La guerra rusa de pandillas callejeras
El espectro de Prigozhin, vivo o muerto, se cernirá sobre Rusia durante mucho tiempo, como efectvamente ocurrió con tantos zares y zarévitz del pasado. Después de la "conquista de Bajmut" -una batalla sin sentido que duró meses y meses convertida en leyenda heroica- la narrativa del "ejército alternativo" ya no se sostenía, y el mito ha mostrado toda su inconsistencia.
Al final, Vladimir Putin consiguió la victoria. Aunque las ofensivas y contraofensivas con Ucrania siguen empantanadas y son contradictorias, lo más importante es haber derrotado a los enemigos internos, simbólicamente representados por las turbias figuras del "cocinero" Evgenij Prigozhin y su fiel "Mr. Wagner”, el líder de los mercenarios Dmitry Utkin, ambos destrozados y carbonizados en la explosión del avión ejecutivo cuando volaban de Moscú a su San Petersburgo natal, lugar de origen de todos los contendientes. El verdadero conflicto que se desarrolla desde hace treinta años en "todas las Rusias" es, en realidad, una guerra de gopniks, los "delincuentes callejeros", según una jerga que se remonta a los bajos fondos de la época soviética- .
Putin es el más poderoso de todos los gopniks, y da igual si realmente eliminó al hombre que hace dos meses amenazó con desalojarlo del Kremlin con la "marcha de TikTok", o si se trata de una escena de película de acción de ínfimo nivel -al estilo de su amigo actor Steven Seagal- y en realidad entre los cuerpos carbonizados sólo están los dobles de Prigozhin y Utkin. Pronto se conocerá el resultado de las investigaciones que, según la promesa de Putin, serán "muy minuciosas", por lo que cabe imaginar nuevas manipulaciones y ni siquiera se podrá creer ciegamente en las pruebas de ADN. Al fin y al cabo, el "cocinero" es (era) también el "rey de los trolls" y de las fake news. El resultado no cambia, bajo tierra o en las Maldivas es lo mismo, sólo queda el gopnik supremo que, gracias al ex o no ex amigo eliminado o escondido, pudo sacarse de encima a todos los comandantes y generales molestos que lo criticaban por su debilidad en la guerra contra los ukro-nazis.
Muchos se preguntan por qué Putin esperó dos meses para escenificar la gran venganza, en una fecha precisa como a él le gusta, tan amante de los días simbólicos. La pregunta tiene dos dimensiones: por qué esperó tanto y por qué esperó tan poco. Dos meses es mucho tiempo si se trataba de evitar el peligro de un golpe de Estado, y demasiado poco si sólo se trataba de venganza, un plato que tradicionalmente se sirve frío. Y esta ley siempre ha sido respetada por el padrino del Kremlin, acostumbrado a eliminar enemigos y gente molesta cuando ya nadie les presta atención, como lo demuestra la larga lista de "asesinatos notables", exhumada ahora por toda la prensa internacional. En el primer caso, se cree que sólo hacía falta el tiempo necesario para arreglar los asuntos en África y reubicar a los "músicos" en Bielorrusia; en el segundo, parecería que Putin ya no es capaz de contenerse, y su histeria, lejos de ser una demostración de fuerza, atestigua una debilidad cada vez más evidente.
Sea como fuere, la compañía aérea Rosaviatsia comunicó pocos minutos después del accidente, y sin titubeos, que Prigozhin y Utkin figuraban en la lista de los diez pasajeros del avión que se desplomó a muy poca distancia de la residencia-búnker de Putin, cerca de Tver. La primera hipótesis fue que el avión había sido derribado por un misil antiaéreo, en un escenario digno de las tragedias bélicas de los últimos dieciocho meses. Después se inclinaron por la más prosaica maleta con explosivos escondida en algún rincón a bordo, e incluso las imágenes en directo de la caída vertical, que circularon inmediatamente, no parecen muy armadas. En realidad ni sus amigos ni sus enemigos creen verdaderamente en la muerte de Prigozhin, y su espectro, vivo o muerto, se cernirá sobre Rusia durante mucho tiempo, como ocurrió con tantos zares y zarévitz del pasado.
Durante los "disturbios" de principios del siglo XVII, el traidor Grisha Otrepiev afirmaba que era el hijo menor de Iván el Terrible, el príncipe Dmitri, que murió mientras jugaba al tiro al blanco supuestamente asesinado por orden del regente Boris Godunov. A finales del siglo XVIII el cosaco rebelde Emelian Pugachev se hacía pasar por el zar Pedro III, asesinado por su esposa, la zarina Catalina II. Y también el zar Alejandro I, vencedor de Napoleón, parece haber fingido su muerte para escapar de los conflictos de la Rusia del siglo XIX, refugiándose en la taiga siberiana como ermitaño y convirtiéndose supuestamente en el starets Fyodor Kuzmich. Esto para quedarnos sólo con los casos más llamativos que se recuerdan en muchos poemas y novelas de la gran literatura rusa, e incluso en algunas películas de autor, como Andrej Tarkovsky y otros. El destino de los falsos zares, de los alias errantes, de los samozvantsy (autoproclamados) que quieren proponerse como salvadores de la Patria o del mundo entero, es un efecto colateral de la autocracia divinizada, que desparrama ángeles y demonios en las sombras de sus exasperaciones y fragilidades, como ocurría en la época de los faraones de Egipto y de los emperadores de Roma.
