13/01/2021, 10.51
VATICANO
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​Papa: alabar a Dios, incluso en los momentos difíciles, nos sirve a nosotros más que a Él

“Los santos y las santas nos demuestran que se puede alabar siempre, en las buenas y en las malas, porque Dios es el Amigo fiel, este es el fundamento, y su amor nunca falla”. “En el futuro del mundo y en las esperanzas de la Iglesia están los “pequeños”: aquellos que no se consideran mejores que los otros, que son conscientes de los propios límites y de los propios pecados, que no quieren dominar sobre los otros, que, en Dios Padre, se reconocen todos hermanos”.

 

Ciudad del Vaticano (AsiaNews) – Alabar a Dios “siempre, en las buenas y en las malas”, en el momento de la derrota, “nos hace bien”. Y esto es porque la “alabanza no le sirve a Dios”; sino que “nos sirve a nosotros”, ya que “al alabar, seremos salvados”. Alabar a Dios como San Francisco, que al final de su vida, cuando estaba prácticamente ciego, escribió el Cántico de las creaturas. En canto de alabanzas fue el tema que el papa Francisco abordó en la audiencia general de hoy, que tuvo lugar en la biblioteca privada. Prosiguiendo con el ciclo de catequesis sobre la oración, Francisco se refirió a la oración de alabanza, que está en el corazón de los “pequeños”, aquellos que son la esperanza para el futuro de la Iglesia y del mundo. 

La catequesis del Papa se abrió con “a un pasaje crítico de la vida de Jesús. Después de los primeros milagros y la implicación de los discípulos en el anuncio del Reino de Dios, la misión del Mesías atraviesa una crisis. Juan Bautista duda: «¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?» (Mt 11,3); hay hostilidad en los pueblos del lago, donde Jesús había realizado tantos signos prodigiosos (cfr Mt 11,20-24). Ahora, precisamente en este momento de decepción, Mateo relata un hecho realmente sorprendente: Jesús no eleva al Padre un lamento, sino un himno de júbilo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños» (Mt 11,25)”.

En plena crisis, Jesús bendice al Padre, lo alaba. ¿Por qué? Lo alaba ante todo por lo que es: «Padre, Señor del cielo y de la tierra». Jesús se regocija en su espíritu porque sabe y siente que su Padre es el Dios del universo, y viceversa, el Señor de todo lo que existe es Padre, “Padre mío”. De esta experiencia de sentirse “hijo del Altísimo” brota la alabanza. Jesús se siente hijo del Altísimo”. 

“Y después Jesús alaba al Padre porque favorece a los pequeños. Es lo que Él mismo experimenta predicando en los pueblos: los “sabios” y los “inteligentes” permanecen desconfiados y cerrados, mientras que los “pequeños” se abren y acogen el mensaje. Esto solo puede ser voluntad del Padre, y Jesús se alegra. También nosotros debemos alegrarnos y alabar a Dios porque las personas humildes y sencillas acogen el Evangelio”.

“En el futuro del mundo y en las esperanzas de la Iglesia están los “pequeños”: aquellos que no se consideran mejores que los otros, que son conscientes de los propios límites y de los propios pecados, que no quieren dominar sobre los otros, que, en Dios Padre, se reconocen todos hermanos. Por lo tanto, en ese momento de aparente fracaso, Jesús reza alabando al Padre. Y su oración nos conduce también a nosotros, lectores del Evangelio, a juzgar de forma diferente nuestras derrotas personales, las situaciones en las que no vemos clara la presencia y la acción de Dios, cuando parece que el mal prevalece y no hay forma de detenerlo. Jesús, que también recomendó mucho la oración de súplica, precisamente en el momento en el que habría tenido motivo de pedir explicaciones al Padre, sin embargo lo alaba”.

Parece una contradicción. ¿A quién sirve la alabanza? ¿A nosotros o a Dios? Un texto de la liturgia eucarística nos invita a rezar a Dios de esta manera: «Aunque no necesitas nuestra alabanza, tú inspiras en nosotros que te demos gracias, para que las bendiciones que te ofrecemos nos ayuden en el camino de la salvación por Cristo, Señor nuestro» (Misal Romano, Prefacio común IV). Al alabar, somos salvados. La oración de alabanza nos sirve a nosotros”. “Paradójicamente debe ser practicada no solo cuando la vida nos colma de felicidad, sino sobre todo en los momentos difíciles, cuando el camino sube cuesta arriba. También es ese el tiempo de la alabanza. Para que aprendamos que a través de esa cuesta, de ese sendero fatigoso, de esos pasajes arduos, se llega a ver un panorama nuevo, un horizonte más abierto. Alabar te purifica el alma, te hace mirar lejos”.

“Hay una gran enseñanza en esa oración que desde hace ocho siglos no ha dejado nunca de palpitar, que San Francisco compuso al final de su vida: el “Cántico del hermano sol” o “de las criaturas”. El Pobrecillo no lo compuso en un momento de alegría, de bienestar, sino al contrario, en medio de las dificultades. Francisco está ya casi ciego, y siente en su alma el peso de una soledad que nunca antes había sentido: el mundo no ha cambiado desde el inicio de su predicación, todavía hay quien se deja destrozar por las riñas, y además siente que se acercan los pasos de la muerte. Podría ser el momento de la decepción extrema y de la percepción del propio fracaso. Pero Francisco en ese instante reza: “Alabado seas, Señor mío…”. Francisco alaba a Dios por todo, por todos los dones de la creación, y también por la muerte, que con valentía logra llamar ‘hermana’".

“Los santos y las santas nos demuestran que se puede alabar siempre, en las buenas y en las malas, porque Dios es el Amigo fiel, y su amor nunca falla. Él está siempre a nuestro lado y jamás nos abandona. Alabar al Señor nos hará mucho bien”. 

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