20/10/2024, 13.47
ECCLESIA IN ASIA
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Nuevo cardenal David: 'Misioneros de la paz y la reconciliación'

de Pablo Virgilio David *

El obispo de Kalookan, Mons. Pablo Virgilio David, presidente de la Conferencia Episcopal de Filipinas, pronunció ayer un discurso en el Centro PIME de Milán sobre el tema "Reconciliación, paz y misión: la frontera filipina". En la Jornada Mundial de las Misiones que se celebra hoy, publicamos extensos extractos de su intervención.

 

¿Qué significa trabajar por la paz y la reconciliación? Permítanme que piense en voz alta con ustedes.

- En primer lugar, implica estar preparado para afrontar los conflictos. No es una tarea sencilla tratar con personas hambrientas y enojadas, personas que son víctimas de la injusticia y que ya no confían ni en la Iglesia ni en el gobierno ni en la ley, y cuyo único deseo es la venganza.

- En segundo lugar, conlleva el peligro de morir o quedar herido en el fuego cruzado. En algunos pueblos indígenas de Filipinas hay algo parecido que llaman “rido”, una práctica similar a la lex tallionis judía, ojo por ojo, diente por diente. El que se atreve a entrar en un campo de batalla donde la gente está peleando entre sí, sólo él tiene la culpa si resulta herido.

- En tercer lugar, es una participación en la "missio Dei", la misión de construir puentes, que es el título del obispo de Roma, nuestro símbolo de unidad. (...)

Un puente conecta dos orillas para permitir que la gente vaya de una a otra. El que sirve de puente debe estar dispuesto a que lo pisen para cumplir su propósito. Eso es exactamente lo que hizo Dios cuando decidió sumergirse en la condición humana con la encarnación (kénosis, Filip. 2). Se vació de sí mismo. Estuvo dispuesto a afrontar las heridas de la humanidad siendo él mismo herido. (...)

Hay un principio fundamental que nos da la audacia de correr el riesgo de trabajar por la paz y enfrentar el riesgo de resultar heridos en el proceso: no renunciamos a la humanidad. Dios mismo nunca ha renunciado a la humanidad; siempre ha visto nuestra bondad innata, sin importar las cosas estúpidas que seamos capaces de hacer. Y por eso hacemos una distinción entre el pecado y el pecador, la acción y la persona. Odiamos el pecado pero amamos al pecador. Nunca llamamos malo a nadie, sin importar el daño que haya hecho. (¿Recuerdan a Cherry Pie Picache, que continúa hasta hoy su ministerio con los reclusos de la cárcel nacional de Bilibid a pesar de que su madre fue brutalmente asesinada por uno de ellos?).

Es lo mismo que le supliqué al gobierno durante la guerra contra las drogas ilegales, durante esa época en la que el propio presidente describió a los drogadictos como epítome del mal, como una amenaza para la sociedad, y dijo que la única manera de resolver el problema de la criminalidad era eliminar a los culpables. Expresé públicamente mi desacuerdo con él: no se puede acabar con el crimen simplemente exterminando a los criminales. Más bien hay que afrontar la situación y el sistema que genera criminales. Los drogadictos no son delincuentes, sino personas enfermas, algunas de las cuales pueden incluso ser capaces de cometer crímenes bajo el efecto de las drogas. Podemos trabajar por su rehabilitación. Tenemos el CBDRP (un programa de rehabilitación de las drogas basado en la comunidad), al que llamamos Salubong, que sigue trabajando. Hemos creado un nuevo ministerio de acompañamiento y escucha, personas formadas por profesionales en primeros auxilios psicológicos, a las que llamamos Kaagapay (un apoyo para los heridos).

Hay una profunda sabiduría en la distinción cristiana entre persona y acción, pecador y pecado. Dejamos de sentir resentimiento cuando nos concentramos en la acción y seguimos reconociendo la dignidad de la persona, preguntándonos de dónde viene y qué la impulsa a hacer el mal del que es capaz. Entonces también llegamos a verlo como una víctima que necesita nuestra compasión, no nuestro juicio o condena.

