15/03/2025, 14.42
MUNDO RUSO
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Los disidentes religiosos en la Rusia ortodoxa

de Stefano Caprio

Entre los sacerdotes ortodoxos rusos que se pronuncian contra las “liturgias bélicas” también hay diferentes posiciones, desde los que quieren permanecer dentro de la Iglesia patriarcal hasta los que se orientan hacia otras jurisdicciones ortodoxas, los que se limitan a la resistencia pasiva y los que intervienen explícitamente contra el propio patriarca, como el teólogo y diácono Andrej Kuraev.

 

En los últimos días se celebró en forma virtual la conferencia internacional de las IX “Lecturas de Yakunin”, que comenzaron en 2016, dos años después de la muerte de uno de los más importantes disidentes religiosos de la época soviética, el padre Gleb Yakunin. En 1965, siendo un joven sacerdote ortodoxo, él envió una carta al entonces patriarca Alexei I (Simansky, conocido como "el patriarca de Stalin”) que había escrito junto con Nikolai Eshliman, en la que acusaba a la jerarquía de la Iglesia rusa de apoyar al régimen comunista que oprimía a la población y negaba incluso la libertad de profesar la religiínn abiertamente. Tras pasar ocho años en campos de concentración soviéticos, Yakunin fue liberado durante la perestroika de Gorbachov y se convirtió en diputado de la Duma de Moscú, contribuyendo a la aprobación de las primeras leyes sobre la libertad religiosa, posteriormente restringidas y distorsionadas en la Rusia de Putin. Decepcionado por la evolución postsoviética del Patriarcado de Moscú, que nunca logró desprenderse del apoyo a las políticas de Estado, el padre Gleb fundó su propia Iglesia “Ortodoxa Apostólica”, y siguió siendo hasta el final un indómito defensor de la libertad de conciencia.

La conferencia de este año estuvo dedicada al tema “Viejos y nuevos disidentes religiosos”, en el contexto de las constantes presiones y excomuniones de los sacerdotes que condenan la guerra del régimen de Putin y del Patriarca Kirill, o incluso que simplemente no “rezan por la Victoria”. En efecto, muchos afirman que es necesario volver a utilizar el término “disidentes” incluso en este período de “soberanismo ortodoxo”, e ir más allá del de simples “opositores”, como siempre se ha llamado al mártir Alexei Navalny, aplicando también el concepto de “disidencia” en el ámbito de las cuestiones religiosas que ya no se refieren al enfrentamiento entre el ateísmo y la profesión de fe, sino entre la “teología política” patriarcal y la experiencia de fe que rechaza la guerra.

El filósofo siberiano Nikolai Karpitsky, quien hoy vive en la frontera de la guerra, en Slóviansk, en la región de Donetsk, hizo una ponencia sobre “La guerra y la crisis de la identidad religiosa”, en la que afirmó que el problema de la disidencia religiosa nace cuando “las reglas eclesiásticas y canónicas se vuelven rígidas y no permiten ninguna opinión interna en contrario… en tiempos de paz estas oposiciones pueden pasar desapercibidas, pero la guerra las pone en evidencia”. El considera que el mecanismo de transformación de la religión en ideología se activa cuando "la tensión a proponer las propias posiciones morales en la sociedad se traduce no en una prédica religiosa, sino en una pretensión respecto a todos, incluso contra los que defienden otras convicciones". En este caso se apela a la “ideología de los valores fundamentales”, que en realidad son una “imitación de la religión” que transforma la fe en una “parodia a favor del poder”.

Esta es, de hecho, la parábola del “renacimiento religioso” de la Rusia postsoviética, que ha seguido sometiendo la religión a la ideología, obteniendo un resultado aún más opresivo que la propia propaganda del ateísmo de Estado. Karpitsky define la ortodoxia obligatoria de los rusos actuales como una obradoverie, una “creencia ritual” acrítica que se somete a las autoridades religiosas y observa sus prácticas formales, que “se adaptan a las condiciones sociopolíticas y terminan sirviendo únicamente al poder político reinante”. Básicamente esta era también la interpretación de la ortodoxia en la época soviética, contra la cual reaccionaba la disidencia religiosa del padre Gleb Jakunin y de muchos otros, como el padre Aleksandr Men, asesinado en 1990 por las fuerzas oscuras del régimen que estaba cambiando de piel para no perder su poder. La ideología de los valores termina proyectándose como una visión imperial y universal, que se remite a la voluntad del Altísimo como fuente de todo principio de orden mundial y termina justificando la dictadura y la guerra contra los "enemigos de la verdadera fe".

Las “Lecturas de Yakunin” son organizadas por Elena Volkova, autora de un importante libro sobre el sacerdote disidente Glyba Gleba, el “Bloque de Gleb”, que habla de la “evidente regresión a las políticas soviéticas” del régimen actual, que también está poniendo en evidencia el resurgimiento del movimiento disidente. En el fondo, "siempre es el mismo país y el mismo Patriarcado de Moscú, el de los sergiantsy mentirosos", dice, utilizando una definición en boga entre los disidentes religiosos de los años '60, que acusaban a los líderes eclesiásticos de traicionar sus propias tradiciones, comenzando por la sumisión del metropolita Sergij (Stragorodsky), el primero en reconocer el régimen soviético y que más tarde se convirtió en el primer patriarca restaurado por Stalin en 1943, por apoyar la guerra contra el nazismo.

