La invasión estadounidense de Ucrania
Hoy Zelensky está acorralado no sólo por los ejércitos y las bombas rusas, sino sobre todo por los intereses económicos que unen a amigos y enemigos, dentro y fuera del país.
Tres años después de la invasión rusa, Ucrania se encuentra hoy bajo el ataque de un inesperado enemigo occidental: los Estados Unidos de Donald Trump, que acusa al presidente Volodymyr Zelensky de ser un usurpador que debe ser destituido, tal como afirmaba la Rusia de Vladimir Putin en 2022. Para justificar la operación militar especial, los rusos ponían el acento en la deriva “nazi” del gobierno de Kiev, afirmando la necesidad de defender la tierra madre de la Santa Rus' de la depravación occidental, portadora del veneno de los “falsos valores” no tradicionales. Hoy los estadounidenses invocan la necesidad de defender a Occidente de la deriva europeizante, portadora de la explotación económica de la OTAN, institución que debe ser disuelta porque es el verdadero enemigo de la prosperidad de los imperios.
Según la nueva narrativa de Trump, el Estado agresor no es la Rusia de Putin, sino la Ucrania de Zelensky, que se empecinó en la guerra cuando hubiera bastado con llegar a un acuerdo hace tres años, evitando muertes y destrucciones y cediendo territorios sin tanto aspaviento. En efecto, los cientos de miles de víctimas en uno y otro lado no han movido las fronteras de las tierras en disputa, dejando bajo el control de Moscú Crimea y el Donbass, ya ocupados de hecho desde 2014, y eso hubiera sido suficiente para llegar a un acuerdo sin demasiadas vacilaciones. Ahora sólo hacen falta unas elecciones debidamente controladas que envíen al exilio a los actuales dirigentes de Kiev, el verdadero objetivo del ataque de los primeros cien mil soldados rusos en 2022, reemplazándolos por "hombres prácticos" similares a los que hoy ocupan los palacios del poder de Washington, dispuestos a llegar a un acuerdo con los amigos del Kremlin.
Ucrania será entonces repartida entre Oriente y Occidente, como ha sido su naturaleza desde los tiempos de la Rus' de Kiev: un tercio le quedará a Rusia, como 101ª República de la Federación Euroasiática del Mundo Ruso, y dos tercios se integrarán como 51º Estado de los Estados Unidos, reservorio de tierras raras y puesto de avanzada europeo de la dominación estadounidense, dejando a los 27 países de la UE y a los 31 de la OTAN con sus interminables disputas y la debilidad de sus economías, incapaces de organizar por sí mismos una verdadera defensa contra los embates de las potencias dominantes. En la locura del siglo XXI, donde los agresores y destructores de la raza humana se atribuyen el rango de héroes de la Patria en nombre de la religión de Estado, y se ponen de acuerdo para repartirse las tierras de sus víctimas sin darles siquiera el derecho a participar en las negociaciones de paz, los horrores del siglo anterior acaban palideciendo, y aparecen como desvaídas premisas de un orden mundial cada vez más parecido a las profecías apocalípticas de los autores de principios del siglo XX, desde La leyenda del Anticristo de Vladimir Soloviev hasta El Señor del Mundo de Robert Benson, que veía el mundo del año 2000 dividido en tres grandes bloques políticos: Oriente, Occidente y América, es decir Rusia, EE.UU. y China. Lo que falta, en comparación con las historias de aquella época, es el poder carismático de los dominadores, reemplazados por personajes de muy escasa estatura.
El comienzo de las negociaciones en Riad ha puesto fin a una de las principales hipocresías de los años de la guerra rusa en Ucrania, la de las sanciones occidentales, que ya resultaron poco eficaces durante su aplicación, y ahora se han disuelto en la “política de reactivación de las relaciones”, como definió los encuentros sauditas el portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov. Las embajadas recíprocas de Moscú y Washington se están restableciendo en su totalidad, incluso con la devolución de las mansiones rusas en Washington y Maryland, requisadas en 2016 por Barack Obama. El Premio Nobel de la Paz, concedido con ligereza al propio Obama en 2009, acabará siendo otorgado a su actual sucesor, como lo auspician varios políticos incluso en la degradada Europa Occidental, que ha quedado excluida de los grandes juegos de la nueva visión multipolar de un “mundo de paz” y de los recíprocos intereses económicos. No es casualidad que el propio Trump, a través de sus representantes en el Congreso estadounidense, haya bloqueado durante muchos meses en 2023 las ayudas económicas a Ucrania, obligando a los europeos a apoyar a Kiev con sus propios fondos, y hoy el ex presidente ucraniano Petro Poroshenko afirma que "el dinero europeo ha servido de poco, sólo los estadounidenses saben proporcionar una ayuda militar adecuada", inaugurando la próxima campaña electoral en Kiev. Al igual que Trump, Poroshenko es un empresario al que solían llamar el “rey del chocolate” de Ucrania, y no tendrá ningún problema para ponerse de acuerdo con Moscú y Washington si es reinstalado en el sillón presidencial.
