El nuevo militarismo en el sistema educativo de la Rusia en guerra
Para el filósofo Nemtsev la tendencia latente a la violencia se convierte en la forma decisiva de recuperar lo perdido. Los civiles se vuelven "cuasi militares", con entrenamiento espontáneo individual y en grupos. Incluso la vestimenta cotidiana recuerda la experiencia bélica con guantes tácticos y rodilleras protectoras. La guerra es un contenido fundamental de la literatura, el arte y la cultura rusa.
Hace pocos días se celebró una gran conferencia on line de los "Puentes Académicos", que reunió a investigadores y estudiosos de la historia y de la cultura rusas de varios países de Europa sobre temas de sociología y antropología de la sociedad rusa, que está sufriendo cambios bastante radicales en estos años de guerra. El filósofo, historiador y literato de Novosibirsk, Mijail Nemtsev, ofreció una de las principales conferencias sobre "La Antropología del nuevo militarismo ruso", para mostrar características específicas de una actitud agresiva que, por otra parte, es muy tradicional en Rusia, tanto en los siglos imperiales como en el pasado reciente soviético, con una educación militarista que vuelve a resurgir en el actual sistema educativo ruso.
Nemtsev explica que, tras una pausa en la década del '90, la propensión al militarismo ha vuelto a difundirse en todos los niveles, sobre todo en los últimos 15 años, tanto en las cadenas de producción de la industria bélicas privada y del Estado como en la tendencia a revisar la historia de forma “alternativa”, lo que constituye la base de la ideología actualmente dominante del “mundo ruso”, interpretada en diversas variantes y a distintos niveles. Un fuerte impulso provino del período de la pandemia de Covid-19, que alimentó en gran medida las teorías conspirativas, llegando incluso a considerar las medidas sanitarias como verdaderas acciones militares a las que había que someterse o a las que había que combatir como expresión de un enemigo imaginario, a menudo identificado con fuerzas oscuras y ajenas a Rusia que se proponían destruir su fuerza espiritual y moral.
Se llega así a una interpretación "estética y ética" de la experiencia militar, que se distingue de los arquetipos del pasado como la liberación del yugo tártaro medieval, la unificación de las tierras rusas contra las turbulencias internas y externas, la santa alianza imperial para dominar Europa contra los invasores, hasta llegar a la "lucha por la paz universal" con sabor soviético. El militarismo actual es un "redescubrimiento de la identidad rusa bajo una nueva forma", comenta el filósofo, en la cual la tendencia latente a la violencia se convierte en la forma decisiva para recuperar todo lo que se creía perdido.
En realidad, como explica Nemtsev, el mundo contemporáneo se basa desde hace más de tres siglos en una clara separación entre lo "civil" y lo "militar": los soldados hacen su trabajo y los civiles viven en su propia dimensión, apoyando y sosteniendo al ejército a fin de que este no se entrometa en los asuntos privados de las personas. Este modelo ideal se está desmoronando actualmente en Rusia, y el enfoque militar se está expandiendo en la vida civil, en la propaganda y en las lecciones de entrenamiento para la guerra en las escuelas, y en general con un interés cada vez más difundido entre la gente común por la dimensión militar, a la que se considera cada vez más importante y significativa, y en la que se deben invertir fuerzas e intereses. Los civiles no se convierten propiamente en militares, sino en "cuasi militares", que se entrenan espontáneamente en forma individual y grupal, formando asociaciones de cosacos y combatientes, o incluso simplemente recopilando una literatura cada vez más amplia sobre la historia y el arte de la guerra.
Esta transformación no es exclusiva de Rusia, un fenómeno similar se verifica de manera bastante evidente en Estados Unidos, por no hablar de los numerosos países militarizados de Asia, África y América del Sur, mientras Europa se mantiene en un estado de "separación" pacífica que no desea intromisiones bélicas. En Rusia, como en EE.UU., resulta cada vez más atractiva la imagen de uno mismo como combatiente, aficionándose al tiro y participando en cursos de supervivencia y experiencias extremas, además de las múltiples expresiones violentas de protesta. A los rusos les encanta vestirse como soldados incluso en la vida cotidiana, no sólo con chaquetas de camuflaje, sino también con guantes tácticos y rodilleras protectoras.
