La identidad de género de Rusia
El problema de Rusia es la incertidumbre sobre el lugar que ocupa, en una fluctuación no resuelta entre Oriente y Occidente, entre el Norte y el Sur. Asimismo, es incapaz de construir una verdadera unidad, como resulta evidente en sus instituciones pero también en las disputas entre los disidentes soviéticos y los pacifistas actual
El recién reelegido alcalde de Moscú, Sergej Sobianin, fidelísimo de Putin que ocupa el cargo desde 2010 (ya fue confirmado en 2013 y 2018), originario de una región de frontera entre Europa y Asia, el distrito de Khanty-Mansi, habló en el Foro económico de Moscú hace pocos días y afirmó que "Rusia no puede confiar en los países asiáticos en el mercado de las tecnologías contemporáneas, ya que actúan de forma aún más rígida que los occidentales cuando se trata de sus intereses". Sobianin fue elegido por Putin cuando era gobernador de la región siberiana de Tiumén, en la frontera con Kazajistán, para sustituir al último gran adversario de la anterior época de Yeltsin, el alcalde Yuri Luzhkov, que gobernaba la capital según el principio de la pax mafiosa, dejando que cada uno gestionara su propio espacio. Su defenestración fue el último ladrillo de Putin para la construcción de la del "poder vertical": cualquier grupo político, económico o criminal, sólo puede sobrevivir en Rusia como vasallo del Kremlin.
La tesis -confirmada por Sobianin- de que Asia también está librando "una guerra económica contra Rusia", al igual que América y Europa, y que esgrimen aquellos que han representado el gran sometimiento de todas las latitudes en la "ciudad madre" de Eurasia, pone al descubierto la situación actual de un país que ya no sabe qué rumbo tomar. Para subrayar aún más este malestar, precisamente cuando el alcalde de Moscú expresaba su preocupación, apareció un vídeo de la recepción en el Kremlin del presidente de Sudán del Sur, Salva Kir Mayardit, que lucía su típico sombrero de ala ancha y su bastón, frente a un Putin que le colocaba los auriculares y trataba torpemente de enseñarle a usarlos. La escena retrata la total incomprensión y la distancia etnocultural que existe en la deriva de Rusia hacia tierras exóticas y fuera de cualquier contexto geopolítico, económico y militar en común, dado que el único vínculo ruso con Sudán era la ya disuelta compañía Wagner en la tragicomedia de "la muerte de Prigozhin”.
La Rusia africanizada se ve obligada a constatar hasta qué punto el codiciado Oriente "intenta aprovechar al máximo la situación que se ha creado", explica Sobianin, es decir, la guerra demencial contra Ucrania y todo Occidente. Si las sanciones estadounidenses y europeas pesan sobre la sociedad rusa privándola de dinero y materiales, "los asiáticos utilizan el dumping inverso contra nosotros, vendiéndonos a un precio doble no lo que necesitamos, sino lo que les conviene a ellos, mientras nos compran petróleo a la mitad de precio”, añade el vasallo moscovita. O perder todo o tomar todo en condiciones caprichosas: ésta parece ser la perspectiva de la economía rusa para las próximas décadas.
Por otra parte la economía, por decisiva que sea para la vida de las personas o para la conclusión de las guerras, no es el único problema. El problema de Rusia es la incertidumbre sobre cuál es su lugar, paradójicamente su "identidad de género", en una fluctuación no resuelta entre Oriente y Occidente, entre el Norte y el Sur. La decisión sobre qué bando tomar cambia día a día, dependiendo del líder "amigo", "fraternal" o "enemigo", o simplemente "no amistoso" al que hay que abrazar o atacar, en la ONU o en el G20, en los foros europeos de San Petersburgo o en los asiáticos de Vladivostok. Es un problema originario del único pueblo bicontinental, repartido en el territorio más vasto del mundo cuyo destino es unirlo en una nueva revelación de amor universal, pero que siempre ha sido incapaz de llevarse bien con sus vecinos, desde la frontera ucraniana hasta la japonesa, sólo para recordar las dos guerras rusas que abrieron los dos últimos siglos.
