07/09/2024, 15.56
MUNDO RUSO
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El Khan Putin y la nueva Horda rusa en Mongolia

de Stefano Caprio

La primera visita de un dirigente ruso a la entonces capital, Karakorum, tuvo lugar en 1247, cuando toda Rusia y toda Asia estaban sometidas al Gran Khan Baty, el heredero de Genghis Khan. Putin necesita mostrarse en escenarios internacionales y Ulán Bator es un lugar mucho más conveniente que China, donde el ruso inevitablemente  parece un súbdito. Como lo demuestra la complicada historia del gasoducto Fuerza de Siberia 2.

 

El viaje de Vladimir Putin a Ulán Bator ha provocado muchas reacciones debido a la arrogancia que demuestra al ignorar la orden de arresto del tribunal internacional, el evidente intento de forzar a China a firmar acuerdos comerciales en el sector energético y otras diversas razones. En realidad Putin quería mostrar el verdadero significado de toda su política de agresión y desestabilización del panorama geopolítico internacional, que se encuentra en las raíces más profundas del resentimiento de los rusos contra el mundo entero, no sólo por la pérdida del imperio soviético, sino que se remonta hasta la mayor humillación de la historia milenaria de Rusia provocada por la invasión y el yugo de dos siglos de la Horda tártaro-mongola.

La primera visita de un líder ruso a Mongolia tuvo lugar, en efecto, en 1247, cuando toda Rusia y toda Asia estaban sometidas al gran Khan Baty, el heredero de Genghis Khan, con quien el príncipe Aleksandr Nevskij - una de las figuras más aclamadas por Putin y el patriarca Kirill -  fue a entrevistarse a Karakorum, la capital de la Horda, donde permaneció dos años. Qara Qorum es el nombre en mongol clásico de las "Montañas Negras", situadas en la parte más occidental del país, y la ciudad fue fundada, poco después de la muerte del "Khan de los Océanos" - quien había reunido a los pueblos túrquicos y mongoles y conquistó el mayor imperio de toda la historia - por su tercer hijo y primer sucesor Ögödei. Fue la capital del imperio mongol durante treinta años hasta 1264, cuando Kublai Khan trasladó la sede a Khanbalig, la actual Beijing, que finalmente fue destruida por los Ming un siglo después.

En aquella época la importancia de Karakorum era tal que incluso el Papa Inocencio IV había enviado como embajador a uno de sus mejores misioneros, Giovanni da Pian del Carpine, uno de los primeros discípulos de san Francisco de Asís. En la Ystoria Mongalorum él describió la grandeza del imperio y las devastaciones que había causado, sobre todo la destrucción total de Kiev, la capital de la Rus', que desapareció de la historia durante casi cuatrocientos años. El fraile también conoció en el reino de Baty al príncipe Aleksandr, quien gracias al acuerdo con los mongoles sentó las bases para el ascenso de Moscú, que floreció durante ese imperio gracias a las ventajas comerciales, que también se extendían a la Iglesia ortodoxa.

Ahora Putin puede aterrizar triunfalmente en el aeropuerto de la capital de Mongolia y mostrarse como el verdadero Khan del nuevo "orden mundial", el de la Horda de los invasores rusos, junto al presidente Ukhnaagiin Khürelsükh en la Yurta, la tienda engalanada como la residencia real de Karakorum en el interior del palacio presidencial de Ulaanbaatar. El nuevo zar ruso es el verdadero soberano, y el gobernante de la pequeña y pacífica Mongolia moderna aparece como su devoto súbdito: es la gran revancha de toda la historia rusa.

Por eso Putin quiso celebrar el aniversario de otra victoria simbólica, la que conquistaron las tropas unidas soviéticas y mongolas contra el ejército japonés hace 85 años durante el conflicto del río Khalkhin-gol, antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial. Es una de las constantes de la reescritura de la historia rusa que más se repite en la mente del Khan del Kremlin: la conexión de las victorias del siglo XX con las guerras más antiguas, desde Aleksandr Nevsky hasta Stalin, desde la Rus' de Kiev hasta la Unión Soviética. Por supuesto, también tenía mucho peso la bofetada a las convenciones internacionales, que puso en evidencia la inconsistencia de la orden de arresto del Tribunal de La Haya a la que Mongolia estaba obligada, y que anteriormente había impedido a Putin viajar a Armenia y Sudáfrica, dos aliados mucho menos seguros que los mongoles.

Además de todo esto, Putin eligió un momento especialmente delicado para viajar a Ulán Bator, el más álgido de la guerra con Ucrania, entre la contraofensiva ucraniana en Kursk y la contro- contraofensiva rusa en el Donbass, con innumerables bajas en ambos bandos y también entre la población civil. Además, precisamente durante los días del viaje a Oriente - que continuó desde Mongolia hasta la capital rusa en el Pacífico, Vladivostok, con motivo del Foro Económico Oriental - se conmemoraba en Osetia del Norte, en el Cáucaso, el 20º aniversario de la masacre perpetrada por terroristas (y las fuerzas especiales rusas) en la escuela de Beslán. Putin estuvo allí pocos días antes y debió hacer frente a las airadas madres de los 186 niños asesinados que todavía están esperando justicia, y tuvo que retirarse con el rabo entre las piernas. Con todas estas excusas, el objetivo del viaje era subrayar la "normalidad" de la situación desde el punto de vista del Kremlin, como si la conquista de los mil kilómetros cuadrados de la región de Kursk no hubiera afectado los planes de la guerra y de la victoria.

