La nueva Yalta de Putin y Trump
El 80 aniversario de la Conferencia entre Stalin, Roosevelt y Churchill y los renovados objetivos de los emperadores actuales para dividir el mundo. Mientras, en las celebraciones, el tema principal ya no es el fin de la guerra sino qué régimen se instalará en Kiev en los próximos años.
En estos días se conmemora el 80 aniversario de la Conferencia de Yalta, que tuvo lugar del 4 al 11 de febrero de 1945 en la península del Mar Negro, el mismo lugar donde en 2014 comenzó la actual guerra entre Rusia y Ucrania. En ella participaron los tres jefes de Estado vencedores de la Segunda Guerra Mundial, Iosif Stalin, Franklin Delano Roosevelt y Winston Churchill, y la propaganda rusa se está dedicando a reinterpretar el acontecimiento con una serie de manifestaciones, llama a Crimea “patria de la ONU” y “patria del nuevo orden mundial”, y hasta ha propuesto trasladar a Crimea la nueva sede de la ONU “con vistas a un nuevo mundo multipolar”.
De esto se disponen a hablar los dos emperadores, Vladimir Putin y Donald Trump, y, sin duda, el primero sueña con poder volver al Palacio de Livadia donde se llevó a cabo la conferencia de 1945, la residencia de verano de los últimos zares. Pero la “nueva Yalta” se celebrará en terreno neutral, probablemente en Arabia Saudita, y el objetivo será similar al de ochenta años atrás: repartirse el mundo y proclamar un estado de guerra perenne, no ya “fría”, sino “híbrida”, como corresponde a las dimensiones digitales y artificiales de este nuevo milenio. Y no será la reunión de la troika de vencedores, sino de la pareja especular de los grandes imperialismos de Oriente y Occidente, pese a la sombra de los aliados a sus espaldas, la imprevisible y débil Europa y la indescifrable y poderosísima China.
La tercera en discordia entre Putin y Trump será la destruida y torturada Ucrania, cuyo presidente Volodymyr Zelenskyj ya ha sido deslegitimado por ambos. Al afirmar que “es hora de preparar elecciones en Kiev”, que “Ucrania también podría pasar a ser rusa” y que de todos modos “no formará parte de la OTAN”, Trump le ha dado la razón a Putin en todas las motivaciones de la guerra, que debe “derrocar al régimen nazi” y volver a poner bajo el control de Moscú a la “pequeña Rusia” degenerada. En la nueva Yalta se disuelve el sueño ucraniano de una verdadera soberanía, se archiva su integridad territorial y se reparten sus territorios según los intereses de cada uno: a los estadounidenses les interesan las tierras raras para alimentar las nuevas tecnologías, a los rusos las minas de carbón del Donbass, para continuar su camino de energías contaminantes, poniendo en evidencia la diferencia entre los dos mundos. Ni siquiera se trata de dos sistemas económicos divergentes, como el capitalismo y el comunismo de la guerra fría, donde era fácil elegir un bando u otro por razones ideológicas. Son dos mundos que se superponen en el alma del hombre contemporáneo, el pasado de los “valores tradicionales”, duros como el carbón y oscuros como el petróleo, y el futuro de las “inteligencias artificiales”, fluidas como los géneros sexuales y tan invisibles como las formas actuales de comunicación, que no requieren la presencia física de seres humanos.
Preparando las solemnidades de los 80 años de la Conferencia de Yalta, preludio del gran desfile de la Victoria en el que podrían coincidir los dos emperadores, ha salido a la luz un hecho curioso revelado por algunos periodistas. El monumento de bronce de la troika de los vencedores en Livadia, esculpido en 2015 por el bardo del nuevo poder ruso, Zurab Tsereteli, en la práctica no tiene dueño, porque no fue incluido en el presupuesto de ninguna institución y en consecuencia se encuentra en estado de abandono, con marcas de óxido en la capa de Roosevelt y la casaca de mariscal de Stalin, con grafitis irónicos de oportunistas y la lápida rota, aunque las rodillas brillen por las señales de la devoción popular. La jefa de la administración local rusa, Yanina Pavlenko, prometió poner todo en orden lo antes posible, para restaurar el significado simbólico de la “gran trinidad de los poderosos” que había desnazificado al mundo entero.
En realidad el escultor ruso-georgiano Tsereteli, que hoy tiene 91 años, es precisamente uno de los maestros del simbolismo neoimperial, al que ha dedicado numerosas estatuas imponentes en toda Rusia y otras partes del mundo, desde Pedro el Grande hasta Vladimir el Bautizador, pasando por la de san Nicolás de Myra que se encuentra frente a la basílica de Bari y fue donada por Vladimir Putin para honrar al protector de la Santa Rusia. Por lo general todas sus figuras de bronce tienen una apariencia semejante, como si fueran siempre un único personaje que reúne en sí a todos los demás, en el ambicioso estilo del “mundo ruso”. Pero la troika respeta bastante las imágenes bien conocidas en todo el mundo de los tres grandes, acentuando quizás la expresión amenazante de Stalin para reproducir los sentimientos de su actual sucesor en el Kremlin. El monumento debía estar terminado para el 60º aniversario en 2005, pero después se lo instaló para el 70º y hoy parece más necesario que nunca en el 80º, para expresar el significado de los acontecimientos actuales.
