas de presión política o
económica que puedan hacer uso de
la disponibilidad de alimentos y afirmar la lógica de la solidaridad. Un "desafío" para el
Papa Francisco, así como es la "paradoja
de la abundancia": "hay comida
para todos, pero no todos pueden comer, mientras que los
desechos, los residuos, el
consumo excesivo y el uso de alimentos
para otros fines están ante nuestros ojos".
La visita realizada esta mañana por Francisco a
la sede de la FAO en Roma en
ocasión de la Segunda Conferencia
Internacional sobre Nutrición (19-21
de noviembre) dio ocasión al Papa al
decir que "en un momento en que las relaciones entre las naciones
están demasiado a menudo en ruinas por la sospecha mutua, que a veces se convierte en formas de agresión militar y económica socava la
amistad entre hermanos y rechaza
o descarta los
que ya están excluidos ", a las personas y los Estados"
se les pide actuar juntos, para estar dispuestos a ayudarse cada uno, a los otros".
En el Salón Plenaria de la sede de la agencia de la ONU para los
Alimentación y la Alimentación (en la foto),
respondiendo a los saludos del Director
General, José Graziano da Silva,
el Papa Francisco hizo hincapié en el propósito de la conferencia y, en particular, "los cambios
necesarios que debe hacerse a las estrategias existentes".
"Los destinos de cada nación - prosiguió - están
más que nunca enlazados entre sí, al igual que los miembros de una misma
familia, que dependen los unos de los otros. Pero vivimos en una época en la
que las relaciones entre las naciones están demasiado a menudo dañadas por la
sospecha recíproca, que a veces se convierte en formas de agresión bélica y
económica, socava la amistad entre hermanos y rechaza o descarta al que ya está
excluido. Lo sabe bien quien carece del pan cotidiano y de un trabajo decente.
Este es el cuadro del mundo, en el que se han de reconocer los límites de
planteamientos basados en la soberanía de cada uno de los Estados, entendida
como absoluta, y en los intereses nacionales, condicionados frecuentemente por
reducidos grupos de poder. Lo explica bien la lectura de la agenda de trabajo
de ustedes para elaborar nuevas normas y mayores compromisos para nutrir al
mundo. En esta perspectiva, espero que, en la formulación de dichos
compromisos, los Estados se inspiren en la convicción de que el derecho a la
alimentación sólo quedará garantizado si nos preocupamos por su sujeto real, es
decir, la persona que sufre los efectos del hambre y la desnutrición".
"Hoy día se habla mucho de derechos,
olvidando con frecuencia los deberes; tal vez nos hemos preocupado demasiado
poco de los que pasan hambre. Duele constatar además que la lucha contra el
hambre y la desnutrición se ve obstaculizada por la «prioridad del mercado» y
por la «preminencia de la ganancia», que han reducido los alimentos a una
mercancía cualquiera, sujeta a especulación, incluso financiera. Y mientras se
habla de nuevos derechos, el hambriento está ahí, en la esquina de la calle, y
pide carta de ciudadanía, ser considerado en su condición, recibir una
alimentación de base sana. Nos
pide dignidad, no limosna".
"Estos criterios no pueden permanecer en el limbo de la teoría. Las
personas y los pueblos exigen que se ponga en práctica la justicia; no sólo la
justicia legal, sino también la contributiva y la distributiva. Por tanto, los
planes de desarrollo y la labor de las organizaciones internacionales deberían
tener en cuenta el deseo, tan frecuente entre la gente común, de ver que se
respetan en todas las circunstancias los derechos fundamentales de la persona
humana y, en nuestro caso, la persona con hambre. Cuando eso suceda, también
las intervenciones humanitarias, las operaciones urgentes de ayuda o de
desarrollo - el verdadero, el integral desarrollo - tendrán mayor impulso y
darán los frutos deseados. El interés por la producción, la disponibilidad de
alimentos y el acceso a ellos, el cambio climático, el comercio agrícola, deben
ciertamente inspirar las reglas y las medidas técnicas, pero la primera
preocupación debe ser la persona misma, aquellos que carecen del alimento
diario y han dejado de pensar en la vida, en las relaciones familiares y
sociales, y luchan sólo por la supervivencia. El santo Papa Juan Pablo II, en
la inauguración en esta sala de la Primera Conferencia sobre Nutrición, en
1992, puso en guardia a la comunidad internacional ante el riesgo de la
«paradoja de la abundancia»: hay comida para todos, pero no todos pueden comer,
mientras que el derroche, el descarte, el consumo excesivo y el uso de
alimentos para otros fines, están ante nuestros ojos. Esta es la paradoja. Por
desgracia, esta «paradoja» sigue siendo actual. Hay pocos temas sobre los que
se esgrimen tantos sofismas como los que se dicen sobre el hambre; pocos
asuntos tan susceptibles de ser manipulados por los datos, las estadísticas,
las exigencias de seguridad nacional, la corrupción o un reclamo lastimero a la
crisis económica. Este es el primer reto que se ha de superar".
