26/10/2024, 15.54
MUNDO RUSO
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Moldavia y Georgia, las fronteras del mundo ruso

de Stefano Caprio

La guerra en Ucrania obliga a los pueblos de estas tierras a tomar una decisión drástica en contra de su propia conciencia. Los moldavos quieren tener un lugar en el mundo, no sólo en el "mundo ruso", del que de todos modos saben que forman parte. Aún más dramática es la decisión que deben tomar los georgianos este fin de semana, cuando se decidirá no sólo el reparto de los escaños parlamentarios sino el futuro del país.

 

Entre la semana pasada y estos días se están celebrando las elecciones presidenciales y el referéndum moldavo sobre el ingreso en la UE, y las elecciones parlamentarias en Georgia, dos países que constituyen las fronteras históricas y lingüísticas del mundo ruso con Europa y Asia, en los lados opuestos del Mar Negro, donde se está desarrollando la gran guerra entre Oriente y Occidente. En Chisináu los resultados son inciertos, con un empate entre Rusia y Europa - aunque esta última se impone por un margen mínimo - y a la espera de la segunda vuelta para la reelección de la presidenta Maia Sandu, por delante de sus adversarios, pero sin la certeza de la victoria. En Georgia, cualquiera sea el resultado, confirmará el mismo cuadro de ruptura entre los dos mundos, con consecuencias imprevisibles para el futuro próximo.

Georgia es un país antiguo, que durante los siglos de las disputas cristianas de los Concilios se mantuvo fiel a la Iglesia bizantina, a diferencia de los armenios que se separaron, y cuando siglos más tarde nació Rusia, siempre estuvo en sintonía con ella debido a la religión ortodoxa en común. Incluso hoy, la Iglesia georgiana se siente instintivamente más unida a Rusia que al mundo occidental, y se esfuerza por afirmar su especificidad incluso en las controversias políticas. Moldavia, en cambio, es una mezcla de Rusia y Rumania, una realidad nacida de las guerras rusas contra Turquía en el siglo XVIII, y tiene una gran tradición monástica ortodoxa que desde el Monte Athos de Grecia pasó a la espiritualidad rusa de los starets del siglo XIX. Al ser ambos países ex soviéticos, hoy intentan reelaborar las herencias históricas lejanas en el tiempo con las más recientes, recuperando una identidad que no puede prescindir de las relaciones con Moscú, sobre todo en el contexto del conflicto con Kiev y las tierras ucranianas, con las que ambos pueblos tienen estrechos vínculos..

Los resultados en Chisinau muestran un 50,46% a favor de la integración europea, frente a un 49,54% en contra, y si la presidenta Sandu consigue ganar la segunda vuelta la semana que viene frente a su adversario, el prorruso Aleksandr Stoianoglo, intentará confirmar esta ajustada victoria introduciendo la "irreversibilidad" del rumbo europeo en la Constitución del país, declarándolo "objetivo estratégico" para la política de Moldavia. Rusia se involucró directamente en la campaña electoral moldava sin tener siquiera necesidad de ocultar sus acciones porque el país es mayoritariamente de habla rusa, pero aun así provocó las protestas de muchos políticos moldavos y europeos, como el jefe de la delegación de la UE, el rumano Zigfrid Muresan, que saludó los resultados del referéndum como "una clara victoria de los ciudadanos moldavos por un futuro europeo, a pesar de los intentos rusos de impedir el proceso democrático, con injerencias y amenazas sin precedentes".

De hecho, los rusos también intentaron comprar directamente los votos de los moldavos, repartiendo compensaciones a través de numerosos agentes por cifras superiores a los cien millones de euros. Dos semanas antes de la votación, la fiscalía descubrió incluso una red de estos corruptores que se remonta hasta el político-oligarca Ilan Shor, prófugo en Rusia para escapar de una condena en Moldavia por fraude y blanqueo de dinero. En realidad no se trata de un conflicto ideológico, sino sólo de una pulseada en el pequeño territorio de un país de tres millones y medio de habitantes que los rusos siempre han considerado estratégico hasta el punto de ocupar una parte del mismo, Transnistria - una franja fronteriza con Ucrania que controla la salida al Mar Negro y que sigue siendo hasta ahora una república separatista que se disputan entre Chisinau y Moscú - y apoyar el impulso autonomista de Gagauzia, una región en el suroeste del lado rumano, para indicar la frontera del mundo ruso en la zona.

Las provocaciones e injerencias continuarán en estos días previos a la segunda vuelta electoral, y después de las elecciones presidenciales seguirán las parlamentarias, previstas para 2025. Moldavia, al fin y al cabo, es una república parlamentaria y no presidencial, y el Kremlin todavía tiene muchas cartas que jugar para influir en la política local y tratar de tomar el control del país, que se encuentra - al igual que Ucrania - en una posición imprescindible para los rusos, incluso más que la Georgia caucásica. Será muy difícil encontrar el equilibrio necesario en Moldavia y todavía queda por delante un largo trabajo, incluso si se confirma la victoria proeuropea, para reunificar la facciones enfrentadas de la sociedad, teniendo en cuenta que ha votado poco más de la mitad de los habitantes y que hay muchos escépticos sobre las posibilidades reales de escapar de las garras del oso ruso o de obtener ayuda real de Europa.

