26/04/2025, 16.57
MUNDO RUSO
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La Rusia del Papa Francisco

de Stefano Caprio

Deseaba con toda su alma recuperar el rostro de la "loca santidad" de Rusia, el de sus monjes y sus peregrinos, el de sus grandes artistas y músicos, el de sus escritores capaces de abrir horizontes de verdadera unión universal. Por eso citaba a menudo a Dostoievski. Ahora, en su muerte, nos promete que en esta inextricable lucha interior entre el mal y el bien en el alma humana, se revela siempre el rostro de Cristo.

 

Hoy el Papa Francisco es honrado por jefes de Estado y representantes de casi todos los países del mundo, lo que subraya la universalidad de su papel y de su misma personalidad, que a lo largo de toda su vida ha sabido mirar más allá de las rutas habituales de las actividades eclesiásticas, hasta los territorios más olvidados y "periféricos". Lo que lo convirtió en un punto de referencia para todos no han sido solo sus numerosos viajes apostólicos, sino sus palabras y sus encuentros, su capacidad de comunicarse con todos sin formalismos, mirando a la cara a los interlocutores de todos los niveles y extracciones sociales, en la era de la conexión mundial fluida y digital.   

No acudió a la ceremonia el presidente ruso Vladimir Putin, que ha enviado a su ministra de cultura, Olga Ljubimova, ni tampoco el patriarca de Moscú Kirill (Gundjaev), con quien se había abrazado fraternalmente en La Habana en 2016, también sustituido por el metropolita Antonij (Sevrjuk). Putin no puede arriesgarse a ser arrestado por crímenes internacionales, y Kirill no puede sentarse junto a su principal adversario en el mundo ortodoxo, el patriarca ecuménico de Constantinopla, Bartolomé (Archontonis). Sin embargo, Rusia es una presencia fuerte en la ceremonia de conmemoración del pontífice fallecido, porque es una tierra que durante toda su vida ejerció sobre él una gran atracción, por su historia y su cultura, incluso antes que por cálculos de geopolítica eclesiástica.

Como han reiterado en muchas oportunidades los grandes ideólogos putinianos, y el mismo Kirill, no solo los rusos étnicos y los pueblos históricamente ligados a Rusia forman parte del "mundo ruso", sino también todas las personas que admiran la grandeza de Eurasia, que respetan las tradiciones religiosas y culturales de Rusia, que aprecian su lengua y su literatura y que comparten su aspiración a la sobornost, la unión universal de los pueblos y tierras de Oriente y Occidente. En este sentido, el Papa Francisco fue sin duda el Papa del Russkij Mir, no ciertamente en la deriva bélica y apocalíptica del putinismo ortodoxo de guerra, sino en el reconocimiento de una perspectiva importante del drama de lo humano, disperso en territorios ilimitados y arrastrado continuamente hacia los excesos del bien y del mal, a menudo buscando el bien a través del mal.

La iconografía rusa, de herencia bizantina, presenta una versión extrema de la "perspectiva invertida", aquella que encuentra el punto de fuga no en el horizonte lejano, sino en el alma del espectador, que es transfigurado por la luz de la sagrada imagen de Cristo, de la Madre de Dios y de los santos. Esta es la forma de anunciar el Evangelio que vivió el argentino Jorge Mario Bergoglio, desde las extremidades hacia el corazón, desde el "fin del mundo" hacia la sede de Pedro, lugar de convergencia de todos los anhelos y expectativas del hombre. Es la característica principal de la tan buscada "idea rusa", que sorprende precisamente por la completa inversión de los movimientos y pasajes históricos. No es solo la pintura sacra o la liturgia solemne, vivida con un pathos desconocido incluso para los padres bizantinos, sino que es toda la historia de Rusia la que obliga a reencontrarse a sí mismo después de haberse perdido irremediablemente, como los "últimos" a los que el Papa siempre trató de dirigirse.

Así como la Rus de Kiev fue aniquilada por la invasión y el yugo de los tártaro-mongoles, de la misma manera la Moscovia imperial se enfrentó con sus diversas almas en la guerra sin fin con Polonia y con toda Europa, hasta la actual guerra en Ucrania, en el ruinoso intento de conquistar Turquía hasta Jerusalén y en la distorsión de todos los ideales espirituales en la revolución atea del "yugo soviético" del siglo XX. Los treinta años posteriores a la caída del imperio comunista demostraron ser una vez más un vórtice inverso de la historia, reduciendo la renacida religión ortodoxa a un instrumento de destrucción y de tensión hacia el fin del mundo, remontando y volviendo a recorrer las tragedias del pasado. Todo esto estaba muy claro en la mente del Papa Francisco, que deseaba con toda el alma recuperar el rostro de la "loca santidad" de Rusia, el de sus monjes y peregrinos, el de sus grandes artistas y músicos, el de sus escritores capaces de abrir horizontes de verdadera unión universal.

Uno de los más decisivos de estos escritores fue sin duda Fiódor Dostoievski, el preferido del Papa Bergoglio. El pontífice lo ha citado a menudo en sus discursos, y recordaba sus obras más importantes como Crimen y castigo, Los demonios y Los hermanos Karamazov, por su capacidad de explorar la complejidad del alma humana y las cuestiones religiosas y morales. La característica principal de Dostoievski era precisamente la "perspectiva invertida" del alma, describiendo personajes que en el mal más profundo eran inevitablemente conducidos a descubrir una verdad superior, a reconocer el verdadero rostro de Dios. Francisco utilizó a Dostoievski para ilustrar conceptos como la fe, el sufrimiento, la redención y la guerra, como la famosa "Leyenda del Gran Inquisidor" para reflexionar sobre la naturaleza de la fe y la libertad humana.

