La deuda de los países pobres, una cuestión de justicia
Veinticinco años después de la campaña del 2000, el Papa Francisco relanza con ocasión del Jubileo el llamamiento que ya había hecho Juan Pablo II para condonar los préstamos a aquellos que no pueden devolverlos. La denuncia en un informe de la UNCTAD: "En el mundo, hay 3.300 millones de personas que viven en países obligados a pagar más dinero por los intereses de la deuda que por la educación y la salud. El Sur del mundo ha pagado el precio más alto de las crisis".
Milán (AsiaNews) - "Deseo dirigir una invitación apremiante a las naciones más ricas, para que reconozcan la gravedad de tantas decisiones tomadas y decidan condonar las deudas de los países que nunca podrán pagarlas. Antes que de magnanimidad es una cuestión de justicia". En el llamado a la esperanza que el Papa Francisco lanza al mundo con el Año Santo 2025 que acaba de comenzar, estas palabras de la bula de indicción Spe non confundit vuelven a plantear con fuerza el tema de la deuda pública de los países más pobres. Y lo retoma también en el mensaje de este año para la Jornada Mundial de la Paz, titulado “Perdona nuestras ofensas, danos tu paz”.
No se trata de un tema nuevo para un Jubileo: ya en el año 2000 Juan Pablo II había pedido hacer propia esta idea de raíces bíblicas en el momento de transición de un milenio al siguiente. Así, 25 años atrás la condonación de la deuda también se convirtió en un tema importante para la sociedad civil. En Italia tomó la forma de una campaña (apoyada por la Conferencia Episcopal Italiana) que llevó a la anulación de la deuda bilateral que dos países africanos, Zambia y Guinea Conakry, habían contraído con Italia y no estaban en condiciones de pagar. Otros gestos - incluso muy significativos desde el punto de vista financiero - se realizaron simultáneamente en varios países.
¿Por qué Francisco siente ahora la necesidad de relanzar este tema? Porque, sobre todo en los últimos años - a raíz de la crisis mundial que provocó la pandemia y se agravó por las repercusiones del conflicto en Ucrania – en muchos países de África, América Latina y Asia la cuestión de la deuda pública ha vuelto a estallar de forma muy manera dura “Estamos ante una crisis que genera miseria y angustia, privando a millones de personas de la posibilidad de un futuro digno –dice el Papa Francisco dándoles voz-. Ningún gobierno puede exigir moralmente que su pueblo sufra privaciones incompatibles con la dignidad humana” .
Alguien podría preguntarse: si son países pobres, ¿por qué se endeudan? Toda economía depende del crédito para financiar sus inversiones. No es casualidad que el país con mayor proporción de deuda pública sea Estados Unidos, la primera economía mundial, seguido (aunque a gran distancia) por China. Sólo para dar algunas proporciones: según datos procesados por la UNCTAD – la agencia de la ONU para el comercio y el desarrollo –, a fines de 2023 la deuda pública a nivel global alcanzó la cifra (récord) de aproximadamente 97 mil billones de dólares. De esta cifra, sin embargo, más de 33 billones de dólares corresponden a deuda estadounidense. La deuda pública total de Italia supera los 3 billones de dólares. La de todos los países africanos en su conjunto asciende a poco más de 2 billones de dólares.
Pero si en términos absolutos es relativamente pequeña, ¿por qué la deuda en los países más pobres crea tantos problemas? Porque las condiciones para contratarla no son las mismas para todos. Tal como ocurre con las personas que piden un préstamo bancario, los países no reciben el mismo trato por parte de otros Estados, organismos multilaterales (como el Fondo Monetario Internacional, FMI) o particulares, los tres grandes sujetos que otorgan créditos. Cuanto más frágil es una economía, más altas serán las tasas de interés que debe pagar. A un Estado africano la misma cantidad de dinero en préstamo hoy le cuesta diez o doce veces más que a Alemania o Estados Unidos. Y es precisamente por esta brecha que la situación se está haciendo cada vez más insostenible en los últimos años: los países africanos pagan actualmente 163.000 millones de dólares al año por los intereses de su deuda, frente a los 61 que pagaban en 2010.
