18/11/2018, 13.01
VATICANO
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Papa: Tender la mano, como Jesús hace con nosotros

El Papa Francisco preside la misa en San Pedro, en la Segunda Jornada mundial de los Pobres. En la celebración participaron 6.000 indigentes además de voluntarios, asistentes y, representantes de entes de caridad. Dedicarse a los pobres “no es una opción sociológica, sino que es una exigencia teológica”. “La injusticia es la raíz perversa de la pobreza. El grito de los pobres es cada día más fuerte pero también menos escuchado”. “Jesús pide... dar a los que no tienen cómo devolver, es decir, amar gratuitamente”. 

Ciudad del Vaticano (AsiaNews) – “Ante la dignidad humana pisoteada, a menudo uno permanece con los brazos cruzados o con los brazos caídos, impotentes ante la fuerza oscura del mal. Pero el cristiano no puede estar con los brazos cruzados, indiferente, o con los brazos caídos, fatalista; pero, ¿y nosotros?” Es la gran pregunta que planteó el Papa Francisco a la asamblea reunida en la basílica de San Pedro para la celebración de la segunda Jornada Mundial de los pobres.  Esta jornada, instituida por Francisco, fue preparada a partir de un Mensaje difundido en el mes de junio, titulado “Este pobre grita y el Señor lo escucha”. En la misa, que fue concelebrada por cardenales y obispos, también participaron 6.000 pobres junto a voluntarios, asistentes y representantes de varios entes de caridad.  

Desde el inicio de su pontificado, Francisco ha hecho de la dedicación a los pobres el elemento fundamental para la evangelización del mundo de hoy. Debido a esta tendencia suya quizás ha recibido críticas, que lo acusaban de ser “marxista”. En la homilía de hoy él reafirma: “Vivir la fe en contacto con los necesitados es importante para todos nosotros. No es una opción sociológica, es una exigencia teológica. Es reconocerse como mendigos de la salvación, hermanos y hermanas de todos, pero especialmente de los pobres, predilectos del Señor. Así, tocamos el espíritu del Evangelio: «El espíritu de pobreza y de caridad son gloria y testimonio de la Iglesia de Cristo» (Const. Gaudium et spes, 88).”.

Escuchar el grito del pobre es una urgencia que deriva de la fe y de la situación de la sociedad. Él enumera y denuncia ese “grito”: “es el grito ahogado de los niños que no pueden venir a la luz, de los pequeños que sufren hambre, de chicos acostumbrados al estruendo de las bombas en lugar del alegre alboroto de los juegos. Es el grito de los ancianos descartados y abandonados. Es el grito de quienes se enfrentan a las tormentas de la vida sin una presencia amiga. Es el grito de quienes deben huir, dejando la casa y la tierra sin la certeza de un lugar de llegada. Es el grito de poblaciones enteras, privadas también de los enormes recursos naturales de que disponen. Es el grito de tantos Lázaros que lloran, mientras que unos pocos epulones banquetean con lo que en justicia corresponde a todos. La injusticia es la raíz perversa de la pobreza. El grito de los pobres es cada día más fuerte pero también menos escuchado, sofocado por el estruendo de unos pocos ricos, que son cada vez menos, pero cada vez más ricos”.

La eficacia de la dedicación a los pobres depende de nuestra imitación de cuanto Jesús hizo por nosotros. Por ello, el Papa Francisco, al referirse al evangelio de hoy (Dedicación de la basílica de San Pedro, Mateo 14, 22-33), subraya las “tres acciones que Jesús realiza en el Evangelio”.

En primer lugar, él “deja: deja a la multitud en el momento del éxito, cuando lo aclamaban por haber multiplicado los panes […] Nos enseña el valor de dejar: dejar el éxito que hincha el corazón y la tranquilidad que adormece el alma. ¿Para ir a dónde? Hacia Dios, rezando, y hacia los necesitados, amando. Son los auténticos tesoros de la vida: Dios y el prójimo. Subir hacia Dios y bajar hacia los hermanos, aquí está la ruta que Jesús nos señala”.

“La segunda acción: en plena noche, Jesús alienta”, al caminar sobre las aguas del Lago de Genesaret. “Jesús, en otras palabras, va hacia los suyos pisoteando a los malignos enemigos del hombre. Aquí está el significado de este signo: no es una manifestación en la que se celebra el poder, sino la revelación para nosotros de la certeza tranquilizadora de que Jesús, sólo Jesús, vence a nuestros grandes enemigos: el diablo, el pecado, la muerte, el miedo. También hoy nos dice a nosotros: «Ánimo, soy yo, no tengáis miedo» (v. 27).

“Tercera acción: Jesús, en medio de la tormenta, extiende su mano (cf. v. 31). Agarra a Pedro que, temeroso, dudaba y, hundiéndose, gritaba: «Señor, sálvame» (v. 30)”.

“El Señor extiende su mano: es un gesto gratuito, no obligado […]  Jesús pide ir más lejos (cf. Mt 5,46): dar a los que no tienen cómo devolver, es decir, amar gratuitamente (cf. Lc 6,32-36). Miremos lo que sucede en cada una de nuestras jornadas: entre tantas cosas, ¿hacemos algo gratuito, algo  por aquellos que no tienen cómo corresponder?

Y concluyó: “Extiende tu mano hacia nosotros, Señor, y agárranos. Ayúdanos a amar como tú amas. Enséñanos a dejar lo que pasa, a alentar al que tenemos a nuestro lado, a dar gratuitamente a quien está necesitado. Amén”.

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