20/01/2024, 16.31
MUNDO RUSO
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El bautismo de la Rusia soberana

de Stefano Caprio

La fiesta que cierra el ciclo de Navidad, que los ortodoxos acaban de celebrar, incluye en Rusia la inmersión en agua helada como experiencia de renacimiento físico y espiritual. En estas mismas horas el filósofo Aleksandr Shipkov esboza en un ensayo las características de la "educación en valores morales", núcleo del maridaje entre religión y política que hoy se impone en Moscú.

 

La noche del 18 al 19 de enero se celebró en Rusia el Bautismo del Señor, fiesta que cierra el ciclo de Navidad según el calendario juliano. Junto con la especificidad de la fecha, la Iglesia rusa pone de relieve en esta solemnidad de la Epifanía la superioridad específica de la Ortodoxia, en la versión eslavo-oriental, con el rito de la inmersión en agua helada, una variante de la memoria del Jordán que sólo los rusos son capaces de reproducir, considerando que ésta es la época de heladas más intensas en las tierras euroasiáticas.

Las eparquías y parroquias reiteran las normas que se deben observar para vivir plenamente esta experiencia de renacimiento físico y espiritual, y regresar a casa con la cantidad de agua bendita suficiente para todo el año. Como recuerda el protoierej Evgenij Ivanov, secretario de prensa de la archieparquía de Almaty, en Kazajistán, “sumergirse en el agua santa cura el cuerpo y el alma; algunos piensan erróneamente que el baño litúrgico lava los pecados, pero no es así, los pecados se purifican con el arrepentimiento auténtico y se corrigen con las buenas obras". A estas exhortaciones se añade la de "no olvidar las normas de seguridad", entrando al agua sólo en los lugares señalados, bajo la supervisión de médicos y socorristas litúrgicos, equipados con calzado de resina, una toalla, una muda de ropa y un termo con té caliente. Antes de la inmersión "hay que hacer algunos ejercicios de calentamiento", sumergirse hasta los hombros y no mojarse la cabeza, "para evitar contracciones de los vasos cerebrales", y obviamente evitar beber alcohol. Los niños sólo pueden bañarse junto con sus padres y no se admiten personas con enfermedades crónicas.

El rito bautismal se parece más a un ejercicio militar que a un gesto ascético, una connotación que resulta particularmente apropiada y simbólica en estos tiempos de guerra. El año pasado el clima era gélido, no sólo por las temperaturas muy por debajo de cero, sino también por las preocupaciones de la contraofensiva enemiga, que parecía interrumpir la marcha triunfal de la reconquista de las tierras ucranianas y de la regeneración de los pecadores de todo el mundo, la "buena acción" ortodoxo-patriótica que redime al pueblo humillado y ofendido. Este año, en cambio, el sagrado Bautismo anuncia un tiempo de gloria y orgullo nacional y universal, cuando sólo faltan dos meses para la próxima reconsagración del zar y en medio de un torbellino de guerras y revueltas en todas partes del mundo, signos del apocalipsis salvífico que comenzó hace dos años y que destruye las barreras de las fronteras para construir nuevos muros defensivos contra los ataques del demonio.

Más que las homilías patriarcales o los mensajes presidenciales, destacan en estos días las proclamas de los profetas e ideólogos, como la que publicó en la "Gaceta Parlamentaria" uno de los mayores intérpretes del soberanismo escatológico, el filósofo Aleksandr Shipkov, rector de la Universidad Ortodoxa de San Juan el Teólogo de Moscú y vicepresidente del Consejo Popular Universal Ruso, en cuya cima se sienta el patriarca de Moscú Kirill (Gundyaev). El ensayo se titula "Educación en valores morales y soberanía del Estado", y formula explícitamente el connubio entre religión y política que caracteriza el régimen Kirill-Putin.

Shipkov observa "el período de turbulencias que está atravesando el mundo entero", en el que "Rusia, en virtud de una serie de circunstancias históricas, se ha convertido en el epicentro de todo el proceso de transformación". La estabilidad y la "determinación" (ustoičivost) del Estado ortodoxo representan el modelo de soberanía, contra el cual se multiplican los "desafíos y amenazas" a las que es necesario dar una respuesta adecuada y definitiva. Evidentemente, esto requiere la "organización defensiva" - comenzando por la industria bélica - y el "saneamiento del ámbito de la información", la guerra militar y la guerra híbrida, sin olvidar la "normalización de la política cultural" y la "regulación de las dinámicas demográficas", reescribiendo la historia y fomentando la fertilidad familiar. Para alcanzar una soberanía verdaderamente efectiva, a estos importantes elementos hay que añadir la "defensa de los valores morales", que no se debe limitar a la "repetición de definiciones prefabricadas" porque se trata de una tarea mucho más global y dinámica.