El estribillo que repite Putin desde que comenzó la guerra ha sido que "todo va según lo previsto", cuando es evidente que todo funciona al revés, y en vez de reconquistar Berlín tiene que ir a la Yurta de Mongolia, aunque los recientes éxitos electorales de la derecha neonazi en Turingia y Sajonia han despertado gran entusiasmo en Moscú, sobre todo por el requerimiento de que se retiren las banderas ucranianas de los edificios alemanes. Cualquier victoria suma, desde las de Nevskij en 1240 contra los suecos y los Caballeros Teutónicos hasta la de 1938 contra Japón, hoy aliado de los "nazis occidentales" contra los que Rusia ha desatado una guerra universal, aunque ciertamente no se puede comparar la toma de Bakhmut y Avdeevka con la de Könisberg y Viena. Más aún cuando la victoria de Khalkhin-gol se logró junto con el fiel aliado mongol, porque no es que la Rusia actual pueda contar con muchos verdaderos aliados, ni en Occidente ni en Asia, y ni siquiera entre los países ex soviéticos.

Algunos comentaristas creen que el viaje de Putin debería haber servido para elevar los índices de consenso en la población, que han caído muy por debajo del 70%, incluso en las encuestas oficiales, tras el avance ucraniano en Kursk. Pero la aprobación popular en Rusia es ahora un factor muy secundario y fácilmente maniobrable, sobre todo después de la re-consagración en el trono el pasado mes de marzo, y las únicas preocupaciones podrían venir de una crisis económica, que hasta ahora ha podido contener gracias a los ingresos de la misma guerra. Obviamente, el "regreso a Karakorum" también tiene un componente propagandístico, pero es más para el exterior que para el interior, sobre todo gracias a la condescendencia de Ulán-Bator que ignoró la orden de arresto.

De todos modos Putin necesita mostrarse en los escenarios internacionales, y Mongolia es una location mucho más conveniente que China, donde inevitablemente el ruso parece un súbdito de la gran potencia oriental, e incluso de los Estados de Asia Central, que están aprovechando la guerra en Ucrania para encontrar su propia grandeza independiente de Moscú, más allá de las sonrisas y acuerdos de circunstancia. Y además la visita a Ulán Bator serviría precisamente para empujar a los chinos a mostrar más disponibilidad con el proyecto del gasoducto "Fuerza de Siberia 2", un aspecto crucial del "giro económico hacia Oriente" que Beijing mira con cierta suficiencia, dado que tienen muchas alternativas en el sector energético. Los mongoles habían bloqueado el plan, que incluye un tramo en su territorio, y Putin puso todo sobre la mesa en las conversaciones con Khürelsükh, ofreciendo lo que fuera necesario para reanudar la planificación de esta obra crucial para el futuro de Rusia, que vende petróleo y gas a cualquiera y a cualquier precio para poder mantener el control de una economía enloquecida.

Obviamente, Mongolia ha sido invitada a la Cumbre de los países del BRICS, que tendrá lugar en Kazán, Tartaristán, del 22 al 24 de octubre y celebrará el papel de Rusia en el nuevo orden mundial "multipolar", la variante contemporánea del imperio de Putin Khan. El BRICS es el anti-occidente en el que se intenta embarcar a cualquier socio, lo que lo convierte en un "bricolage" de países en busca de identidad y oportunidades para aprovechar, más que en una verdadera potencia de la nueva geopolítica mundial. En el territorio mongol la "Fuerza de Siberia" toma un nombre aún más altisonante, el Soyuz Vostok, "Unión Oriental", que se extiende por miles de kilómetros para unir Moscú y Beijing, poniendo en el mismo plano a las dos potencias de la nueva Horda mundial, al menos en las intenciones de los rusos. Después de Mongolia, Putin viajó a Vladivostok para explicar a todos lo importante que es invertir en el desarrollo del Este ruso a fin de contrarrestar las pretensiones de dominio de Occidente que "no le permite a Ucrania abrir negociaciones con Rusia" y señaló como posibles mediadores precisamente a los países del Brics, India y Brasil, y a lo sumo incluso Turquía, que también ha aceptado participar en la cumbre de Kazán.

La única preocupación que manifestó Putin en la conferencia de Vladivostok fue en relación con la demografía, y prometió convertir la natalidad múltiple en una "nueva moda" entre las generaciones jóvenes de Rusia. Para ello se están reelaborando los programas escolares para el nuevo año que acaba de comenzar, intentando convencer incluso a los niños para que se involucren en este sentido ya desde las aulas y consideren el embarazo como el verdadero "valor tradicional", al que luego hay que agregar de alguna manera el de la familia, de cualquier tipo que sea. Tal vez no sea casualidad que recién ahora se estén difundiendo rumores sobre los dos hijos "secretos" de Putin con su esposa "no oficial" Alina Kabaeva, Ivan y Vladimir, de 6 y 9 años, para dar buen ejemplo más allá de las exigencias de seguridad y la oficialidad más o menos "tradicional" de los vínculos afectivos. Por ahora, los rusos no parecen muy convencidos de seguir este modelo, y en todo caso esperan que termine el "yugo de Putin", dentro de un par de siglos.

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