04/01/2019, 11.44
VATICANO-EEUU
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Papa a los obispos de EEUU: para recuperar la credibilidad, necesitamos unidad y conversión

Carta de Francisco a los obispos de los EEUU, reunidos para los ejercicios espirituales, en los que él hubiera querido participar. La Iglesia, herida por los abusos, no debe creer que establecer formas de organización es suficiente, aún cuando estas sean necesarias. No caer en la tentación de suscitar “el desprestigio y la deslegitimación, la victimización o el reproche en la manera de relacionarse”.

Ciudad del Vaticano (AsiaNews) – La Iglesia de los Estados Unidos, para recuperar su credibilidad, “herida” por el escándalo de los abusos, no debe creer que para ello basta con formas de organización, si bien son necesarias, sino que debe buscar la conversión. Es lo que escribe el Papa Francisco en una larga carta dirigida a los obispos de los EEUU, quienes desde ayer y hasta el 8 de enero se encuentran reunidos en Chicago para una semana de ejercicios espirituales.   

En el documento, el Papa pone en guardia acerca de caer en la tentación de suscitar “el desprestigio y la deslegitimación, la victimización o el reproche en la manera de relacionarse”. “Todos los esfuerzos que hagamos para romper el círculo vicioso del reproche, la deslegitimación y el desprestigio, evitando la murmuración y la calumnia en pos de un camino de aceptación orante y vergonzoso de nuestros límites y pecados y estimulando el diálogo, la confrontación y el discernimiento, todo esto nos dispondrá a encontrar caminos evangélicos que susciten y promuevan la reconciliación y la credibilidad que nuestro pueblo y la misión nos reclama”.

Francisco revela, ante todo, que fue él quien sugirió  los ejercicios espirituales, en los cuales tenía intención de participar personalmente. Sin embargo, “a pesar de los esfuerzos realizados, por problemas de logística no podré acompañados personalmente. Esta carta quiere suplir, de alguna manera, el viaje fallido.”.

“En los últimos tiempos – nota el Papa - la Iglesia en los Estados Unidos se ha visto sacudida por múltiples escándalos que tocan en lo más íntimo su credibilidad. Tiempos tormentosos en la vida de tantas víctimas que sufrieron en su carne el abuso de poder, de conciencia y sexual por parte de ministros ordenados, consagrados, consagradas y fieles laicos”.

“La credibilidad de la Iglesia se ha visto fuertemente cuestionada y debilitada por estos pecados y crímenes, pero especialmente por la voluntad de querer disimularlos y esconderlos”. “Somos conscientes –prosigue- de que los pecados y crímenes cometidos y todas sus repercusiones a nivel eclesial, social y cultural crearon una huella y herida honda en el corazón del pueblo fiel”, llenándolo de “desconcierto y confusión”.

Es una “huella y herida que también se traslada al interior de la comunión episcopal generando no precisamente la sana y necesaria confrontación y las tensiones propias de un organismo vivo, sino la división y la dispersión”.

“La herida en la credibilidad”, sigue escribiendo Francisco, no se resuelve “con decretos voluntaristas” o con “nuevas comisiones” ni “mejorando los organigramas de trabajo como si fuésemos jefes de una agencia de recursos humanos”. Una visión que reduce la misión del pastor a una mera tarea organizativa. Se trata de medidas “necesarias, pero insuficientes”. “La herida en la credibilidad toca neurálgicamente nuestras formas de relacionarnos. Podemos constatar que existe un tejido vital que se vio dañado y, como artesanos, estamos llamados a reconstruir. Esto implica la capacidad — o no — que poseamos como comunidad de construir vínculos y espacios sanos y maduros, que sepan respetar la integridad e intimidad de cada persona”.

“Y esto exige no sólo una nueva organización sino la conversión de nuestra mente (metánoia), de nuestra manera de rezar, de gestionar el poder y el dinero, de vivir la autoridad así también de cómo nos relacionamos entre nosotros y con el mundo.”. Las transformaciones en la Iglesia tienen siempre como horizonte  estimular “un estado constante de conversión misionera y pastoral que permita nuevos itinerarios eclesiales cada día más conformes al Evangelio”. Es necesario hallar un espíritu en común capaz de ayudarnos en el discernimiento, “no para obtener la tranquilidad fruto de un equilibrio humano o de una votación democrática que haga «vencer» a unos sobre otros” sino como “una manera colegialmente paterna de asumir la situación presente que proteja — sobre todo — de la desesperanza y de la orfandad espiritual al pueblo que nos fue encomendado”.

La credibilidad, entonces, “será fruto de un cuerpo unido que, reconociéndose pecador”, “es capaz de proclamar la necesidad de la conversión” porque no se anuncia a sí mismo, sino a Jesús, y así testimonia que, en los momentos más oscuros, el Señor abre caminos y “unge la fe descreída, la esperanza herida y la caridad adormecida”.

Francisco luego resalta que “el Pueblo fiel de Dios y la misión de la Iglesia han sufrido y sufren mucho a causa de los abusos de poder, conciencia, sexual y de su mala gestión como para que le sumemos el sufrimiento de encontrar un episcopado desunido, centrado en desprestigiarse más que en encontrar caminos de reconciliación”. Es por eso que debemos, “despojamos de todo aquello que no ayuda a transparentar el Evangelio de Jesucristo”.

Una actitud que no reivindica para sí los primeros lugares ni los aplausos por nuestros actos sino que nos pide a “nosotros pastores, la opción fundamental de querer ser semilla que germinará cuando y donde el Señor mejor lo disponga”. Se trata de una opción que nos salva de caer en la trampa de medir el valor de nuestros esfuerzos con los criterios de funcionalidad y eficiencia que rige el mundo de los negocios”. Se trata más bien de abrirse al “abrirnos a la eficacia y al poder transformador del Reino de Dios”. “No podemos permitirnos, en medio de la tormenta –escribe el Papa- perder la fe en la fuerza silenciosa, cotidiana y operante del Espíritu Santo en el corazón de los hombres y de la historia”.

“El Señor – concluye Francisco - sabía muy bien que, en la hora de la cruz, la falta de unidad, la división y la dispersión, así como las estrategias para liberarse de esa hora serían las tentaciones más grandes que vivirían sus discípulos; actitudes que desfigurarían y dificultarían la misión. Por eso pidió Él mismo al Padre que los cuidara para que, en esos momentos, fueran uno, como ellos dos son uno, y ninguno se perdiese (Cfr. Jn 17, 11-12). Confiados y sumergiéndonos en la oración de Jesús al Padre queremos aprender de Él y, con determinada deliberación, comenzar este tiempo de oración, silencio y reflexión, de diálogo y comunión, de escucha y discernimiento, para dejar que Él moldee el corazón a su imagen y ayude a descubrir su voluntad”.

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