Las negociaciones para unirse a la UE comenzaron el año pasado y la presidenta Sandu trata de presentar varias iniciativas de solidaridad social, como aumentar las jubilaciones al menos al doble de las actuales o repartir comidas gratuitas en las escuelas. Su adversario, Stoianoglo, nueva figura de la política moldava, apuesta todo a la lucha contra la corrupción, un problema clásico de todos los antiguos países soviéticos, encubriendo su afinidad con el Kremlin con populismo, y lleva adelante su campaña bajo el lema "¡Justicia para todos!”, prometiendo que en caso de victoria continuará el camino hacia la integración europea, pero “no como se está haciendo ahora”,  lo que deja abiertas muy diversas perspectivas.

De todos modos la victoria en Moldavia estaba en la cuerda floja, porque es un país que desde hace 30 años se encuentra en una "zona gris" entre los dos mundos,  y en cierto sentido es una situación deseada por los mismos ciudadanos, que tienen sentimientos iguales no sólo entre una parte y otra de la población sino dentro del mismo corazón de cada moldavo, que quisiera poder sentirse al mismo tiempo ruso y europeo. El problema es la guerra en Ucrania, que obliga a los pueblos de estas tierras a tomar una decisión drástica, en contra de su propia conciencia. Los moldavos quieren tener un lugar en el mundo y no sólo en el "mundo ruso", del que de todos modos saben que forman parte porque todavía es muy fuerte la huella del pasado soviético.

Aún más dramática es la decisión que deben tomar los georgianos este fin de semana, cuando se decide no sólo el reparto de los escaños parlamentarios sino el futuro de Georgia, y según los observadores deben optar no sólo entre Oriente y Occidente sino "entre la paz y la guerra". También en este caso se trata de elegir entre Europa y el Mundo Ruso para una población ligeramente mayor que la de Moldavia, después de tres décadas de un curso contradictorio de los acontecimientos postsoviéticos, en los que el partido rusófilo Sueño Georgiano, en el poder desde hace doce años, no reniega formalmente de la orientación hacia la integración europea, y la oposición proeuropea no quiere renunciar a las relaciones económicas con Rusia, que desde la invasión de Ucrania no han hecho más que beneficiar a Georgia.

El artículo 78 de la Constitución georgiana dicta formalmente que "los órganos institucionales, dentro de los límites de sus prerrogativas, deben tomar todas las medidas necesarias para garantizar la plena integración de Georgia a la Unión Europea y la Alianza Atlántica". Georgia había firmado el acuerdo para solicitar su ingreso a la UE en 2014, y desde 2017 estuvo vigente el régimen de libre circulación de sus ciudadanos sin visado en el espacio Schengen, hasta que obtuvo el estatus de candidato oficial a la Unión en 2023. Desde mayo de este año, tras la aprobación de la ley sobre "influencias extranjeras", las relaciones con Europa y todo Occidente se han frenado en forma brusca.

En efecto, la ley bloquea todas las iniciativas sociales de desarrollo relacionadas con la financiación extranjera, y se han intervenido incluso las cuentas bancarias de personas vinculadas a contactos occidentales, a las que se somete a controles sobre su estado de salud, su pertenencia a confesiones religiosas, sus opiniones políticas y hasta su orientación sexual, que fue objeto de otra ley homofóbica "contra la propaganda LGBT", de clara inspiración rusa. Sueño Georgiano espera obtener una mayoría suficiente para proscribir todas las oposiciones, y el país corre el riesgo de hundirse nuevamente en una guerra civil, como ha ocurrido a menudo en estas tierras caucásicas.

Rusia está observando, pero no sólo eso, sino que actúa recurriendo a las múltiples tácticas de injerencia comprobadas desde la época soviética, comenzando por la colaboración con las fuerzas gobernantes de los diversos países tratando de orientarlas hacia sus propios intereses. La otra carta que juega Moscú, no sólo en Moldavia y Georgia sino un poco en todas las latitudes, es el apoyo a las fuerzas conservadoras para la defensa de los "valores tradicionales", que también resulta muy eficaz en Europa y Estados Unidos, apoyando estos planteamientos con formas cada vez más generalizadas de dezinformatsija y propaganda a todos los niveles.

La guerra también permite al Kremlin utilizar la amenaza apocalíptica como forma de presión, a la vez que modula sus declaraciones de principios con su gran capacidad para adaptarse a los diversos contextos de los distintos países, pasando de los llamamientos paneslavistas y ortodoxos radicales a las formas más sutiles de antisemitismo, de "antinazismo ucraniano" y de apoyo a diferentes facciones de las fuerzas en juego, como hace con los palestinos, encontrando fáciles sintonías con muchos movimientos políticos occidentales. Uno de los objetivos más deseados por el Kremlin es la reducción de la influencia de la OTAN y la UE en toda Europa del Este, para volver a situarla en la órbita del mundo ruso.

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