07/02/2025, 11.10
GEORGIA
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Las protestas de los georgianos entre rejas

de Vladimir Rozanskij

Desde hace más de dos meses, Tiflis protesta contra las elecciones manipuladas por el Sueño Georgiano, y la represión se endurece. Los testimonios de quienes acabaron entre rejas recogidos por Ekho Kavkaza: «Incluso entre los policías, muchos no están contentos con lo que está ocurriendo en nuestro país».

Tiflis (AsiaNews) - Desde hace dos meses, las plazas de Tiflis, y de muchas otras ciudades georgianas, están animadas por las protestas de ciudadanos, sobre todo jóvenes, que no aceptan la deriva antieuropea y prorrusa del país, tras unas elecciones totalmente manipuladas por la casta de poder Sueño Georgiano, el partido creado por el oligarca de Putin Bidzina Ivanišvili. Las concentraciones se trasladaron de la céntrica prospekt Rustaveli, frente al Parlamento, a los distintos rincones de la capital, y la represión de las fuerzas del orden se hizo cada vez más dura, llevando a la cárcel a un número de personas ahora difícil de precisar.

Un reportaje de Ekho Kavkaza intentó ir «entre bastidores», es decir, tras los barrotes de este movimiento de protesta, para dar voz a quienes ya no pueden salir a la calle. Roman Akopov, informático de 41 años, fue detenido junto a otras personas el 18 de enero en el distrito de Temka, en Tiflis, mientras se manifestaban frente al edificio de la policía. Un profesor que estaba a su lado, llamado Guram, se había envuelto la cabeza con un pañuelo, en protesta por la norma que prohíbe cubrirse la cara, razón por la que los policías lo detuvieron a él y a todos los que estaban a su lado.

Roman cuenta que «nos metieron en un microbús, pero sin violencia como en otros casos, de hecho fueron muy amables con nosotros», poniendo de relieve una paradoja según la cual «los representantes de las autoridades se muestran comprensivos, pero el sistema es de terror». Se intenta infundir un «trauma psicológico» en la población para que los que protestan se sientan culpables, como verdaderos «enemigos de la patria». En el confinamiento solitario, las condiciones son las típicas de los tiempos soviéticos más oscuros, con la luz siempre encendida y la imposibilidad de dormir, «sin papel ni lápiz para escribir, sin libros para leer, corres el riesgo de volverte loco y empecé a tener alucinaciones». A Roman incluso le confiscaron las gafas por la montura metálica.

Roman sólo consiguió conversar con uno de los guardias, que le había preguntado si había sido detenido durante las manifestaciones, y al confirmarlo vio cómo las palabras se le atragantaban en la garganta: «quiso decir algo consolador, pero no pudo... Sentí más pena por él que por mí, yo estaba preso físicamente, él moralmente». Al final lo llevaron ante los jueces en un lúgubre sótano al 'estilo Lubjanka del KGB', condenándolo a pagar una multa de 2.200 lari (unos 500 euros), liberándolo tras dos semanas de 'tortura psicológica'. Sin embargo, salió «con aún más esperanza, porque vi que incluso entre los policías muchos no están contentos con lo que está pasando en Georgia».

El relato de Roman se ve corroborado por los testimonios de muchos otros activistas detenidos, como Zviad Robakidze, de 34 años, que había organizado una protesta en torno al restaurante Babilo de Tiflis, donde los jueces municipales se habían reunido para celebrar sus logros. La policía desalojó la entrada del restaurante y detuvo a algunos de los manifestantes, que posteriormente fueron acusados de vandalismo y resistencia a la autoridad. Zviad relata que «los policías que nos detuvieron comprendieron que no somos violentos ni infringimos ninguna ley, se veía que en realidad estaban de nuestro lado». Cuando pusieron a los detenidos entre rejas, los guardias les aseguraron que «aquí estarán bien, estas celdas son mucho mejores que las de otras cárceles de la ciudad».

Lo que más sufren los manifestantes detenidos es el «vacío de información», y si pueden comunicarse entre ellos pasan el tiempo discutiendo sobre el destino del país, «como mucho jugamos a algunos juegos verbales para pasar el rato», dice Zviad. Lo que más le reconforta es saber que fuera de la cárcel hay un amigo íntimo suyo, David Simonja, que permanece a las puertas con un cartel: «Mi amigo está en la cárcel, y yo estoy delante de la cárcel». Más que las protestas políticas, lo que se exalta en el actual conflicto social en Georgia es el espíritu de fraternidad, no sólo entre opositores al régimen, sino incluso entre oprimidos y opresores.

 

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