En un mensaje a Rusia, el Papa utilizó un pasaje de Los demonios para subrayar que la guerra es una afrenta a Dios. Por lo demás, precisamente en esta novela se expresa el punto culminante del enfrentamiento entre el hombre y Dios, como en la afirmación de uno de los revolucionarios protagonistas del relato, Kirillov, que dice que "si no hay Dios, yo soy Dios", y para sustraerse a Su voluntad "me veo obligado a afirmar mi libre albedrío". Recordando un episodio verídico que ocurrió en Rusia a mediados del siglo XIX, el joven explica que "me veo obligado a dispararme, sin ningún motivo, solo por libre albedrío", y matándose a sí mismo, pretende matar a Dios. Es precisamente la forma "invertida" de la ascesis monástica, que en las tradiciones del hesicasmo ruso implica la "aniquilación de sí mismo" para dejar espacio a Dios.

Pocos meses después de ser elegido, en diciembre de 2013, el Papa Francisco citó a Dostoievski al hablar del sufrimiento de los niños, uno de los temas fundamentales de Los hermanos Karamazov. Afirmaba que el escritor ruso es como "un maestro de vida", y explicó que "la única oración que me nace es la oración del porqué", como el grito de rebelión de Iván Karamazov contra Dios y contra el destino, al que busca respuestas en las tentaciones diabólicas que vuelve a proponer el Gran Inquisidor (un cardenal católico) a Cristo que ha vuelto a la tierra, a quien hay que matar de nuevo para que no vuelva a darle libertad al hombre. En junio de 2021, hablando a los seminaristas de Le Marche, el pontífice aconsejó "leer también a aquellos escritores que han sabido mirar dentro del alma humana. Pienso por ejemplo en Dostoievski, que en las míseras vicisitudes del dolor terrenal supo revelar la belleza del amor que salva".   

Para Bergoglio, "estas no son cuestiones para literatos, sino para crecer en humanidad". Insistía en que "hay que leer a los grandes humanistas, porque un sacerdote puede ser muy disciplinado, puede ser capaz de explicar bien la teología, incluso la filosofía, muchas cosas, pero si no es humano, no sirve, le falta algo, le falta corazón... hay que ser experto en humanidad". Y en abril de 2022, en el contexto de la polémica que planteó Ucrania por la presencia en el Vía Crucis del Viernes Santo de dos mujeres, una ucraniana y otra rusa, el Papa Francisco citó a Dostoievski en la audiencia general, para subrayar que "la paz de Jesús no se impone a los demás, nunca es una paz armada... las armas del Evangelio son la oración, la ternura, el perdón y el amor gratuito al prójimo, el amor a todos los prójimos".   

En mayo de 2023, en la audiencia que concedió a los participantes en el congreso organizado por la revista La Civiltà Cattolica con la Georgetown University sobre el tema "La estética global de la imaginación católica", habló del ortodoxo Dostoievski cuando afirmaba que "muchas veces las inquietudes están sepultadas en el fondo del corazón". Luego citó un pasaje de Los hermanos Karamazov en el que habla de "un niño, pequeño, hijo de una sirvienta, que lanza una piedra y golpea la pata de uno de los perros del amo. Entonces el dueño azuza a todos los perros contra el niño, que huye e intenta salvarse de la furia de la jauría, pero termina siendo despedazado ante los ojos satisfechos del general y los desesperados de la madre". Según el Papa "esta escena tiene una fuerza artística y política tremenda, habla de la realidad de ayer y de hoy, de las guerras, de los conflictos sociales, de nuestros egoísmos personales, de la contradicción de la existencia".

Dostoievski también intervenía en los debates públicos, y afirmaba la necesidad de conquistar Turquía, Tierra Santa y el mundo entero, uniendo a los eslavos y luego a los demás pueblos para realizar la salvación rusa de las almas, anticipando las teorías más extremas del "mundo ruso". Sin embargo, el escritor no sólo se refería en sus novelas a estas tensiones destructivas, sino también todas las contrarias y diferentes, y nunca se podía entender con cuál de los personajes quería identificarse. Probablemente el héroe más simbólico de toda su literatura es precisamente El idiota, personificado por el príncipe Myshkin enfermo de epilepsia, que llega a Rusia proveniente de Europa para anunciar una nueva visión del Evangelio, y criticando a los católicos que "nos han llevado al ateísmo", finalmente proclama: "muestren al ruso el mundo ruso, hagan que encuentre ese oro, ese tesoro que su tierra le oculta. Muéstrenle en el futuro lejano la renovación de todo el género humano, es más, su resurrección en virtud de la única idea rusa, del Dios ruso, del Cristo ruso, y verán qué poderoso gigante de justicia, sabiduría y amor se presentará ante el mundo estupefacto y aterrorizado. Estupefacto y aterrorizado porque el mundo espera de nosotros hierro y fuego... espera la violencia porque, utilizando su propia vara de medir, no sabe describirnos si no imaginándonos semejantes a los bárbaros. Así ha sido siempre y así será mañana, cada vez en mayor medida".

La Rusia del Papa Francisco es la de Dostoievski y tantos otros hombres de arte y de cultura, la Rusia que busca una nueva resurrección, incluso "pasando al mundo a hierro y fuego". En su muerte, el gran Papa "rusófilo" nos promete que en esta inextricable lucha interior entre el mal y el bien en el alma humana siempre se revela el rostro de Cristo, el salvador de cada hombre y de cada pueblo, comenzando siempre por los últimos.

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