Yo, un brahmán hindú convertido al cristianismo, al que todos creían ya católico
Rajesh Nayak esperó 20 años para recibir el bautismo, que será en Pascua. Encontró la fe cuando era muy pequeño, pero la oposición de sus padres le impidió convertirse. A través del curso de iniciación cristiana para adultos, aprendió a rezar de verdad. “Antes, ni siquiera sabía a qué dios me estaba dirigiendo”.
Bombay (AsiaNews) – “Cuando fui a ver al párroco para pedirle la carta para hacer el curso de catecismo para iniciación cristiana de adultos, él y todos los sacerdotes se sorprendieron de que la carta fuese para mí. Siempre pensaron que yo era católico”. Es lo que dice Rajesh Nayak, un hindú de casta brahmán, que se convirtió al cristianismo después de 20 años de matrimonio. Él cuenta a AsiaNews cómo fue el itinerario de su conversión, que comenzó cuando él era pequeño, al encontrarse con una maestra cristiana. Luego, la cercanía de los amigos y de compañeros de clase católicos, pero sobre todo el gran amor de su mujer “que jamás se quejó, sino que siempre rezó por mí”. Ahora, él aguarda ansiosamente el momento de su bautismo, que será en la vigilia de Pascua. A continuación, su historia (traducción de AsiaNews).
Este es el testimonio de mi camino de fe. Me llamo Rajesh Nayak, nací e una familia de brahmanes hindúes y soy el único hijo varón. Mi primer encuentro con la fe católica se remota a la tierna edad de tres años y medio. Fue cuando mi madre me estaba inscribiendo en una escuela marathi de nuestra zona. Ese día se encontró con la señora Janet Kaunds (de religión protestante), una docente de la St. John the Evangelist High School de Marol [en el este de Andheri, un barrio de Bombay – ndr], que estaba esperando en el mismo edificio. Habló con mi madre y me inscribió en la escuela.
La Sra. Kaunds no tenía hijos. Yo iba con ella a la escuela u desde muy pronto empecé a ser conocido como el hijo de la maestra Kaunds. Ella fue más que una madre para mí, y yo empecé a pasar mucho tiempo en su compañía. Iba con ella a la escuela y también a la iglesia. Las misas eran en su mayor parte en lengua kanada y el resto se hacía en inglés. Así, comencé a celebrar todas sus fiestas [cristianas]. Mi barrio de Gaothan era un vecindario poblado de católicos del este de India, por lo tanto, la mayor parte de mis amigos eran católicos y lo mismo pasaba en la escuela, puesto que se trataba de un instituto católico.
En el liceo, me enamoré de la mejor amiga de mi hermana. Ella era católica de rito latino. l Mi futura esposa quería un matrimonio cristiano, por lo cual asistimos al curso prematrimonial. En ese curso, yo era el único que no era católico, en medio de un grupo de 60 personas extrañas. El párroco me dijo que debía convertirme si quería tener un matrimonio cristiano justo. Yo estaba dispuesto a hacerlo, pero cuando hablé con mis padres, ellos no se mostraron para nada contentos por esta situación. Si bien jamás me lo dijeron abiertamente, yo podía intuirlo. Por ende, le dije a mi novia que no estaba listo para convertirme en ese momento, pero le prometí que un día seguramente lo haría.
Nos casamos en 1995. El matrimonio se llevó a cabo en la iglesia, con una misa especial. En 19987 nació nuestra hija. De nuevo quise convertirme en esa época, pero mis padres se opusieron a esto, así como al bautismo de nuestra hija. Por lo tanto, no pude convertirme, pero mi hija fue bautizada. En el 2003, nació nuestra segunda hija y nuevamente tuve que afrontar el mismo problema que había verificado anteriormente. Puesto que yo era el único hijo varón, no quería disgustar a mis padres.