"El segundo reto que se debe afrontar es la falta de solidaridad, una
palabra que tenemos la sospecha que inconscientemente la queremos sacar del
diccionario. Nuestras sociedades se caracterizan por un creciente
individualismo y por la división; esto termina privando a los más débiles de
una vida digna y provocando revueltas contra las instituciones. Cuando falta la
solidaridad en un país, se resiente todo el mundo. En efecto, la solidaridad es
la actitud que hace a las personas capaces de salir al encuentro del otro y
fundar sus relaciones mutuas en ese sentimiento de hermandad que va más allá de
las diferencias y los límites, e impulsa a buscar juntos el bien común.
Los seres humanos, en la medida en que toman conciencia de ser parte
responsable del designio de la creación, se hacen capaces de respetarse
recíprocamente, en lugar de combatir entre sí, dañando y empobreciendo el
planeta. También a los Estados, concebidos como una comunidad de personas y de
pueblos, se les pide que actúen de común acuerdo, que estén dispuestos a
ayudarse unos a otros mediante los principios y normas que el derecho
internacional pone a su disposición. Una fuente inagotable de inspiración es la
ley natural, inscrita en el corazón humano, que habla un lenguaje que todos
pueden entender: amor, justicia, paz, elementos inseparables entre sí. Como las
personas, también los Estados y las instituciones internacionales están
llamados a acoger y cultivar estos valores: amor, justicia, paz. Y
hacerlo en un espíritu de diálogo y escucha recíproca. De este modo, el
objetivo de nutrir a la familia humana se hace factible".
"Cada mujer, hombre, niño, anciano, debe poder contar en todas partes con
estas garantías. Y es deber de todo Estado, atento al bienestar de sus
ciudadanos, suscribirlas sin reservas, y preocuparse de su aplicación. Esto
requiere perseverancia y apoyo. La Iglesia Católica trata de ofrecer también en
este campo su propia contribución, mediante una atención constante a la vida de
los pobres, de los necesitados, en todas las partes del planeta; en esta misma
línea se mueve la implicación activa de la Santa Sede en las organizaciones
internacionales y con sus múltiples documentos y declaraciones. Se pretende de
este modo contribuir a identificar y asumir los criterios que debe cumplir el
desarrollo de un sistema internacional ecuánime. Son criterios que, en el plano
ético, se basan en pilares como la verdad, la libertad, la justicia y la
solidaridad; al mismo tiempo, en el campo jurídico, estos mismos criterios
incluyen la relación entre el derecho a la alimentación y el derecho a la vida
y a una existencia digna, el derecho a ser protegidos por la ley, no siempre
cercana a la realidad de quien pasa hambre, y la obligación moral de compartir
la riqueza económica del mundo.".
"Si se cree en el principio de la unidad de la familia humana, fundado en
la paternidad de Dios Creador, y en la hermandad de los seres humanos, ninguna
forma de presión política o económica que se sirva de la disponibilidad de
alimentos puede ser aceptable. Pero, por encima de todo, ningún sistema de
discriminación, de hecho o de derecho, vinculado a la capacidad de acceso al
mercado de los alimentos, debe ser tomado como modelo de las actuaciones
internacionales que se proponen eliminar el hambre. Al compartir estas
reflexiones con ustedes, pido al Todopoderoso, al Dios rico en misericordia,
que bendiga a todos los que, con diferentes responsabilidades, se ponen al
servicio de los que pasan hambre y saben atenderlos con gestos concretos de
cercanía. Ruego también para que la comunidad internacional sepa escuchar el
llamado de esta Conferencia y lo considere una expresión de la común conciencia
de la humanidad: dar de comer a los hambrientos para salvar la vida en el
planeta".