La 'no cuaresma' rusa de la victoria
La sensación que tiene la mayoría de la población es que han derrotado a todo Occidente, reconfortados por el vuelco estadounidense. Pero la pregunta que se plantean es: “¿y ahora qué pasa?”.
Como sucede cada cinco o seis años, en 2025 coincide la fecha de la Pascua para católicos y ortodoxos, y en estos días ambos comienzan los ritos de la Santa Cuaresma con el pedido de perdón recíproco, mientras se están desarrollando las negociaciones a nivel mundial para restablecer la paz y poner fin a los conflictos, comenzando por el que enfrenta a Rusia con Ucrania y ha sacudido el equilibrio mundial. El patriarca de Moscú Kirill (Gundjaev) presidió el domingo 2 de marzo la liturgia Syropustnaja, de la "renuncia a los quesos" que sigue a la anterior semana Myasopustnaja, la “renuncia a la carne” que en el mundo latino produjo el Carnaval - la fiesta desenfrenada de la “despedida de la carne” - mientras que en la práctica ortodoxa se renuncia hasta Pascua a todos los alimentos de origen animal y se pide perdón antes de comenzar el Velikij Post, el “Gran Ayuno”.
Como explicó el patriarca a los fieles, el Post es un “período especial, que exige al hombre prestar mucha más atención a su vida espiritual y analizar a fondo sus pensamientos, sus palabras y, naturalmente, sus acciones”. El ayuno cuaresmal es "una escuela en la que volvemos a centrar en nosotros mismos la atención que normalmente no prestamos, absorbidos por las preocupaciones cotidianas", atención que se debe concentrar sobre todo en lo que está sucediendo en la vida, especialmente los "conflictos que derivan de las emociones, más que de la lógica", en los que todos se sienten ofendidos aunque "todos tenemos culpas", insinuando de alguna manera la superación de las pretensiones recíprocas incluso en la guerra.
Kirill explicó también que, “cuando se entra en una situación de conflicto, hay que hacer todo lo posible para resolverla”, y si no se consigue llegar a un acuerdo, por lo menos “en las fases más agudas del enfrentamiento hay que hacerse la pregunta: ¿qué papel he jugado yo en todo esto?”, para evitar que todo acabe de la peor manera. El patriarca no mencionó explícitamente la guerra en Ucrania, pero a la luz de los “cambios de roles” provocados por los vaivenes de las negociaciones, su exhortación parece estar dirigida tanto a los rusos como a los ucranianos, estadounidenses y europeos, para alcanzar una posible reconciliación “que evite lo peor”.
Los rusos siempre estuvieron convencidos de que tenían razón y que la victoria demostraría la sacralidad de su misión de salvar al mundo de la depravación. La cuestión es que cuando parece que por fin, en el Año de la Gran Victoria, esta “misión” está a punto de concluir triunfalmente, en Rusia se está difundiendo un inesperado sentimiento de desconcierto, de pérdida de comprensión de su “propio rol” y de las consecuencias de tres años de locura y tragedias, ante la incertidumbre sobre el futuro que se avecina. Hay una “sensación de victoria”, pero no está claro en qué consiste, como atestiguan diversas encuestas de opinión entre la población rusa, como la del Centro Levada. Se comparan los porcentajes de aprobación del zar Putin, que hoy alcanzan el nivel récord del 88%, como ocurrió en 2008 con la victoria sobre Georgia, y en 2014 con la anexión de Crimea, pero hoy no hay un objeto evidente, salvo la certeza de haber conquistado definitivamente los territorios del Donbass, que por otra parte ya estaban en gran medida bajo el control de Rusia mucho antes de que comenzara la invasión de Ucrania.
En general, la mayoría de la población tiene la sensación de haber derrotado a todo Occidente, confortados por el vuelco estadounidense, que con las proclamas de Donald Trump parece haberse plegado a los principios perseguidos y difundidos por la propaganda y las "operaciones especiales" de Rusia, en lo que ahora se denomina trump-putinismo. La pregunta que se plantea, sin embargo, es: “¿y ahora qué pasa?” Si para los ucranianos el problema es encontrar acuerdos para la reconstrucción del país destruido y garantías de seguridad ante la posible reapertura del conflicto, los rusos no saben exactamente qué hacer con la victoria, tan ansiada cuando luchaban por ella como carente de sentido una vez obtenida. El Levada trató de indagar más a fondo junto con el “Laboratorio del Futuro” de Novaya Gazeta, formulando cinco preguntas a los entrevistados, tres sobre cuestiones de la vida cotidiana (aumentos de precios, compra de productos extranjeros, posibilidad de viajar libremente al exterior) y dos sobre política, relativas a la libertad de expresión y a la función de las fuerzas del orden en la vida de la sociedad rusa, pidiéndoles que dijeran cuál de estos indicadores está destinado a aumentar o disminuir.