Es decir que, junto con las políticas agresivas de los líderes y gobiernos, a nivel federal y regional, se está desarrollando cada vez más la subcultura de guerra en la que todos aspiran a participar. Todo esto salió a la luz de forma sensacional en 2014, cuando comenzó el conflicto con Ucrania y la anexión de Crimea, con el grito de Putin ¡Krym Nash!, “¡Crimea es nuestra!”, que convirtió un conflicto fratricida en algo apasionante que después adquirió dimensiones globales. Algunos personajes han encarnado espectacularmente esta tendencia bélica “popular”, como el héroe de la “guerra híbrida” en Ucrania, Strelkov (Igor Girkin, actualmente detenido en las cárceles rusas), o el creador de la compañía Wagner, el fallecido “cocinero de Putin” Yevgeny Prigozhin, probablemente el protagonista más querido por las masas en los últimos años. Ahora todos los grupos de mercenarios han sido integrados en la nueva concepción del Ministerio de Defensa, que con el nombramiento del economista Andrei Belousov se ha convertido en la estructura dominante de la política y la economía rusas y, en cierto modo, incluso de la religión ortodoxa "militante".
Nemtsev resume todo con la constatación de que "el interés militar hoy está presente y se impone cada vez más en todos los niveles de la sociedad rusa", más allá del uso político que de él hacen las estructuras de poder. Sin duda, es un factor importante en el apoyo masivo al régimen de Putin, que necesita contar con personas que les digan a sus amigos y a sus hijos qué emocionante es correr por el bosque con armas automáticas y camuflaje, lanzarse en paracaídas sobre objetivos a los que hay que atacar u otras aventuras similares, mucho más atractivas que las competiciones deportivas y dejando las Olimpíadas para que se diviertan los depravados occidentales.
Durante al menos dos generaciones, después de las guerras mundiales, se ha razonado a partir del principio "con tal de que no haya más guerra", mientras que ahora se vuelve a pensar que "no hay otra solución que la guerra". El culto a la guerra, por otra parte, se transmite a través de los muchos monumentos a los héroes victoriosos, tanto en Rusia como en otros países, y Nemtsev recuerda que la guerra es un contenido fundamental de la literatura rusa, no sólo en La guerra y la paz de León Tolstoi, sino en el arte y la cultura de muchos pueblos. Él define la guerra como "un elemento fundamental de la vida de las sociedades contemporáneas", independientemente de las victorias o derrotas del pasado; la memoria y los debates sobre las guerras pasadas se consideran esenciales para definir la identidad nacional. Y hoy Rusia ha fusionado esta memoria en una identificación con la Gran Guerra Patriótica (como se llama la Segunda Guerra Mundial), transformada en un "culto a la Victoria", uniendo la fecha del 9 de mayo de 1945 con la del 24 de febrero de 2022, la entrada en Berlín y la invasión de Ucrania.
Incluso hasta la palabra "guerra" ha sido descartada y prohibida por ley, reemplazándola por el concepto místico de "operación especial", al mismo tiempo militar, política, económica y religiosa. Se la representa simbólicamente con la esvástica Z, de manera que ahora sólo existen la poesía Z, la literatura Z, la ortodoxia religiosa Z, y cualquier expresión pública permitida se condensa en el verbo Zigovat, "hacer la Zeta" en todas las dimensiones. La sociedad no se opone a esta nueva dimensión, salvo unos pocos disidentes reprimidos, envenenados, asesinados o intercambiados por algunos héroes de guerra y criminales. Se acepta vivir en un mundo inédito de conflictos permanentes como en las películas de ciencia ficción, con la invasión de extraterrestres: han llegado los marcianos, aprenderemos a vivir en Marte (el "planeta de la guerra", por otra parte).
El hecho es, concluye Nemtsev, que "el pueblo es una comunidad de personas que, en un territorio determinado, afrontan juntas las cuestiones de la vida y la muerte". El pueblo está formado por aquellos de los que se nace, aquellos con los que se va juntos a la escuela, aquellos con los que se engendran nuevos hijos y se construyen familias, y aquellos que finalmente se entierran. El filósofo cita un dicho ruso, na miru i smert krasna, "en el mundo incluso la muerte es maravillosa". El culto a la guerra es el culto a la muerte, que debe ser digna y honorable, llena de valores positivos. La guerra es el contenido final de los "valores morales y espirituales tradicionales": se vive para una muerte gloriosa, defender la patria es el principal camino hacia la santidad, como repiten el patriarca Kirill y sus metropolitanos, una versión extrema de la imitación de Cristo y de los mártires.
No importa quién se quedó y quién se fue, quién lucha y quién intenta escapar, el patriotismo bélico define las fronteras del alma mucho antes que las geográficas y militares. Thomas Mann, uno de los mayores escritores alemanes, dijo en 1946 que "no tengo intención de regresar a Alemania, ¿cómo voy a vivir con aquellos que apoyaron al nazismo durante años?". Es una pregunta que concierne ante todo a cada persona: cómo vivir en la cultura de la muerte y cómo elegir redescubrir la vida, asumiendo las propias responsabilidades y pidiendo perdón, para reconstruir el Estado, la sociedad, Rusia y el mundo que nos espera después de la guerra.
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