Me gusta usar la imagen del KINTSUGI japonés, el arte de recomponer un cuenco roto con oro. El pegamento que se utiliza para restaurar la integridad del cuenco es más valioso que el propio cuenco. Todos somos personas heridas. El cristianismo nunca fue pensado sólo para los santos y los meritorios. La Eucaristía no es un alimento exclusivo para los justos, sino un cuerpo partido para las personas partidas. Por eso Jesús dice: “Esta es la nueva alianza en mi sangre derramada por ustedes y por muchos, para que los pecados sean perdonados”.

Miren, el que recibió el primer bocado de pan de Jesús fue Judas. Era su manera de transformar una comida de traición en una comida de perdón. Todos somos personas heridas, como cuencos rotos. Pero no hay rotura que no pueda ser sanada por la preciosa sangre del cordero. (…).

Nuestra misión fundamental es la paz y la reconciliación en un mundo herido y en conflicto. ¿Cómo dan testimonio de la paz en Gaza hoy? ¿En Ucrania? ¿En Sudán? ¿En Myanmar? ¿En Siria y Líbano?

Jesús llamó a pescadores y utilizó la imagen de las redes para hacerle comprender a Pedro el ministerio de la reconciliación: se hacen dos gestos para reparar las redes y que sigan siendo útiles para pescar: atar las cuerdas rotas, y desatar o desenredar los nudos.

En el Sínodo, el sacramento de la Reconciliación fue propuesto como base para la teología y la espiritualidad de un ministerio de facilitación del diálogo para la gestión de los conflictos, la construcción de la paz y la reconciliación. Inspirados por el sacramento, imagino a sus partidarios comprometidos en promover y facilitar los cuatro aspectos esenciales de la Reconciliación: confesión, contrición, penitencia y absolución.

Reflexionemos sobre cada uno de estos aspectos. La gente confunde erróneamente la parte con el todo, y a veces se refieren al sacramento como penitencia o confesión. No, lo llamamos "reconciliación" e incluye cuatro dinámicas. Y efectivamente podemos proponerlo como modelo para la construcción de la paz:

1) ¿Cómo podemos vivir la reconciliación si no tenemos la humildad de confesar o admitir dos cosas:

- el mal que hemos hecho o cometido y

- las cosas correctas que no hicimos o que omitimos?

2) ¿Cómo podemos lograr la reconciliación si no somos capaces de expresar contrición o sentir pena por el daño que hemos podido causar a otras personas? ¿si no nos sentimos infelices por haber hecho que otros tengan una vida infeliz?

3) ¿Cómo podemos saber lo que es la reconciliación si ni siquiera hacemos un esfuerzo o un gesto simbólico para rectificar, una acción concreta para reparar el daño que hemos causado a otros por nuestros pecados que involucran acciones y omisiones?

4) ¿Cómo podemos reconciliarnos si no sabemos perdonar y buscar el perdón? (En la oración que Jesús nos enseñó decimos: "Perdónanos nuestros pecados, como también nosotros perdonamos a los que pecan contra nosotros").

Por último, podemos tomar como modelo la exhortación de Pablo en Efesios 6:11-15: "Revístanse de las armas de Dios para poder resistir a las acechanzas del Diablo. Porque nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los Principados, contra las Potestades, contra los Dominadores de este mundo tenebroso, contra los Espíritus del Mal que están en las alturas. Por eso, tomen las armas de Dios, para que puedan resistir en el día malo, y después de haber vencido todo, manténganse firmes. ¡En pie!, pues; con la cintura ceñida con la Verdad y revestidos de la Justicia como coraza, calzados los pies con el celo por el Evangelio de la paz".

Pablo nos enseña que las únicas batallas que debemos aprender a pelear bien en este mundo son las batallas espirituales, las batallas que peleamos contra el maligno, dentro y entre nosotros. Nos enseña a aumentar nuestro nivel de inteligencia espiritual. Después de todo, el único enemigo que nos han enseñado a rechazar como cristianos, desde el momento de nuestro bautismo, es Satanás. Por eso es tan esencial que nuestras decisiones como Iglesia sinodal en misión estén sujetas a un proceso de discernimiento comunitario por medio de las conversaciones en el Espíritu, como lo promueve el Sínodo sobre la sinodalidad que tiene lugar en este momento.

* cardenal electo, obispo de Kalookan y presidente de la Conferencia Episcopal de Filipinas

 

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