La respuesta espontánea a las preguntas, inspirada en la euforia triunfalista, es muy poco cuaresmal: “¡todo aumentará!”, tanto los precios como la represión, pero también la libertad de expresión, en una evidente confusión emocional de la opinión pública. La mayor incertidumbre, si se analiza con más detalle, se refiere al “incremento de la libertad”, una condición que a los rusos les cuesta comprender y a la que el 30% de los entrevistados no se animó a dar una respuesta (el 40% de los que tienen estudios superiores), mientras que en el resto la incertidumbre se sitúa en el 20-25%. Lo que más desean los rusos es la posibilidad de volver a viajar al exterior, a los países occidentales y sobre todo a Estados Unidos, un objetivo al que no tienen intención de renunciar, sobre todo los más jóvenes, que no ven grandes perspectivas en un "giro hacia Oriente" para sus experiencias de vida. Igualmente extendida es la expectativa de productos comerciales procedentes del exterior, alentada por la noticia de la próxima reapertura de los locales de Starbucks, dada la incapacidad de Rusia para producir un café bebible, aunque siguen soñando con el renacimiento ruso de McDonald's porque realmente no se pueden soportar más las patatas fritas aplastadas de Vkusno i Tochka!, el "Delicioso y Listo!" de sabor incomestible de las hamburguesas de ínfima calidad (y aquí realmente ni siquiera se menciona la Cuaresma).
Entre los jóvenes y estudiantes existe la convicción generalizada de que tan pronto como termine la SVO, la “operación militar especial”, volverá a empezar una vida feliz de viajes y compras desenfrenadas, sin el terror de ser enviados al frente y la consiguiente necesidad de esconderse o escapar quién sabe adónde. La reapertura de las fronteras, en realidad, es esperada al menos por las tres cuartas partes de los rusos, no sólo los más jóvenes, así como la gran mayoría sueña con la reapertura de los mercados, terminando de una vez con el régimen de aislamiento y autarquía contra el que nadie se atreve a protestar abiertamente, pero que evidentemente ha agotado su capacidad de aguante. La principal contradicción en la mente de los rusos es más bien el incremento simultáneo de la libertad y la represión, así como el hecho de que la gran abundancia de productos irá acompañada inevitablemente de un fuerte aumento de los precios y del costo de la vida.
Los que esperan aumentos son sobre todo los más pobres, mientras que los ricos no están demasiado preocupados. En esto influye el efecto disruptivo de la creciente inflación, que desde hace más de un año está poniendo en crisis a toda la economía rusa sin que el Banco Central y otras instituciones sean capaces de encontrar un remedio efectivo. Sin embargo, para muchos la inflación significa no sólo aumento de precios, sino también de las ganancias, cuando no de los salarios, por lo que no necesariamente impide un progreso del bienestar, al menos en los estratos más altos de la población. En resumen, los precios serán los que serán, pero prevalece el deseo de gastar dinero para satisfacción propia y de terminar con los regalos que se envían a los soldados en el frente de Ucrania. La mayoría de los jóvenes responden a la encuesta asegurando que “iremos donde queramos y compraremos todo lo que nos dé la gana”.
A los rusos no les gustó nada el largo ayuno antioccidental y sueñan con volver a desfilar por las calles de París como los húsares de Alejandro I el 31 de marzo de 1814, tras la victoria sobre Napoleón, que no por casualidad Vladimir Putin le recordó a Emmanuel Macron ante las proclamas de rearme de Europa. Las encuestas también muestran que el deseo de libertad irá acompañado en Rusia de acciones cada vez más capilares e intensas de las fuerzas del orden. Pero no se trata de miedo a la represión, que es una condición a la que al fin y al cabo los rusos están acostumbrados no sólo por las persecuciones de los últimos años sino por una alergia ancestral a la disidencia, teniendo en cuenta que la primera policía política rusa fue creada por Iván el Terrible en 1560 con la guardia de los Oprichniki, a la que hoy se dedican incluso asociaciones culturales. La mayoría de los rusos afirma ingenuamente que “quien es leal al poder es verdaderamente libre”.
Lo que muchos rusos temen es el regreso de los “húsares” a su patria, más que la cabalgata hacia París. Cada vez más plazas, escuelas y museos están dedicados a los “Héroes de la SVO” que cayeron en Ucrania, y ya hay docenas de diputados, alcaldes y gobernadores elegidos entre los combatientes que han vuelto, que imparten regularmente en las escuelas lecciones de “Fundamentos de Seguridad” y preparación militar a los niños desde jardín de infantes. Teniendo en cuenta que miles de soldados han sido reclutados directamente entre los criminales (incluidos violadores y pedófilos), no hay duda de que harán falta muchos más policías en las calles. Para proteger el renovado bienestar de los vencedores, que sólo esperan la Pascua de la resurrección de ellos mismos más que la del Redentor clavado en la cruz.
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