08/02/2025, 15.35
MUNDO RUSO
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El fin de la guerra del Maidán ucraniano

de Stefano Caprio

Independientemente de sus líderes y de sus expresiones políticas y culturales, Ucrania se debe reconstruir no sólo en sus ciudades y viviendas, como imagina el Gran Desarrollador Inmobiliario que ascendió al trono del imperio estadounidense, si no también como un paso fronterizo entre el resentimiento y la esperanza, entre Rusia y el resto del mundo.

 

Se acerca el fin de los enfrentamientos bélicos entre Rusia y Ucrania, al menos como una tregua necesaria debido al agotamiento por un lado y, por el otro, los anuncios surrealistas del viejo nuevo presidente estadounidense Donald Trump, que sueña al mismo tiempo con la Gaza Beach palestina y la isla del tesoro de las tierras raras ucranianas. Nos acercamos al tercer aniversario de la invasión rusa, que según Putin debería haber llegado hasta Kiev si no hubiera sido por las promesas engañosas de los líderes europeos, que ofrecían la rendición de Ucrania si los rusos tenían un poco de paciencia. Y estamos en el mes crucial del final del invierno, que nunca ha sido tan cálido en las tierras del norte, hasta el punto que casi se puede nadar en el Ártico. Para deleite de los rusos que ven derretirse las barreras glaciales para la dominación del mundo.

Estamos en el mes “caliente” de las revueltas ucranianas, el “mes del Maidán”, que recuerda los acontecimientos de 2014, cuando entre el 22 de diciembre y el 22 de febrero la Spetsnaz Berkut, el escuadrón de los servicios ucranianos heredado de la Unión Soviética que todavía controlaban los rusos, comenzó a disparar sistemáticamente contra los manifestantes en la plaza central de Kiev, superando el centenar de víctimas, un hecho que en Ucrania se recuerda cada año como el verdadero comienzo de la guerra rusa. No se borra la memoria de aquellos que pasaron el invierno no sólo en el Maidán de Kiev, la «plaza libre» según el significado original del término, sino también en el de todas las ciudades de Ucrania. Se recopilan los relatos, las fotografías y los comentarios de ese mes del Memoriz, para no perder el espíritu de aquellos días frente a las tragedias que se han sucedido a lo largo de los años hasta la actualidad.

Ha pasado el tiempo, la guerra se fue transformando de híbrida en incandescente, y después en guerra sin movimiento y de trincheras, pero los objetivos del Kremlin siempre han sido los mismos: engullir nuevamente a la "Pequeña Rusia" ucraniana, el "vientre agrícola" de las tierras fértiles que engordan a la Gran Rusia, y que ahora también codicia Estados Unidos por los minerales preciosos que contienen. El EuroMaidán de 2014 recuerda a su vez al Maidán de 2004, la “revolución naranja” que tuvo lugar entre noviembre y enero en todas las plazas de Ucrania, en el primer enfrentamiento entre el candidato del Kremlin, Viktor Yanukovich, y el ex primer ministro prooccidental Viktor Yushchenko. En la segunda vuelta de las elecciones, el “Partido de las Regiones” del Donetsk, controlado por el Kremlin, “corrigió” cerca de 750.000 votos a favor de Yanukovych, lo que desencadenó las protestas masivas en el Maidan Nezalezhnosti, la “Plaza de la Independencia” de Kiev, con manifestaciones que duraron varias semanas.

La “revolución” comenzó el 21 de noviembre de 2004, cuando se anunció que Yanukovich había ganado con un 3% más de votos que su adversario. Las regiones occidentales y centrales, incluida la capital, Kiev, se opusieron entonces en apoyo de Yushchenko, mientras que el “vasallo del Kremlin” recibió el respaldo de las regiones orientales y meridionales, ahora “anexadas” por la guerra de Putin. Muchos políticos europeos intentaron actuar como mediadores, comenzando por el presidente polaco Alexander Kwasniewski, el secretario de la OTAN y comisario europeo Xavier Solana, el presidente lituano Valdas Adamkus y el ex presidente polaco Lech Walesa. El 3 de diciembre de 2004 la Corte Suprema de Ucrania declaró inválidas las elecciones debido a las interferencias en los órganos de información y la violación de muchas otras normas, y las elecciones se repitieron el 26 de diciembre, cuando Yushenko ganó con un margen del 7,8 por ciento.

En aquellos días en la plaza del Maidán se concentraron masas de medio millón de personas durante cerca de dos meses, montando tiendas de campaña bajo la nieve, tal como ocurrió diez años después, de nuevo contra Yanukovich, quien se había convertido en primer ministro tras el envenenamiento de Yushenko y había rechazado los acuerdos con la Unión Europea. Han pasado más de veinte años y lo que se pudo hacer en aquel momento para frenar la deriva bélica no fue suficiente ni se comprendió, arrastrando a Europa y al mundo entero a una redefinición de los equilibrios políticos, económicos, culturales y religiosos. En el Maidán estaba en juego mucho más que la independencia de Ucrania, y las tragedias de los últimos tres años lo han dejado claro para todos.

