Matteo Ricci sigue inspirando el encuentro entre el cristianismo y China
Ayer se llevó a cabo en la Universidad Gregoriana un congreso sobre el legado de "amistad, diálogo y paz" del gran misionero jesuita. El cardenal Parolin señaló la "continuidad y especificidad" de los tres últimos papas sobre la relación entre Beijing y Ricci. El P. Lombardi afirmó que encarnó el modelo de la inculturación. La misión es una semilla que se siembra en un campo inmenso.
Roma (AsiaNews) – El viernes 15 de noviembre se llevó a cabo en la Universidad Gregoriana de Roma un congreso titulado "Matteo Ricci, un legado de amistad, diálogo y paz", en el que se alternaron reflexiones históricas sobre el legado de Ricci y la misión jesuita en China con consideraciones sobre los acontecimientos actuales y las expectativas sobre el futuro de las relaciones entre el cristianismo y China.
La conferencia se dividió en dos momentos claramente diferenciados. En la sesión inaugural - a la que asistió un numeroso público de estudiantes y estudiosos extranjeros, junto con numerosos chinos residentes en Roma, periodistas, el obispo de Macerata y autoridades que trabajan en las oficinas de la Santa Sede (entre ellas el arzobispo Claudio Celli, protagonista de recientes misiones a China en nombre de la Santa Sede) - tomaron la palabra algunos de los protagonistas del diálogo entre la Santa Sede y China. El cardenal secretario de Estado Pietro Parolin ilustró el pensamiento de Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco sobre Matteo Ricci y China, mostrando la continuidad y especificidad de cada uno. El cardenal de Hong Kong, Stephen Chow, se refirió al camino de la Iglesia católica en China, deteniéndose también en la situación actual y expresando la esperanza de una profundización del diálogo en curso. El jesuita Federico Lombardi - redactor de la positio de la causa de beatificación - afirmó que Ricci, paladín del diálogo y del encuentro, encarnó el modelo de la inculturación que siglos después hizo suyo el padre general Pedro Arrupe, para el que acaba de terminar la fase diocesana de la beatificación. El actual superior general de la Compañía de Jesús, Arturo Sosa, insistió en la santidad de vida de Matteo Ricci y su inspiración religiosa, afirmando que hoy Ricci sigue siendo un punto de referencia y un modelo concreto para la misión de los jesuitas.
La Universidad Gregoriana, el antiguo colegio romano donde Ricci completó sus estudios filosóficos, humanísticos y científicos, organizó el congreso junto con el Archivo Histórico de la Compañía de Jesús y el patrocinio de la Universidad de Georgetown (Estados Unidos). No fue una ocasión en la que se anunciaran novedades sino una iniciativa que reunió e involucró sobre todo al mundo de los jesuitas vinculados a la historia de la misión en China, entre ellos los directores de los Institutos Ricci de Macao, París y Taipei.
Las sesiones académicas fueron dirigidas por el estudioso jesuita Nicolas Standaert de la Universidad de Lovaina (Bélgica), quien orienta desde hace décadas los estudios cristianos sobre China con perspectivas innovadoras. Participaron estudiosos de diversas partes del mundo, entre ellos la joven Valentina Yang y el director del Centro de Estudios Li Madou de Macerata, el padre Giovanni Battista Sun. También Elisa Giunipero, de la Universidad Católica de Milán, y Anthony Clark, de la Universidad de Withworth (EE.UU.). El hilo conductor fue captar el valor de la misión de Ricci en la dimensión de la relación con la realidad china y sus interlocutores y amigos. La misión es siempre una realidad "en medio de" (in between), y debe ser vista también y sobre todo desde el punto de vista del otro, es decir, de la recepción y de la relación a la que da vida la misión.
Quisiera concluir esta reflexión sobre una interesante jornada de estudio e interacción entre estudiosos de todas partes del mundo con una consideración. No hay que olvidar la modesta dimensión numérica de la misión de Matteo Ricci y colocarla en la justa proporción. A la muerte del misionero humanista (1610) había un total de 16 misioneros jesuitas en China, y pequeñas comunidades que no superaban los 3000 creyentes, entre los cuales los altos literatos no eran más numerosos que los dedos de una mano. Una realidad muy modesta, un porcentaje completamente irrelevante en un país inmenso de entre 150 y 200 millones de habitantes, que ya en aquel momento era el más populoso del mundo.
La misión siempre ha sido una semilla sembrada en un campo inmenso. El número de los misioneros, su preparación y sus cualidades son siempre radicalmente desproporcionado a la inmensidad de la empresa: ahora, como en el pasado y (es de suponer) también en el futuro. La misión en China es una prueba elocuente de que el significado de una experiencia cristiana no se puede medir en términos de resultados contables, sino por su calidad evangélica. Y después de más de 400 años, la experiencia cristiana de un puñado de misioneros extranjeros y de unos pocos católicos chinos sigue siendo una luz que ilumina el presente, una mina muy valiosa de la que seguimos extrayendo nuevos significados y orientaciones.
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