29/06/2024, 16.53
MUNDO RUSO
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La economía de guerra de Rusia sin futuro

de Stefano Caprio

Contra todo pronóstico, el PIB de Rusia está creciendo a un ritmo acelerado. No hay necesidad de reservar nada para los "tiempos oscuros", porque los tiempos oscuros ya han llegado. Todo se destina al consumo inmediato y, obviamente, la mayor parte del dinero va a parar a la industria bélica, en torno a la cual crecen los diversos grupos de una cadena de suministros que no tiene fin.

 

Con los debates en la Duma de Moscú sobre los cambios en la reforma fiscal, que trata de introducir impuestos cada vez más elevados y se despide definitivamente del sistema de bienestar de las últimas décadas, Rusia se está preparando para redefinirse de manera definitiva en la economía de guerra, destinada a moldear el país durante muchos años, incluso después que termine el reinado eterno del zar Putin. La última idea brillante ha sido aumentar el impuesto al divorcio, lo que permite matar dos pájaros de un tiro: afirma la vigencia de los "valores tradicionales" al defender la familia y el principio de indisolubilidad del matrimonio, y al mismo tiempo asegura ingresos abundantes, ya que Rusia, más allá de las proclamas, está muy poco consustanciada con esos valores y tiene una tasa de divorcios muy superior a la mayoría de los países del mundo (sólo el año pasado hubo más de 700.000). En compensación, también se propuso eliminar el impuesto al casamiento, siempre por las mismas razones.

El efecto de estas medidas en la vida de los rusos es realmente paradójico, ya que en vez de provocar el empobrecimiento, parece estar inaugurando una época de bienestar y enriquecimiento. La presidente del Banco Central de Rusia, Elvira Nabiullina, reveló que los préstamos a personas y empresas están creciendo significativamente, porque "la población es cada vez más rica". Contra todo pronóstico, Rusia está batiendo todos los récords de tasa de crecimiento de su PIB, que fue del 3,6% en 2023, en vez del 1,8% que se había previsto, y en los primeros cuatro meses de este año subió hasta un indecente 5,4%, generando un entusiasmo popular por la “economía de movilización”.

Uno de los economistas rusos más destacados, el profesor Igor Lipsits, que ahora vive en Lituania después de ser expulsado del mundo académico y declarado “agente extranjero”, explicó en Radio Svoboda que “antes Rusia dejaba una parte de los ingresos de las exportaciones como reserva en el exterior”, pero "ahora no deja nada y todo se reinvierte dentro del país". No hay necesidad de reservar nada para los "tiempos oscuros", porque los tiempos oscuros ya han llegado y no hay futuro por delante. Todo se destina al consumo inmediato y, obviamente, la mayor parte del dinero va a parar a la industria bélica, en torno a la cual crecen los diversos grupos de una cadena de suministro que no tiene fin. Los soldados no sólo necesitan armas, sino también alimentos, ropa, medicamentos y muchas otras cosas, y toda la población vive en estado de movilización, incluso aquellos que no tienen que ir al frente, al menos por el momento.

Más que una economía de "guerra", se la podría definir como una economía del "fin de los tiempos", una sensación de apocalipsis vivido en directo. La dimensión religiosa aplicada cada vez más a la política y a la sociedad crea la ilusión de que Rusia ya está en el reino de los cielos, que está por encima de las turbulencias terrenales de los pueblos en las garras del anticristo occidental y que los soldados que van a Ucrania son ángeles que han bajado para defender la pureza de los santos. Para confirmar este sentimiento, el presidente Vladimir Putin hizo una peregrinación a la Lavra de la Trinidad de San Sergio, donde veneró junto con el patriarca Kirill el ícono de la Santísima Trinidad de Rublev, convertido ahora en un símbolo de la reunificación celestial de los pueblos eslavos, y besó el sarcófago que contiene los restos de San Sergio de Radonezh, patrono de la Rusia militante.

El producto interno bruto crece, pero no produce nada para el futuro de Rusia, que ya ha alcanzado su condición eterna. Como afirma Lipsits, "el PIB ruso ha quedado sepultado bajo la tierra negra de Ucrania, junto con los caídos y las armas en las que se gasta tanto dinero". El “producto bruto” no se refiere tanto a lo que se produce, sino a lo que se suma de valor añadido, ​​mientras que las grandes inversiones en la guerra no aportan nada, es un enorme despilfarro de dinero, una “danza de la muerte”, tal como parece ser la vida cotidiana en Moscú con la llegada del verano, una continua sucesión de fiestas y jolgorios en cada rincón y local de la capital.

En teoría, las nuevas medidas del gobierno deberían inspirar un gran espíritu de sacrificio y apoyo a las necesidades del momento: estamos rodeados de enemigos, debemos ajustarnos el cinturón y renunciar a los lujos. En cambio, se produce la actitud contraria: si todos están contra nosotros, entonces disfrutemos lo más que podamos, porque ya no tenemos nada que perder. Es difícil que esta ilusión dure mucho, pero la actual generación de rusos ha perdido la dimensión de la "duración": tres años de guerra después de tres años de pandemia equivalen a una era geológica en la mente de las personas. A la exaltación apocalíptica seguirá inevitablemente un largo "estancamiento putiniano", dado que a estas alturas todos los parámetros de la vida social rusa remiten a los mecanismos del sistema soviético, que son los de la "economía horizontal", siempre igual a sí misma. 

