Papa: Navidad, fiesta del asombro porque Dios viene entre nosotros y de la esperanza que no defrauda
En esta pandemia, "tras una primera fase de reacción, en la que nos sentimos solidarios, a bordo del mismo barco, se ha extendido la tentación del 'sálvese quien pueda'. Pero gracias a Dios hemos vuelto a reaccionar, con un sentido de responsabilidad". "Gracias a Dios, porque la elección de la responsabilidad solidaria no viene del mundo: viene de Dios; es más, viene de Jesucristo, que ha impreso de una vez por todas en nuestra historia el "rumbo" de su vocación original: ser todos hermanos y hermanas, hijos del único Padre".
Ciudad del Vaticano (AsiaNews) – La verdad de la Navidad es que no puede celebrarse sin asombro, porque marca la venida del Salvador. Y es, por tanto, la fuente de la "esperanza que no defrauda", así como de esa fraternidad que debe empujarnos a ser "prójimo" de los que tienen problemas. El último día del año civil se celebra el "Te Deum" de acción de gracias al término de las primeras vísperas de la solemnidad de María Santísima Madre de Dios. En la Basílica de San Pedro, quien preside el rito es el Card. Giovanni Battista Re, decano del Colegio de Cardenales. El Papa Francisco pronuncia la homilía.
La fiesta de la Navidad, observa Francisco, "es quizá la que más suscita esta actitud interior: el asombro, la maravilla, la contemplación". Es lo que les sucede a los pastores y a María y José. "Es así: no se puede celebrar la Navidad sin asombro. Pero un asombro que no se limita a una emoción superficial, ligada a la exterioridad de la fiesta, o, peor aún, a un frenesí consumista. Si la Navidad se reduce a esto, nada cambiará: mañana será igual que ayer, el próximo año será igual que el anterior, y así sucesivamente. Significaría calentarnos por unos instantes junto a un fuego de paja, y no exponernos con todo nuestro ser a la fuerza del Acontecimiento. Sería no captar el centro del misterio del nacimiento de Cristo. Y el centro es éste: «El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros» (Jn 1,14)".
Es una frase que se repite a menudo en la liturgia de las Vísperas que marcan el inicio de la Solemnidad de María Santísima Madre de Dios. "Ella es la primera testigo, la primera y la más grande, y al mismo tiempo la más humilde. La más grande, porque es la más humilde. Su corazón se llena de asombro, pero sin una sombra de romanticismo, de sensiblería, de espiritualismo. No. La Madre nos devuelve a la realidad, a la verdad de la Navidad, que está contenida en esas tres palabras de San Pablo:«nacido de mujer» (Gal 4,4)".
"El asombro cristiano -subrayó Francisco- no procede de los efectos especiales, de los mundos fantásticos, sino del misterio de la realidad: ¡no hay nada más maravilloso y sorprendente que la realidad! Una flor, un terrón de tierra, una historia de vida, un encuentro... El rostro arrugado de un anciano y el rostro de un niño recién nacido. Una madre sostiene a su hijo en brazos y lo amamanta. El misterio brilla. Hermanos, hermanas, el asombro de María, el asombro de la Iglesia está lleno de gratitud. La gratitud de la Madre que, cuando contempla a su Hijo, siente la cercanía de Dios, siente que Dios no ha abandonado a su pueblo; ha venido, está cerca, es Dios-con-nosotros. Los problemas no han desaparecido, no faltan las dificultades y preocupaciones, pero no estamos solos: el Padre «envió a su Hijo» (Gal 4,4) para redimirnos de la esclavitud del pecado y devolvernos la dignidad de hijos. Él, el Unigénito, se convirtió en el primogénito entre muchos hermanos, para conducirnos a todos nosotros, perdidos y dispersos, de vuelta a la casa del Padre".
“Este tiempo de pandemia", dijo, "ha aumentado la sensación de desconcierto en todo el mundo. Tras una primera fase de reacción, en la que nos sentíamos unidos y a bordo del mismo barco, se ha extendido la tentación del ‘sálvese quien pueda’. Pero gracias a Dios hemos reaccionado de nuevo, con un sentido de responsabilidad. En efecto, podemos y debemos decir ‘gracias a Dios’, porque la elección de la responsabilidad solidaria no viene del mundo: viene de Dios; es más, viene de Jesucristo, que ha impreso de una vez por todas en nuestra historia el "rumbo" de su vocación original: ser todos hermanos y hermanas, hijos del único Padre. Roma lleva esta vocación escrita en su corazón. En Roma, todos se sienten como hermanos; en cierto sentido, todos se sienten como en casa, porque ella custodia dentro de sí una apertura universal. Puedo decir que es una ciudad universal. Viene de su historia, de su cultura; viene sobre todo del Evangelio de Cristo, que ha echado aquí profundas raíces, fecundadas por la sangre de los mártires. Empezando por Pedro y Pablo”.
Sin embargo, en esta ciudad también hay situaciones de penuria, de "descarte". "El deseo, por tanto, es que todos -los que viven aquí y los que viajan aquí por trabajo, para una peregrinación o por turismo-, todos puedan apreciarla cada vez más por el cuidado de la acogida, de la dignidad de la vida, de la casa común, de los más frágiles y vulnerables".
“Hoy”, concluyó Francisco, “la Madre -la Madre María y la Madre Iglesia- nos muestra al Niño. Nos sonríe y nos dice: ‘Él es el Camino. Síganlo, tengan confianza. Él no decepciona’. Sigámoslo, en el camino cotidiano: Él da plenitud al tiempo, da sentido a las obras y a los días. Tengamos confianza, en los momentos alegres y en los dolorosos. La esperanza que Él nos da es la esperanza que no defrauda jamás”.
Al término del rito, luego de la bendición con el Santísimo Sacramento, el Papa no fue a visitar el pesebre preparado en la plaza San Pedro, como solía hacer. Como explicó la Oficina de Prensa, fue “para evitar las aglomeraciones”.