La trampa soviética de Putin

de Stefano Caprio

Hoy Moscú se toma su tiempo para poder hacer la proclamación de la Victoria el 9 de mayo. Pero la sintonía con Trump ya le proporciona de todos modos lo que esperaba desde hace más de treinta años: el regreso de Rusia a la mesa de las superpotencias, como actor de primer plano en la arena política mundial.

Las negociaciones entre Donald Trump y Vladimir Putin se arrastran lentamente sin dejar, de hecho, entrever un final del conflicto en Ucrania, con las promesas de no tocar las infraestructuras energéticas ucranianas, mientras que el mismo día una lluvia de drones kamikaze y bombas aéreas cubrió todo el país invadido, ocupado y devastado desde hace más de tres años. El Kremlin acompaña estas falsas promesas con garantías cuanto menos tragicómicas, contando que tan pronto como Putin dio la orden de no atacar las centrales ucranianas, los aviones rusos se vieron obligados a derribar sus propios drones que se dirigían precisamente hacia esos objetivos, a los que luego Trump propuso poner bajo la protección de los estadounidenses. A cambio, parece que los dos emperadores lograron ponerse de acuerdo sobre los partidos de hockey entre sus respectivas selecciones nacionales, una noticia que despertó gran entusiasmo en la opinión pública rusa, que considera a los estadounidenses como sus propios sparring partners para obtener victorias verdaderamente satisfactorias.

Es evidente que Putin apunta a la proclamación solemne de la Victoria en el desfile del 9 de mayo, y antes de eso cualquier negociación será solo una puesta en escena, en la narrativa trumpiana de los "espectáculos televisivos bien logrados" y de las conversaciones "cordiales y muy prometedoras". El próximo episodio de la serie ruso-estadounidense será en Jeddah el 23 de marzo, para empezar a poner por escrito el plan de paz (también irán los ucranianos, pero sin encontrarse con los rusos), o quizás solo la trama de los capítulos posteriores, a fin de mantener alto el interés del público. Por parte de los rusos se aplica la táctica clásica de la "trampa soviética", como observó el exoficial de la CIA Matthew Schumacher, cuando en tiempos de la guerra fría la URSS ralentizaba cualquier proceso de diálogo y negociación para intentar mientras tanto reorganizarse, y encontrar nuevas palancas para presionar a sus adversarios. Hoy Putin necesita tiempo no sólo para respetar el calendario de los episodios hasta mayo, sino también para resguardarse desde el punto de vista político y militar, y sobre todo económico.

La sintonía entre los dos grandes jugadores de hockey de Oriente y Occidente, como confirman todos los observadores, entrega al Kremlin la primera y fundamental victoria que anhela desde hace más de treinta años, es decir, el regreso de Rusia a la mesa de las superpotencias, como actor protagonista en la arena política mundial. La cuestión de Ucrania ni siquiera es el tema principal del diálogo, porque además del deporte de los palos sobre el hielo en realidad lo más importante son los grandes negocios de energía y minería, y para eludir las sanciones ya no hará falta recurrir a los súbditos caucásicos y centro asiáticos o al gran hermano chino, sino directamente a los socios estadounidenses. Lo último que podría interesar al zar son las soluciones para la paz, dado que ya ha quedado establecido que la guerra seguirá siendo el contexto fundamental de la vida de los pueblos, sobre todo en Europa y sus alrededores.

Una confirmación adicional de la intención de Putin de continuar la guerra hasta sus últimas consecuencias la dio la asamblea de la Unión Rusa de Empresarios e Inversores (RSPP) hace pocos días, donde el presidente aseguró que "Rusia está lista para atacar Odessa", si Ucrania no reconoce las regiones anexadas de Crimea, Lugansk, Donetsk, Zaporiyia y Jersón, que los rusos llaman "Donbass y Novorossiya", las zonas simbólicas de los cosacos y judíos deportados en siglos pasados. Inicialmente la pretensión se limitaba al territorio históricamente más significativo de la península de Crimea, ocupado e incorporado en 2014, pero como "nadie nos escuchaba", se ha llegado a imponer la presencia rusa aún más allá de los territorios efectivamente conquistados, dado que partes de estas regiones todavía se encuentran bajo el control de Ucrania. De todos modos Putin ha declarado que Moscú puede ir incluso sobrepasa estas de estas demandas, y apuntar a "todos los territorios actualmente bajo el control de Kiev". No es casualidad que la conversación telefónica con Trump haya tenido lugar inmediatamente después de la asamblea de los empresarios, en la que el zar ha encontrado especial inspiración.