El objetivo del proceso de formación debe conducir a "educar a la próxima generación de rusos en el espíritu de participación incondicional en el destino de su país" y en los acontecimientos más críticos e importantes de su historia. Un aspecto decisivo es el “interior y psicológico" de esa participación, considerando, por ejemplo, la "fuga de cerebros" que ha llevado al extranjero a una gran parte de los expertos rusos en informática, hoy más necesarios que nunca para la nueva economía autárquica. Los especialistas se sienten atraídos por los elevados salarios de las empresas extranjeras, e incluso si las empresas rusas intentan ofrecer aumentos, sus adversarios suben la oferta, en una "alocada e interminable competencia del mercado laboral internacional". Para salir de este callejón sin salida, insiste el filósofo, es necesario "superar los intereses puramente materiales", formando ciudadanos - incluidos los informáticos - que vean el trabajo no sólo como un "servicio a sí mismos", sino como un verdadero servicio a la patria.

La fórmula que propone Shipkov supone, por tanto, "la sumisión del proceso de formación al sistema de valores morales, resolviendo también de esa manera el problema de la identidad nacional". Un problema que Rusia ha heredado de las numerosas interrupciones de su tradición, lo que se denomina "cronoclasmias" de su historia, como las turbulencias de principios del siglo XVII y la revolución de principios del siglo XX, a las que el politólogo añade la crisis de los años noventa tras la caída del régimen soviético. Estos quiebres también tuvieron repercusiones a nivel eclesiástico, con los cismas y las dictaduras occidentalizantes y ateas, pero preocupa especialmente el post-soviético, cuando "hubo muchos intentos de llevar a cabo una especie de reforma de la Ortodoxia", una verdadera "erosión de nuestra identidad nacional".

Si bien es cierto que la revolución bolchevique había anulado la tradición anterior, el ensayo defiende no obstante la "cultura soviética", considerándola "parte integrante de la historia y de la cultura rusa en su conjunto" aunque en un contexto "lleno de contradicciones", pero que se debe mantener unido a todo lo demás, porque “la experiencia de nuestra nación y de nuestro pueblo no se puede separar en pedazos, y nosotros no lo permitiremos”. Hoy se debe reconstruir el "consenso histórico-cultural" en Rusia, una tarea muy oportuna en el comienzo de la campaña electoral presidencial, volviendo a poner juntas todas sus piezas y sus "códigos culturales y religiosos: ortodoxo, soviético, prerrevolucionario, vetero-creyente, nacional-popular, y los códigos étnicos confesionales menores". ¿Y qué es lo que puede unir todas estas dimensiones, a menudo contrapuestas entre sí? “Sólo es posible sobre la base de una única plataforma ética, que siempre ha permanecido inmutable en todas las etapas convulsas de nuestra historia”, responde Shipkov.

El sistema socialista soviético, por ejemplo, según esta interpretación exaltaba el sentido popular de la justicia, era un "socialismo desde abajo" que se basaba en el concepto de sobornost, de comunitarismo vivido, lo que los soviéticos llamaban "colectivismo". Esto se debe recuperar hoy a un nivel más universal, el de la "misión histórica de Rusia y del mundo ruso, que consiste en formar en todas partes un espacio de comunión, para la salvación del alma". El fortalecimiento del imperio, desde Iván el Terrible hasta Pedro el Grande y Stalin, es precisamente el objetivo religioso de la salvación espiritual, y en consecuencia es principalmente un "imperio moral", no una afirmación del poder de un individuo o de una casta, ni siquiera de una sola nación. Éste es el contenido de los discursos del actual emperador (a menudo redactados por el mismo Shipkov), que constituyen "el programa de nuestro futuro, el modo de vida de los ciudadanos de Rusia al menos durante los próximos 30-40 años". Por eso el filósofo se asocia a la invitación navideña del patriarca Kirill, que había exhortado a los rusos en el extranjero a regresar a su patria, donde se perdonarán todas sus acciones dictadas por el miedo o la codicia.

En Rusia encontrarán un mundo nuevo, donde "los valores no son abstracciones, sino que se concretan en la experiencia de vida del hombre ruso", eliminando las ilusiones "neoliberales y mercantilistas" y reemplazándolas por el amor patriótico, "del que ya no tendremos que avergonzarnos nunca más". Se pone fin a las competencias internas para sobresalir en política o economía, porque "el líder debe ser uno solo, a lo sumo dos o tres", y todos los demás se deben adaptar. "En el Evangelio se dice que hay que amar al prójimo y defender a los débiles, en ninguna parte de las Escrituras se invita a apoyar a los fuertes”. Una vez que uno ha elegido a su guía, puede quedarse tranquilo por el resto de su vida.

En resumen, con todas las precauciones necesarias, hay que sumergirse sin miedo en la cruz helada, para renacer a la luz de la Ortodoxia soberana, la nueva síntesis de la historia y los valores morales. Lo que importa en la moral no son los códigos de conducta sino los "códigos culturales", que justifican incluso las guerras más terribles y los sentimientos de odio hacia los extraños, como ocurre ahora en todas partes del mundo, para gloria de Rusia.

 

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