En 2004 se logró evitar los enfrentamientos abiertos y las víctimas que, en cambio, se produjeron en 2014 y se convirtieron en tragedias masivas en 2022. El Kremlin no olvidó las demandas de los manifestantes y en 2014 no tuvo reparos en ordenar que dispararan directamente a la gente en la plaza de una de las capitales centrales de Europa, ante las cámaras de televisión en vivo, superando incluso las vacilaciones del propio Yanukovich, que trataba de evitar un enfrentamiento abierto. Ahora el depuesto presidente pasa su jubilación en una villa en las afueras de Moscú, junto a su compañero de desventuras Bashar Assad, quien también se vio obligado a huir de Siria. El hijo menor de Yanukovich, Viktor Viktorovich, se ahogó en el lago Baikal de Siberia en 2015, en circunstancias misteriosas, como varias personas vinculadas al presidente depuesto, mientras que su otro hijo, Alexander, hoy gana millones vendiendo el carbón de las minas del Donbass, la región rusificada de la que su padre fue gobernador al comienzo de su carrera política.

La reconquista de Ucrania ha sido uno de los objetivos de la política de Vladimir Putin desde el comienzo de su presidencia, hace un cuarto de siglo, mientras se ocupaba de apagar el fuego de la guerra civil en Chechenia y restablecía el orden en el Cáucaso, la primera región de la que se tuvo que hacer cargo y que vivía la inestabilidad derivada del fin de la Unión Soviética. Lo más importante en aquel momento era el dinero, que comenzó a fluir con los acuerdos petroleros con Occidente y permitió que comenzaran los conflictos gracias a las reservas acumuladas en los primeros años del 2000 que ahora se están agotando, justo a tiempo para repartirse el territorio con el nuevo presidente estadounidense, un "hombre práctico" del agrado del Kremlin. El enviado especial de Trump para la crisis ucraniana, Keith Kellogg, ha comenzado a decir que una vez que cesen las operaciones bélicas, Volodymyr Zelenskyj debería convocar elecciones presidenciales y parlamentarias, y así volvemos a 2004, con el juego de bandos que le gusta a Moscú, en tiempos en los que la injerencia y la manipulación resultan mucho más fáciles y sistemáticas gracias a las nuevas tecnologías.

Después del primer Maidán en 2004, los rusos lograron de diversas maneras “comprar” al gobierno y al presidente, al presidente y vicepresidente de la Verjovnaya Rada y a la mayoría parlamentaria, hasta el punto de hacer nombrar una cúpula del ejército ucraniano totalmente controlada por Moscú. Sin embargo, Ucrania se liberó de las cadenas del amo. De todos modos no se puede olvidar lo estrechamente vinculados que están ambos pueblos, en realidad las dos caras de un mismo pueblo heredero de la antigua Rus', como repiten los rusos, dejando de lado el hecho de que la parte ucraniana siempre ha estado orientada hacia Occidente, a pesar de todos los intentos de mantenerla atada al Oriente euroasiático. El Kremlin repite obsesivamente las acusaciones de una “invasión occidental”, culpando a los estadounidenses y a los europeos, a los ingleses y a la OTAN, cuando el conflicto es inherente al alma misma de Rusia, a su historia y a su cultura, y también a su religión, que no puede de ningún modo separarse del mundo cristiano y occidental por mucho que intente reformularse en una ortodoxia militante y excluyente, en oposición a todas las demás Iglesias ortodoxas, comenzando por el Patriarcado de Constantinopla, que incluso en los últimos días ha reiterado la “irreversibilidad de la autocefalia ucraniana”, proclamada en enero de 2019.

Los rusos ya no saben a quién culpar, sólo faltan los marcianos y los reptilianos, que pronto entrarán en los horizontes geopolíticos vista la intención de Trump y su patrocinador, Elon Musk, de colonizar Marte. Y quién sabe, quizá algún día también será proclamado parte del “mundo ruso”, aunque sólo sea por su nombre bélico. El verdadero adversario sigue siendo siempre el pueblo ucraniano, que demuestra la posibilidad de vivir la herencia de la antigua Kiev sin pretensiones imperiales, sino como parte de la Europa de los pueblos y culturas diversas, de los cristianos griegos, latinos, sajones y eslavos, tal como se fue formando a lo largo de los siglos. La propaganda de Putin no es capaz de superar dos expresiones absolutamente tabú, la de "guerra", sustituida por "operación especial" y la de la propia Ucrania, el título de "frontera" que no quiere reconocer, utilizando los epítetos de "ucronazis" o la definición de malorossy, los "pequeños rusos", para no admitir que existe un pueblo igual y contrario a ellos mismos.

El pueblo ucraniano, exhausto y desorientado, heredero a su vez de las mil contradicciones de las pretensiones soviéticas de grandeza y aislamiento del mundo, es hoy el verdadero portador de una nueva esperanza para el futuro de Europa, de Occidente y de la paz universal. Independientemente de sus dirigentes y de sus expresiones políticas y culturales, hoy sumamente condicionadas por el conflicto con los rusos, Ucrania se debe reconstruir no sólo en sus ciudades y viviendas, como imagina el Gran Desarrollador Inmobiliario que ascendió al trono del imperio estadounidense, que sólo ve una esperanza de futuro en los complejos turísticos y las urbanizaciones. Hay que reconstruir una Ucrania interior en el alma de cada persona, un paso fronterizo entre el resentimiento y la esperanza, entre Rusia y el resto del mundo, porque no se puede construir un mundo que excluya a los pueblos y a los millones de personas que los forman, sean cuales fueren sus culpas y sus reivindicaciones, sus historias y sus tragedias. Ucrania es la profecía de un mundo sin fronteras.

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