Zelensky fue elegido presidente en mayo de 2019, para tratar de hacer frente a las castas que controlaban Ucrania con redes de corrupción a todos los niveles, y también por eso se vio obligado a personificar al héroe de la resistencia en la guerra. El hombre al que Trump llama “un actor cómico mediocre” hoy se encuentra acorralado no sólo por los ejércitos y las bombas rusas, sino sobre todo por los intereses económicos que unen a amigos y enemigos, dentro y fuera del país. Lo que hace falta es que ocupen su lugar hombres como Poroshenko o similares, capaces de garantizar los intereses de todas las latitudes. Porque el dinero de las operaciones militares, multiplicado en estos años con enormes ganancias para todas las partes, evidentemente se está agotando y es necesario recuperar los cientos de miles de millones tirados al aire, la principal razón del éxito de Trump en las últimas elecciones, que se espera tengan continuidad en Ucrania, dado que en Rusia ni siquiera tiene sentido hablar de elecciones, en este aniversario de la muerte del último opositor de Putin, el mártir político Alexei Navalny.
Poroshenko fue el presidente que organizó la institución de la Iglesia Ortodoxa Autocéfala (PZU) acordando con el Patriarcado de Constantinopla, una de las mayores ofensas a los rusos. La Verjovnaya Rada, el Parlamento de Kiev, ha suprimido la jurisdicción de la Iglesia Ortodoxa tradicionalmente vinculada al Patriarcado de Moscú (UPZ), y la cuestión eclesiástica está dividiendo a toda la sociedad ucraniana, porque la orientación hacia una u otra Iglesia atraviesa prácticamente a todas las familias. Zelensky había intentado mantenerse lo más neutral posible en esta cuestión, pero después apoyó explícitamente la disolución de la Iglesia UPZ, una operación extremadamente difícil que obliga a remitir a los tribunales la adjudicación de cada parroquia y cada monasterio. También en este caso dan un paso al frente los “hombres prácticos” estilo Poroshenko, que intentan contentar a unos y otros insistiendo en la autocefalia por un lado y protegiendo la dependencia de Moscú por el otro. Ésta es una de las dimensiones más típicas de Ucrania, que vive en equilibrio incluso en la esfera espiritual para reafirmar su papel de puente entre Oriente y Occidente, algo casi imposible de entender para los occidentales.
Trump quiere comprar Groenlandia y limpiar la Franja de Gaza, y no tiene reparos en apoderarse de la mayor parte de Ucrania, asegurándose 500.000 millones de dólares de “compensación” en tierras raras y quedándose con los puertos en el Mar Negro, las infraestructuras terminales de las rutas orientales, el petróleo y el gas, y todo el potencial de recursos naturales y geográficos de Ucrania. El país destruido por Putin debe ser reconstruido, y Estados Unidos tiene una gran experiencia con la reconstrucción de Europa. El 50% de los ingresos y las licencias financieras de Ucrania serán durante años prerrogativa exclusiva de Estados Unidos, y la Unión Europea tendrá muy poco que decir al respecto. Es una relación económica mucho peor que todas las sanciones impuestas a Rusia, que ya se han levantado: Ucrania pagará el costo de la guerra con Rusia, que a cambio quedará liberada de toda obligación. Al igual que los otros 50 Estados estadounidenses, Ucrania gozará de cierta autonomía, seguirá teniendo su propia Constitución y su Parlamento, con la garantía de seguridad del señor de Washington, pero no será un país libre: volverá a los tiempos del reino de Polonia y Lituania, antes de que las bandas de cosacos la entregaran al zar de Moscú.
Rusia parece aceptar este reparto de influencias, entre otras cosas porque los últimos acontecimientos están produciendo un efecto inesperado, el de "olvidarse de China", más allá de las proclamas de Putin y Xi Jinping, que han asegurado su presencia en los desfiles de la victoria del 9 de mayo en Moscú y a finales de septiembre en Beijing. Los rusos ya no soportaban estar flanqueados únicamente por chinos y asiáticos, porque siempre han sido un pueblo de cultura y afinidades europeas y occidentales, y el desbloqueo de las relaciones con los estadounidenses en las negociaciones de Riad fue recibido en Rusia con un sentimiento de liberación, de reconciliación con los verdaderos amigos occidentales, aquellos dispuestos a hacer acuerdos y poner fin a las guerras. Una de las principales propagandistas de Putin, la presentadora de televisión Margarita Simonyan, encabezó una procesión triunfal por las calles de Moscú en 2016, haciendo flamear la bandera estadounidense en honor a la primera victoria de Trump, y ahora podrá alegrarse de nuevo, porque Estados Unidos ha invadido Ucrania, liberando a Rusia de la trampa de China. Si además Trump acompaña a Putin y a Xi en la Plaza Roja el 9 de mayo, en las plataformas construidas sobre el Mausoleo de Lenin, se celebrará finalmente la paz del mundo, poniendo fin a las guerras mundiales de los dos últimos siglos.
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