Por otra parte, recuerda Volkova, el término “disidentes” se remonta a los protestantes ingleses de los siglos XVI y XVII, que no aceptaban los compromisos de Enrique VIII con las tradiciones católicas tras la ruptura con Roma y fundaron la “Iglesia híbrida” anglicana. Los puritanos, cuáqueros y otros grupos exigieron una verdadera adhesión a las reformas nacidas del cisma luterano, y fueron llamados “dissenters” o disidentes, un término nacido para señalar a aquellos que cuestionan a la Iglesia dominante en su propio país. En la conferencia también participó el protoierej Georgij Edelstein, gran amigo del padre Gleb Yakunin, que hoy tiene noventa y tres años y emigró a Israel cuando comenzó esta guerra, el “patriarca”, en la práctica, de la disidencia religiosa rusa. Él no se considera un disidente - porque afirma que la actual Iglesia del Patriarcado de Moscú, refundado por Stalin, es ilegítima - sino un sacerdote de la "auténtica Ortodoxia prerrevolucionaria". El padre Georgij fue miembro del “Grupo de Helsinki”, fundado tras la Declaración de los Derechos Humanos que se firmó en 1975, incluso por la Unión Soviética, apoyada en ese momento también por la Santa Sede en el momento más álgido de la Ostpolitik vaticana de aquellos años.

Según el padre Georgij, “en el territorio de la Rusia histórica, desde Petersburgo hasta Vladivostok, todavía sigue en pie el Estado fundado en octubre de 1917 por Lenin, Trotsky y Stalin”, el Estado que el filósofo Ivan Il’in llamó sarcásticamente Sovdepija, de la primera definición de Sovet Deputatov, el “Soviet de los diputados”, del que deriva el término Sovok, el ciudadano “de los Soviets” que aún hoy indica a aquellos que se mantienen apegados al legado soviético, del cual el presidente Vladimir Putin es el verdadero representante. Edelstein dice que “no entiende cómo hoy aquellos que se consideran los verdaderos patriotas rusos y veneran a Il’in como su principal pensador no recuerdan su advertencia de no confundir a Rusia con Sovdepiya”. En su opinión, el reino de los Sovok se ha “transfigurado” varias veces, con las reformas de la “Nueva Política Económica” de Lenin y el deshielo de Jruschov hasta la perestroika de Gorbachov y el putinismo postsoviético, pero “son solo cambios de nombre, como en la fábula de las cabras que se engañan pensando que cuando el lobo habla en el lenguaje de las cabras, deja de ser lobo”.

Los disidentes soviéticos eran aquellos que defendían los derechos humanos, como los de la Carta de Helsinki, con una visión humanitaria y democrática, orientada al respeto a las leyes y al derecho internacional, que utilizaban contra el totalitarismo soviético el lema “¡Respeten su Constitución!”. El padre Yakunin también defendía el legalismo, pese a que contenía muchas discriminaciones contra los creyentes, denunciando la violación del principio de separación de la Iglesia y el Estado impuesto por el propio Lenin. La Iglesia soviética, en cambio, estaba totalmente al servicio del Estado, como lo está hoy la Iglesia putiniana, y una vez más se pisotean los principios constitucionales, por no hablar del ya descartado derecho internacional. Entre los diversos grupos de disidentes religiosos, como recuerda el activista humanitario Lev Levinson, existían las más diversas variantes, desde los que soñaban con la restauración de la monarquía zarista hasta los nacionalistas rusos de diversos matices, pasando por demócratas sinceros como Yakunin o Zoya Krakhmalnikova, escritora y publicista fallecida en 2008, y muchos otros.

Hoy tampoco es posible dar una definición acabada y compartida del disenso de los “opositores” anti-Putin, que a finales de febrero marcharon por miles por las calles de Berlín encabezados por Ilya Yashin, Vladimir Kara-Murza y ​​Julia Navalnaya, la esposa de Alexei, cuyos seguidores están en polémica con todos los demás “disidentes” dentro y fuera del país. Incluso entre los sacerdotes ortodoxos rusos que se pronuncian contra las “liturgias bélicas” también hay posiciones muy diferentes, desde los que quieren permanecer dentro de la Iglesia patriarcal hasta los que recurren a otras jurisdicciones ortodoxas, los que se limitan a la resistencia pasiva y los que intervienen explícitamente contra los referentes y el propio patriarca, como el teólogo y diácono Andrej Kuraev, que hoy vive en el extranjero tras ser excomulgado y puesto bajo investigación por “difamación de las fuerzas armadas”.

Kuraev publicó recientemente un libro de varios volúmenes sobre “La mitología de las guerras rusas”, para mostrar el engaño de la “mayor potencia terrestre, que quiere mostrarse como la más amante de la paz” librando desde siempre guerras en todas las latitudes apelando a motivaciones sagradas y superiores. Uno de los mitos más recurrentes que denuncia es el del supuesto “odio de Europa y Occidente hacia Rusia”, que sirve para justificar agresiones e invasiones como la de los últimos años en Ucrania. El disenso, como enseñaba el gran escritor y disidente Alexander Solzhenitsyn, es ante todo la búsqueda de la verdad, “vivir sin mentiras”, no contra alguien, sino para defender la libertad y la dignidad de cada ser humano, de cada hijo e hija de Dios. 

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