Los rusos son un pueblo incapaz de construir una verdadera unidad, como lo demuestran tanto su diáspora como sus instituciones. En el extranjero, los disidentes soviéticos y los pacifistas de hoy nunca han logrado encontrar alguna forma de coordinación. E internamente las cosas son aún peores, como se desprende de la última nota que envió hace pocos días desde el campo de concentración el principal opositor de Putin, Alekséi Navalni: "Váyanse al infierno ustedes y sus coaliciones, de nada nos sirven sus coffee break con brioches... en nuestro país las oposiciones conjuntas son pura pérdida de tiempo, entre aquellos que sólo saben boicotear como Garri Kasparov, o los que dicen que votan a cualquiera si les parece provechoso, como Maksim Kats, o nosotros que buscamos un voto útil, participando sólo en elecciones que podrían molestar a Putin". Navalni afirma que "lo hemos intentado muchas veces y no obtuvimos ningún resultado, ya es suficiente, es puro teatro, una imitación de la verdadera acción política. Cuando llegue el momento nosotros elegiremos a nuestro candidato para las elecciones presidenciales", cerrándoles de esta manera la puerta en las narices a todos los "amigos".
Incluso en el ámbito del poder de Putin, la "gran unidad" se basa en la división, única razón para usar la fuerza como sistema de gobierno. En Rusia todo el mundo sabe bien que el consenso del pueblo al zar es pura ficción y conformismo, no es el amor recíproco del narodnost que soñaban los eslavófilos en forma vertical, como el putiniano actual, o de la sobornost en sentido horizontal que predican los monjes de Optina Pustyn y el actual patriarca Kirill. Es la imposición de los siloviki, los hombres fuertes como Putin y todos sus matones, para aniquilar a los enemigos internos y a los traidores, y si es necesario también a los amigos, como Prigozhin o Kadyrov. Es el propio Putin quien reitera esta motivación, por ejemplo, cuando afirmó en el Foro Económico Oriental de 2022 que "en Rusia hay una gran polarización, y esto no es más que una ventaja, porque de esa manera todo lo que no sirve, lo que nos causa daño y nos impide avanzar, será desechado”.
Desde el punto de vista religioso, es la interpretación literal de la "ortodoxia", entendida como diferenciación de la "heterodoxia", de los herejes que deberían haber sido condenados en los Concilios de la época patrística, cuando se acuñó el término. Los verdaderos ortodoxos necesitan al enemigo para afirmar su fe, como en la profecía medieval de la Tercera Roma, que salva al mundo de “herejes, invasores y sodomitas”. Declarar hereje al propio patriarca Kirill, como quisieran hacer desde muchos frentes acusándolo de "filetismo" -nacionalismo religioso- es en realidad la mejor definición a la que aspiran los rusos: estar solos contra todos, tanto en la guerra real como en la espiritual, es la verdadera garantía de su superioridad moral, política y religiosa.
Llegados a este punto, ni siquiera es necesario explicar cuál es realmente la propia identidad, en qué consisten los "valores tradicionales": basta con decir que "estamos en contra del Occidente colectivo", que trata de "imponer sus pseudovalores". Tan es así que el "giro hacia Oriente" nunca ha ido acompañado de ningún indicador de "valores comunes" con los asiáticos, ya sea la cohesión en torno al líder, la capacidad de sacrificio o quién sabe qué armonía entre el cristianismo ortodoxo, el islamismo moderado o el comunismo confuciano. El ruso no quiere la guerra, pero no quiere dejar que ganen sus enemigos; desprecia el poder dictatorial, pero no puede tolerar las divisiones entre diferentes partidos; aborrece la homosexualidad y el cambio de género, pero todos los días cambia de orientación con respecto a todo. La democracia es un engaño, el ecumenismo es un complot, el liberalismo es el dominio de las potencias fuertes... y Rusia sigue siendo un enigma de la historia.
La cuestión de género revela una condición que Rusia pone paradójicamente de manifiesto con la suma de sus contradicciones, pero tal vez ha llegado el momento de reconocer que es una cuestión epocal y universal, y sin duda no sólo al nivel de las orientaciones personales y sexuales. El mundo actual se caracteriza sobre todo por la pérdida de identidad, individual y colectiva, política y cultural, moral y religiosa: está en crisis la democracia en todas sus variantes y latitudes, está en crisis la economía globalizada, está en crisis el sistema de valores que se consideraban fundamentales para el desarrollo social, y se podría ampliar mucho más la lista de las crisis.
Rusia exalta la familia, la natalidad y la defensa de la vida no nacida, mientras es el país con el mayor porcentaje de divorcios y abortos del mundo, y tiene una crisis demográfica que parece cada vez más irreversible. Por otra parte, incluso China está tratando de tomar medidas contra la disminución de habitantes en todas sus megalópolis, y sin duda Europa no está en mejor situación, rechazando a las masas de inmigrantes que podrían ser la esperanza del futuro. Como ha ocurrido a menudo en el pasado, Rusia se sacrifica por el mundo entero, ciertamente no con sus victorias y sus sueños de conquista, sino con su impotencia para realizar sus sueños, despertando de esa manera a todos los hombres y pueblos desde Oriente hasta Occidente.
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