El encuentro de la RSPP también ha dejado una huella de grandes esperanzas en el ánimo de los industriales rusos, sobre todo después del informe del ministro de Finanzas Anton Siluanov - que fue resumida con la frase "no hay dinero, pero ustedes resistan" por el presidente de la asociación Aleksandr Shokhin - que también invitó a los presentes a "apoyar las actividades empresariales con oraciones, además de las acciones". Siluanov insistió en que el gobierno hará todo lo posible con "subsidios, privilegios y descuentos", aunque en cualquier caso recomendó reducir los despilfarros y deshacerse de las actividades no rentables, como está haciendo actualmente el gigante Gazprom, despidiendo a miles de empleados y subastando sus sedes más lujosas en todo el país. El mismo Putin reconoció después la necesidad de "enfriar la economía" aunque invitó a "no llegar hasta las cámaras hiperbáricas", sin ilusionarse con la esperanza de que se levanten las sanciones contra Rusia que "no tienen precedentes en la historia", y son la expresión de la voluntad de Occidente de "no permitir que crezca nuestra economía" para evitar una competencia innecesarias en los mercados internacionales.

El mantra de Putin en este sentido confirma "la utilidad de las sanciones, que son un catalizador de nuestro desarrollo", porque obligan a Rusia a repensarse a sí misma como un país autónomo y en perenne guerra con el mundo, sin deberes ni deudas para con los demás. Es cierto que no faltan los problemas, con los miles de millones de gastos militares que alimentan la imparable inflación, sofocando la economía con tasas de interés exorbitantes desde hace meses. Según datos del Zmakp, el Centro de análisis macroeconómico y de pronósticos a corto plazo muy cercano al Kremlin, una de cada cinco empresas en Rusia está en riesgo de cierre, con una economía condicionada por las "avalanchas de bancarrotas corporativas". El PIB nacional había crecido en 2024 un 4,1%, con una economía inflada por las inversiones en la industria de armamentos, pero para el año en curso el Fondo Monetario Internacional prevé como máximo el 1,5%, tres veces menos que el anterior.

Por lo tanto hace falta al menos una pausa, y las fiestas de mayo traerán seguramente alguna forma de distensión temporal. Los más entusiasmados con las últimas conversaciones imperiales son los dirigentes de Crimea, que esperan el reconocimiento de la anexión por parte de los Estados Unidos de Trump, porque no pueden conformarse con el de Irán, Venezuela y Corea del Norte. En Sebastopol se había desmantelado la réplica de la Estatua de la Libertad, que ahora se está recuperando a toda prisa del depósito donde había sido desechada por orden del presidente del Parlamento de Crimea Vladimir Konstantinov, según el cual los "buenos resultados" de la telefoneada transoceánica se refieren precisamente al estatus de la península del Mar Negro. Añade, naturalmente, que "no permitiremos que los estadounidenses pongan sus manos sobre nuestros recursos, como intentan hacer en Ucrania", pero asegura que "Crimea será un espacio adecuado para el diálogo y la colaboración en igualdad de derechos y en beneficio de todos", en el espíritu de la nueva Yalta trump-putiniana. El cambio de actitud es notable, considerando que Konstantinov era uno de los críticos más acérrimos de Trump antes de su reelección, a quien calificaba como "un enemigo peor que todos los demás".

El vice primer ministro de Crimea, Georgij Muradov, representante de Putin en la península, afirmó que las conversaciones de estos días son la "superación del enfrentamiento entre las civilizaciones", e incluso "la formación de un nuevo sistema de orden mundial, sin conflicto militar global". Quien muestra mejor que todos el entusiasmo de los rusos es un empresario y blogger moscovita que vive en Sebastopol, Aleksandr Sergeev, conocido como Gornyj, "el Montañés", que escribe "y ahora los pindosy se han convertido en nuestros amigos", utilizando un término de origen ucraniano-crimeo que indica un desprecio irónico hacia "los extranjeros tontos", como antiguamente se llamaba a los griegos de la península, y a los estadounidenses en la época soviética. Ahora los propagandistas del Kremlin han recibido instrucciones de no usar más el término anglosaksy, puesto que ha terminado la "guerra de las civilizaciones", y vuelven a estar de moda los pindosy, que son fáciles de engañar y explotar.

El bloguero Gornyj asegura a continuación que "volveremos a volar en Boeing, a conducir los Ford y a usar las tarjetas de crédito Visa, será una gran turbulencia llena de sorpresas, nos esperan ya desde el verano grandes cataclismos y catástrofes climáticas, que se convertirán en invasiones tecnogénicas y en nuevas crisis mundiales, y nuestra Crimea estará en el centro de todo eso". Esta es precisamente la visión de la "paz putiniana", que no nace de los acuerdos y las negociaciones, sino poniendo a Rusia en el centro del mundo, para impedir a cualquiera que se convierta en su amo. No será un armisticio temporal, sino una paz eterna.

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