Por otra parte la "muerte de Prigozhin" también es un clásico reciente de las aventuras heroicas de Rusia. La primera vez fue anunciada en octubre de 2019 en el Congo, donde se había estrellado un avión militar de carga An-72 con ocho personas a bordo y supuestamente el jefe del Wagner era uno de los pasajeros, aunque después descubrieron que no estaba entre ellos. El año pasado varios canales de Telegram informaron que el "cocinero" había muerto durante los enfrentamientos en Lugansk, pero pronto reapareció luciendo su sonrisa burlona, la parte más difícil de imitar para sus cuatro dobles conocidos, y quién sabe cuántos otros más. Hacer volar por los aires al adversario también era una práctica habitual de los grupos mafiosos rusos de los años '90 que se disputaban el vacío de poder y de negocios que había dejado el colapso del régimen, y este es precisamente el terreno donde brotaron plantas malignas como las de Putin y Prigozhin.
En este contexto se han desatado en las redes sociales rusas los comentarios sobre las distintas tesis conspirativas a favor o en contra de los protagonistas de la historia, y no sólo por parte de usuarios compulsivos del universo digital, sino también de voces más o menos autorizadas. El conocido periodista Konstantin Eggert habla de "estilo Al Capone con misiles balísticos" de lo que parece ser "una ejecución pública extrajudicial de diez ciudadanos rusos que cuentan con medios militares", y no importa si "estos ciudadanos eran, de hecho, un descarte de la sociedad". El grotesco atentado, según Eggert, deja claro que "el líder no es un presidente, sino un criminal con instrumentos de tortura como en los años '90, de los que él mismo hasta el día de hoy afirma querer salvarnos". En vez de resolver la crisis sistémica que siguió a la caída del régimen soviético, Putin no ha hecho más que prolongarla indefinidamente. El editor y politólogo Sergej Parkhomenko cree que Prigozhin "se enterró él mismo, en Filipinas o en Paraguay".
El escritor Mikhail Shevelev señala que “la única garantía de supervivencia de Prigozhin eran las tres toneladas de archivos comprometedores que recopiló durante su carrera como plutócrata criminal. En ellos está contenida toda la Rublevo-Uspenskoe šosse [la avenida de los poderosos]... si comienzan a salir escándalos a la luz, puede significar que el cocinero ha cambiado de residencia o bien que alguien más los está usando para deshacerse de los que resultan incómodos; tomemos las palomitas y nos sentemos a ver quién sale beneficiado”. Los comentaristas favorables a Putin y a la guerra en su mayoría intentan endilgarle el atentado a los ucranianos o a los estadounidenses, "precisamente en el Día de la Independencia de Ucrania", como señala el diputado y asesor de Putin, Sergei Markov. El "polit-tecnólogo" Marat Bashirov, ex miembro del gobierno de Lugansk, cree que "los hechos ocurridos en el continente africano, en particular en Níger, constituyen una gran amenaza para los intereses de Estados Unidos y Francia", y Prigozhin habría sido atacado para impedir que Wagner controlara esas latitudes.
Uno de los principales voenkory -los "corresponsales de guerra"- Yevgeny Poddubnyj, de Belgorod, dice estar seguro de que el asesinato de Prigozhin es una maniobra de Kiev y su "estructura informativo-psicológica", con el propósito de "aumentar la presión sobre la sociedad rusa" después del impacto de la marcha de Wagner sobre Moscú, y obviamente cuenta con el apoyo de “los principales medios de comunicación del Occidente colectivo”, coordinanados con los ucranianos. El corresponsal de la BBC Ilja Barabanov recuerda que "en la literatura existe el concepto de composición circular", la repetición de ciertos elementos al principio y al final de una obra, una especie de "inclusión bíblica", y recuerda varios episodios de "eliminación de elementos superfluos" por parte de los miembros del Wagner, hasta que su jefe se convirtió él mismo en un “superfluo”.
El escritor y politólogo Kirill Rogov interpreta el caso como una satisfactio exercitui, después de que Prigozhin humillara durante un año a los jefes militares lanzándoles todo tipo de acusaciones y afirmando que "la vida de un solo combatiente de Wagner vale mucho más que veinte soldados profesionales del ejército ruso”. La marcha sobre Moscú en favor del público, recuerda Rogov, provocó la muerte de 20 soldados, a los que mataron sólo "a los efectos de una demostración", y no se puede permanecer en la cúspide de las Fuerzas Armadas de la Gran Rusia y "ser insultado impunemente por un matón recomendado, que se gana la vida llevando el almuerzo a los niños de la escuela".
El "mito de Prigozhin" se construyó en la primavera-verano de 2022, cuando el desmoralizado ejército ruso no sabía cómo corregir la absurda iniciativa de Putin de invadir y conquistar Ucrania en un abrir y cerrar de ojos. Entonces el "cocinero" le ofreció al jefe la opción del "mito del ejército alternativo", capaz de sustituir al oficial y lograr los resultados deseados, burlándose de todos los generales. Después de la "conquista de Bajmut", una batalla sin sentido que duró meses y meses convertida en leyenda heroica, esta narrativa ya no se sostenía, y el mito ha mostrado toda su inconsistencia. Putin ha ganado, dejando en claro que ahora la ley de Rusia es sólo la ley de la jungla.
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