05/09/2024, 17.03
CAMBOYA
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Madre Teresa, una sed que se refleja y es saciada

de P. Alberto Caccaro *

El día de la fiesta de la santa de los más pobres entre los pobres, el p. Alberto Caccaro, misionero del PIME en Camboya, habla sobre la celebración de la Eucaristía con las Misioneras de la Caridad, en su casa de la periferia de Phnom Penh. "Cuando reparto la Comunión me hace feliz que Jesús, el Pan del Cielo, descanse sobre las manos visiblemente consumidas de sus huéspedes, a los que nadie más recibiría".

Phnom Penh (AsiaNews) – Hoy es la fiesta litúrgica de santa Teresa de Calcuta. En su memoria siempre viva a través de la obra de las Misioneras de la Caridad, la congregación de religiosas que ella fundó, publicamos esta carta del P. Alberto Caccaro, misionero del PIME en Camboya. En la foto: la oración de las Misioneras de la Caridad ante la tumba de la Madre Teresa hace pocos días, en el aniversario de su nacimiento.

Voy a menudo a celebrar la misa a una de las casas de las Misioneras de la Caridad, en las afueras de Phnom Penh. Tal vez se debe a una reliquia de la Madre Teresa, la fundadora, que se guarda en la capilla de la casa, o más simplemente al hábito que visten las religiosas, ese sari blanco ribeteado de azul que ya resulta tan familiar, o a esa multitud de personas que participan en la Misa, huéspedes permanentes de la casa, pobres, abandonados y discapacitados de distinto tipo que nadie más acogería, pero lo cierto es que la presencia de la Madre Teresa en ese lugar es tan evidente que, cada vez que entro, la percibo y la busco con la mirada. Pueden creerme, realmente la veo. En las hermanas que están haciendo la limpieza de la mañana, pero que, cuando suena la campana, se apresuran a acudir a la oración; la veo en los huéspedes que miran hacia cualquier parte, pero que no podrían estar en otra parte, y que pronto recibirán el Cuerpo de Cristo, tanto si comprenden como si no comprenden el significado de ese regalo; la veo también en la inscripción “I thirst” (Tengo sed) que se encuentra junto al Crucifijo, Aquel que dio su vida por esa sed y por esas personas.

Dicen que el color blanco del sari representa la verdad, mientras que el azul en los bordes debe recordar el color de los ojos de María, su pureza: ese Cielo que la Virgen lleva dentro y que nadie puede violar. En realidad, como muchos saben, la santa de Calcuta no sólo fundó las religiosas misioneras, sino también otras congregaciones, cinco para ser exactos, como las llagas de Cristo. Según parece, respondiendo a su incontenible naturaleza mística, la Madre Teresa quiso fundar, una tras otra, esas cinco congregaciones precisamente para curar esas cinco llagas. En efecto, en 1950 comenzó con las Hermanas Misioneras de la Caridad, luego en 1963 fundó la congregación de los Hermanos Misioneros de la Caridad. En 1976 le tocó el turno a la rama contemplativa de las Hermanas y luego, unos años más tarde, en 1979, comenzó también la rama contemplativa de los Hermanos (Contemplative Brothers). Finalmente, en 1984, los Padres Misioneros de la Caridad, en este caso sacerdotes, dedicados también al servicio de los más pobres entre los pobres. Cinco congregaciones para curar esas cinco llagas (de Jesús) que siguen abiertas en la piel de los más pobres.

En la celebración, cuando reparto la Comunión a los presentes, me hace muy feliz que Jesús se pose sobre esas manos visiblemente consumidas por enfermedades agresivas que tensan los nervios, deforman los músculos, desarticulan los gestos e impiden cualquier respuesta más allá de un simple “¡Amén!”, a las palabras “el Cuerpo de Cristo” que pronuncio en el momento de ofrecerles el Pan del Cielo. Cuando celebro la Eucaristía entro en la rutina de las hermanas, siempre la misma y sin embargo nunca repetitiva.

Por eso al final de la Misa recito con ellas las oraciones de agradecimiento. Me gusta una sobre todo, atribuida al cardenal John Henry Newman (1801-1890) y adaptada por las religiosas para la oración comunitaria. Las hermanas se dirigen a Jesús con palabras de una profundidad inaudita: «Querido Jesús, ayúdanos a esparcir tu fragancia dondequiera que vayamos. Inunda nuestras almas de espíritu y vida. Penetra y posee todo nuestro ser... Haz que te prediquemos sin predicar: no con palabras sino con nuestro ejemplo, por la fuerza contagiosa, por la influencia de lo que hacemos, por la evidente plenitud del amor que nuestro corazón siente por tí. Amén".

En esa oración puedo percibir entre líneas la personalidad, la fe sensible, el amor del cardenal Newman por Jesús, y siento que esa fuerza que cautiva, esa influencia contagiosa y esa plenitud evidente son un don, están ahí, para mí y para muchos, gracias a la vida de estas hermanas para las cuales yo simplemente celebro. Tenerlas frente a mí en el espacio sagrado de la Eucaristía hace más valioso mi sacerdocio, lo lleva a un nivel que no podría alcanzar por sí mismo.

En efecto, cada vez que celebro la misa se repite la misma escena. Es un momento especial que hace que esa Eucaristía sea siempre única precisamente porque se celebra en ese lugar, en esa capilla en particular, con esa inscripción en la pared al lado de la cruz, “I thirst”, a la que siempre doy la espalda mientras presido la Eucaristía. Si estuviera en otro lugar no sería lo mismo. Sólo allí, cada vez que levanto el cáliz después de haber pronunciado sobre el vino las palabras de la consagración, y en el momento de la doxología, cuando digo "Por Él, con Él y en Él...", sobre la superficie dorada del cáliz que tengo en mis manos, elevado justo por encima de mis ojos, veo mi rostro reflejado, veo la cruz justo detrás, y veo la inscripción “I thirst”.

Veo todo reflejado: el cáliz de su sangre, mis manos que lo sostienen, mi rostro, su cruz y su sed. Por un instante ese “I thirst” se vuelve mío, se vuelve yo, y siento una invitación a beber de ese cáliz que es lo único que puede dar a mi sed un sentido y una respuesta. Es una visión, imposible en otro lugar, marcada por una extrema sencillez y, sin embargo, tan clara como para devolver a ese lugar, a esas hermanas, a esos huéspedes, a mi sacerdocio, a mi sed y a su sed, a la Eucaristía, su justo sentido. Y me digo ¡así tiene que ser para ser como debe ser!

De la misma manera comprendo por qué la Madre Teresa pedía a menudo a la Virgen que no sólo cuidara esas cinco congregaciones, sino incluso que "las escondiera dentro de las llagas de Jesús", imaginando que cada una de ellas correspondía a una llaga particular de Cristo, en el siguiente orden: «Las Hermanas y Hermanos misioneros corresponden a las llagas de las manos, las Hermanas y Hermanos contemplativos a las llagas de los pies y los Sacerdotes a la llaga del Corazón de Jesús». ¡Magnífico!

Seguir celebrando en su casa es un verdadero honor para mí.

* missionario del Pime in Cambogia

 

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