Los economistas advierten el peligro del efecto "elástico" del PIB, que se expande y después se vuelve en sentido contrario, el dinero que has desperdiciado se vuelve contra ti, hasta que te quedas sin nada. El 40% de todo el presupuesto ruso se destina a gastos de defensa, pero también en el resto de la "economía civil" se calculan enormes inversiones para la reconstrucción de Mariupol y otras ciudades destruidas en Ucrania, un capítulo muy poco "civil" del presupuesto. Muchos otros puntos del texto oficial de ese presupuesto son secretos, y mucho se habla de una "economía cerrada", indescifrable y oscura, precisamente como ocurría en la época soviética.

Cuando Mijaíl Gorbachov inauguró la perestroika, el paso fundamental que después no pudo dar fue precisamente el de la "economía civil", porque todo el sistema estaba orientado a los objetivos de la Guerra Fría que se debían sostener indefinidamente. En las partidas presupuestarias estos se clasificaban como "potencial de movilización", a tal punto que en cada fábrica que producía artículos "civiles" existía un procedimiento de conversión bélica que se debía activar a la más mínima señal de un nuevo conflicto. En los años '90, estos "potenciales" quedaron a cargo de las empresas, sin ningún apoyo del Estado, y terminaban provocando continuas quiebras. No se podían deshacer de ellos porque era un "tesoro sagrado" mucho más importante que el desarrollo de la sociedad civil, y ésa fue precisamente una de las principales razones del colapso de la URSS desde el punto de vista económico: no fue capaz de renunciar a la guerra para construir la paz.

Gorbachov fue acusado de haber deprimido la economía con las leyes contra las bebidas alcohólicas, y muchos atribuyen el fin del sistema soviético a las pérdidas por la guerra en Afganistán, pero en realidad sólo eran pedruscos comparadas con los peñascos de la economía de guerra en su conjunto, que agotó todos los recursos del imperio comunista. Hoy todavía no se ha llegado a esos niveles, pero Ucrania podría convertirse en un nuevo Afganistán para la Rusia de Putin; no el de los talibanes, que ahora van de la mano de los políticos rusos, sino el del país que resiste a cada nuevo ataque, con el apoyo, aunque titubeante, de todo Occidente. Pero por ahora los rusos quieren que la guerra continúe para seguir ganando dinero; en una ciudad relativamente periférica como Ivanovo, a 300 kilómetros al este de Moscú, el negocio de la confección de uniformes militares ha generado un auténtico boom en los ingresos, y los habitantes locales sólo esperan nuevas movilizaciones.

Se crean paradojas sorprendentes, como el colapso del mercado inmobiliario frente al enorme crecimiento del mercado de la construcción: se hace todo lo posible para vender propiedades que ya no sirven a nadie a fin de dedicarse a construir las nuevas casas en las zonas devastadas, no sólo de Ucrania sino también en la región de Belgorod y otros territorios afectados. Los inversores se apresuran a comprar inmuebles por unos pocos rublos, con la esperanza de que sea un negocio quién sabe cuándo. El turismo interno ha aumentado espectacularmente, ya que no todo el mundo puede viajar a las agradables playas asiáticas o cubanas y, en consecuencia, los vuelos nacionales son cada vez más activos, aunque los aviones sean cada vez menos confiables debido a la falta de mantenimiento y de repuestos. En Crimea la mayoría teme los ataques de los drones ucranianos, pero el Estado ofrece incentivos cada vez más atractivos, incluso hoteles casi gratuitos que de otro modo no se llenarían, por no hablar del perverso encanto de pasar las vacaciones en una zona de guerra, lo que estimula la sensación de omnipotencia de quien quiere sentirse un ganador a toda costa y capaz de desdeñar cualquier peligro.

No sólo la euforia bélica y la alegría apocalíptica mantienen a la población rusa en un estado de hipnosis respecto de la evolución económica y el futuro del país. Durante años la única línea política de Putin fue la "estabilidad social", tras los convulsos años noventa que habían destruido todas las certezas. La gente no quiere saber cómo son realmente las cosas, aprovecha las posibilidades nuevas e inesperadas y explota la ola de certezas muy distintas a las del compartir comunista de los bienes o de la protección paternalista de los oligarcas. Rusia ha elegido aislarse en su propio mundo, un mundo ruso cada vez más irreal e incomprensible, por encima y por fuera de las coordenadas geográficas, históricas, culturales y religiosas. Como ocurrió con la Unión Soviética en el siglo pasado, en el tercer milenio Rusia está intentando un experimento sin precedentes: invertir el curso de la historia, disfrutar el presente para volver al pasado, borrando el futuro para siempre.

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