Esto supone un lastre para las posibilidades de desarrollo. La UNCTAD lo explica bien en un interesante informe titulado Un mundo de deuda, publicado hace pocos meses. Analizando lo que ha ocurrido en los últimos años, se ve claramente que el precio de las reiteradas crisis que todos hemos vivido desde la pandemia lo han pagado mucho más caro los países pobres. "La crisis de la deuda es una crisis oculta", explica Giovanni Valensisi, economista italiano de la UNCTAD y uno de los autores del informe. "En el panorama general, las cifras que afectan a los países en desarrollo parecen pequeñas, pero si se observa lo que provocan en sus sociedades, tienen un impacto enorme”.
Más de 3.300 millones de personas en África, América Latina y Asia, por ejemplo, viven en países que se ven obligados a gastar más dinero para pagar los intereses de sus deudas que para financiar la salud o la educación. En la mitad de los países en desarrollo, más del 6,3% de todos los ingresos generados por la exportación se destinan a pagar a los acreedores. Un “impuesto” injusto para los países pobres: la UNCTAD recuerda que en 1953, cuando se firmó el Acuerdo de Londres sobre la deuda de guerra de Alemania, se estableció que los intereses pagados por los alemanes no debían superar el 5% de los ingresos generados por las exportaciones, para no condicionar su recuperación. Sin embargo hoy, para decenas de países del Sur del mundo, este principio elemental de una economía atenta al futuro no se aplica.
Pero durante la pandemia, ¿no se habían previsto medidas de alivio de la deuda para los países pobres? "En 2020 - responde Valensisi - los países del G20 habían congelado durante dos años el pago de los intereses de su deuda a los países en desarrollo. Sin embargo, esa pausa terminó justo cuando la situación se había vuelto aún más grave con la guerra en Ucrania, porque las políticas monetarias adoptadas por los mismos países económicamente más fuertes para contener la inflación habían hecho subir por las nubes todas las tasas de interés".
En ese momento no se tomaron nuevas medidas. Y en un contexto en el que el 61% de la deuda de los países en desarrollo ya no la han prestado los Estados o los acreedores multilaterales, sino particulares (bancos o inversores que compran determinados instrumentos financieros), se ha producido incluso un efecto contrario: "El problema es la volatilidad de estas fuentes de financiación – comenta el economista de la UNCTAD -. En cuanto subieron los rendimientos de los títulos públicos de los países más desarrollados, cambiaron las opciones de los ahorristas, que abandonaron los otros mercados. Por eso en 2022 – precisamente cuando más habrían necesitado los recursos - los países económicamente más frágiles se encontraron con que tenían que pagar más dinero en intereses a los bancos e inversores privados de lo que recibían en nuevos préstamos".
La constatación de estos mecanismos perversos, por tanto, es lo que está detrás del llamamiento del Papa Francisco a volver a poner en el centro de atención el tema de la deuda con ocasión de este Jubileo. Conscientes, sin embargo, de que hoy condonar cuotas importantes es una operación más compleja que 25 años atrás. Porque la mayor implicación de los inversores privados multiplica los interlocutores con los que hay que negociar este acto de justicia. Por eso el Pontífice también exhortó a dar un paso más: imaginar «una nueva arquitectura financiera internacional que sea audaz y creativa». Para garantizar que el peso de las crisis del mañana no recaiga una vez más sobre los hombros de los pobres.
Hay algunas ideas sobre la mesa: "Un primer paso -explica Valensisi- sería abordar la cuestión de la representatividad: implicar realmente de manera significativa a los países en desarrollo en las mesas donde se toman las decisiones. Pero también se está pensando en mecanismos para abordar el problema de los costos excesivos de la deuda: una hipótesis es reforzar los bancos multilaterales y regionales de desarrollo, tanto en términos de capitalización como de capacidad de préstamo consiguiente, haciendo que amorticen parte de los riesgos o emitiendo una parte de los préstamos en monedas locales. Pero sobre todo, es necesario aumentar la sensibilidad financiera a la hora de conceder los créditos, dando prioridad a los proyectos en países pobres que generen desarrollo a largo plazo”. Ejemplos de un posible camino. Para que – como en la idea bíblica del Jubileo – podamos verdaderamente volver a empezar todos juntos.
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