En vísperas de las celebraciones, los servicios del FSB ruso desclasificaron una serie de documentos de la conferencia de Yalta y se presentaron varias publicaciones nuevas sobre el histórico evento, con una gran conferencia que reunió a estudiosos de todo el mundo sobre el tema “Yalta 1945-2025: La lucha por un nuevo orden mundial y la iniciativa rusa en el siglo XXI” en la nueva Universidad Federal de Crimea, ex universidad local de Ucrania. Aquí quedaría confirmada la lectura rusa de la historia del siglo pasado - ya condenada por el Parlamento Europeo el 23 de enero como “falsificación de la historia” y manipulación de las conciencias - con el objetivo de justificar la guerra actual. Como declaró la representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores, la estonia Kaja Kallas, “la desinformación es un aspecto fundamental de la actividad bélica de los rusos, un frente de la guerra híbrida que atraviesa nuestros sistemas democráticos, universidades y parlamentos, los medios de comunicación y todas las otras instituciones, para crear una mentalidad de desconfianza y azuzar los conflictos internos en nuestras sociedades”. No es casualidad que precisamente Estonia sea uno de los países ex soviéticos con los que tiene más conflictos la Rusia de Putin, con algunas ciudades en la frontera divididas entre Rusia y la OTAN.
Por otra parte, Rusia también niega la circunstancia histórica de la ocupación de los países bálticos en 1940 tras el Pacto Molotov-Ribbentrop, la alianza con los nazis que de hecho dio un impulso decisivo a las invasiones de Hitler en Europa, antes de que Stalin decidiera salvar el mundo. Moscú también niega cualquier responsabilidad en la masacre de Katyn en Polonia, y recuerda la invasión de Polonia en 1939 como una forma de “liberación”, y en cuanto a Chequia y Eslovaquia, la narrativa rusa sobre la entrada de las tropas soviéticas en 1968 atribuye la causa al reclamo de los ucranianos, atemorizados por los movimientos revolucionarios de Praga. No es de extrañar, entonces, que se intente actualizar la interpretación de la Conferencia de Yalta, no sólo sacando brillo a los bronces de Stalin y Roosevelt, sino como una "profecía dirigida a las nuevas generaciones sobre cómo actuar en caso de nuevos conflictos", como declaró el presidente del Parlamento ruso de Crimea, Vladimir Konstantinov.
Según esta interpretación, que se expuso en la última mesa redonda de Sebastopol, el "espíritu de Yalta señala la necesidad de delimitar las esferas de influencia de las superpotencias", y la Polonia de 1939 era culpable de "no haber encontrado su lugar" y por eso hubo que "interrumpir su existencia misma" y repartirla entre la URSS y Alemania, poniendo en evidencia que Ucrania es en realidad sólo la punta que asoma en la superficie de toda la pirámide enterrada de los objetivos del Kremlin, el reflejo de una realidad conflictiva mucho más extensa, la de Polonia y toda Europa. Konstantinov afirma triunfalmente que “en Ucrania Rusia ya ha ganado”, no tanto por los territorios conquistados, sino porque ha impuesto un nuevo sistema de relaciones similar al del “lager soviético mundial”, que hoy se refleja en el mundo ruso universal. De todos modos el líder ruso reconoce en la Crimea ocupada que "Trump no es Roosevelt", porque tiene a su disposición sólo cuatro años en vez de "la eternidad imaginada en las conversaciones de Yalta", teniendo en cuenta que el entonces presidente estadounidense - una figura mitológica a los ojos de los rusos, entre otras cosas porque inventó las bombas atómicas que utilizó después su sucesor Harry Truman en Hiroshima y Nagasaki - estaba marcado por la enfermedad que lo llevó a la muerte dos meses después del abrazo con Stalin, que en cambio funciona a la perfección como precursor de Putin.
En las conferencias sobre el aniversario de Crimea el tema principal ya no es el fin de la guerra, sino qué régimen instalar en Kiev en los próximos años, y una de las afirmaciones más repetidas es que “el gran perdedor en la crisis ucraniana es Europa”, comenzando por los países que limitan con Ucrania, con los que hace siglos se disputan diversos territorios fronterizos como Lemkovščina, la tierra de los lemki o rusinos, una variante de los eslavos orientales en los Cárpatos, o Podljaše, la tierra de los podlasjanos en la frontera con Bielorrusia y Polonia, Nadsjanie o “línea de Jersón” y Marmaroš, otra región de los Cárpatos también llamada Marmacia, e incluso Eslovaquia y Hungría, por hablar de tierras europeas poco conocidas pero de gran significado simbólico.
En la Conferencia de Yalta, en realidad, el verdadero protagonista fue el británico Winston Churchill, el hombre que más que nadie creía en la posibilidad de establecer una paz segura y universal. En aquel momento representaba a toda Europa, su alma y sus tradiciones culturales y étnicas, aunque hoy su país no forma parte de la Unión, sin embargo mostró a Europa el camino a seguir para no dejarse aplastar por las ambiciones de los emperadores de Oriente y Occidente.
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