Cuando nuestras hijas crecieron, recibieron el sacramento de la Primera Comunión. Ellas se preguntaban: “¿por qué dada (papá) no puede tomar la comunión durante la misa, a diferencia de todos nuestros amigos?”. Yo estaba triste al pensar que ellas tenían que soportar esta situación por mi causa. Pero en todo ese tiempo mi esposa jamás se quejó y tampoco perdió la esperanza. En 2006 mi padre falleció y en el 2014, mi madre. Entonces decidí que había llegado el momento de la conversión. (Ahora entendí que fue Jesús quien me llamó a su debido tiempo, y no yo quien decidió cuándo ir a Él).
Desde 1995 tomé como costumbre ir a misa con mi esposa, pero jamás entendí lo que significaba. Ambos éramos miembros activos de nuestra parroquia, la iglesia de san Vicente Pallotti de Marol. El año pasado, cuando fui a la oficina de Bandra (Mumbai, Ndr) para inscribirme en el curso del RCIA (Rito de iniciación cristiana para adultos, ndr) junto a mi mujer y a mis hijas, pude ver la alegría en sus rostros. Mi mujer esperó ese día durante 20 años, sin protestar jamás, sólo rezaba. Luego me encontré con mi párroco, el Pbro. Charles Fernandes, para la carta de inscripción. Él y los otros sacerdotes se maravillaron al constatar que la inscripción era para mí. Durante todo ese tiempo creyeron que yo era católico. Lo mismo vale para nuestros parroquianos. Al final inicié el curso del RCIA el 2 de junio del 2016, en el convento de santa Teresa de Santa Cruz.
Junto a mi esposa asistí al curso de iniciación cristiana para adultos una vez por semana. Los animadores hacen preguntas hasta la tercera clase y yo sentía como si ellos mismos estuviesen asistiendo al catecismo, como los niños pequeños. Creía saber lo que estaban enseñando, pero poco a poco, a medida que las lecciones proseguían, me di cuenta de cuán equivocado estaba. Siempre tuve un ejemplar de la Biblia en mi casa, pero jamás la abrí. En cambio, en la clase tenía mi Biblia y comencé leerla siempre que tenía tiempo, una o dos veces por semana.
Quisiera un segundo para volver atrás, al 2012. Yo había asumido la guía de las actividades de mi padre después de su muerte. Los negocios no iban bien y después también mi madre falleció. Fueron los días oscuros de mi vida. La actividad bajó hasta el año pasado, cuando casi estuve a punto de cerrarla. Mis hijas crecieron, la más grande tiene ahora 18 años y la menor, 13. En mi casa había mucha indiferencia y yo pensaba que esto se debía a la brecha generacional.
Pero ahora he entendido que es necesario rendirse y poner los problemas de uno en Dios. Ahora no me enojo y no me altero más con ellos o con el trabajo. Estoy preparado para enfrentar la verdad y todos los desafíos que tengo ante mí. Antes, en cambio, tendía a escaparme, no respondía al teléfono y hasta decía mentiras para encubrir los problemas. En cambio, ahora, con Jesús a mi lado, comencé a ver la vida de un modo totalmente distinto y he caído en la cuenta de que todos los problemas tienen una solución, si estamos dispuestos a enfrentar la verdad en Dios y a tener fe. Créanme, desde el momento en que empecé a asistir al curso y a rezar a Nuestro Señor, hubo un enorme mejoramiento en mi familia y en mi empresa. Podría pensarse que todo esto ha sido una mera coincidencia, pero mi fe en Jesús se volvió más fuerte cuando comencé a entender sus enseñanzas. Empecé a poner mis problemas delante de Jesús, en mis oraciones.
Antes de eso rezaba, pero ni siquiera sé a quién me dirigía. A medida que avanzaba en el curso, también progresaba en mi fe en el Señor Jesucristo. Ahora sé que rezo, y de este modo he encontrado la paz para mí y para aquellos que me rodean.
Cuando llegó el momento del rito de la aceptación, era el único candidato de mi parroquia. Estaba muy agitado y nervioso ante el pensamiento de tener que presentarme solo frente a toda la iglesia. Luego me dije a mí mismo que si Dios es como yo, ¿quién puede estar contra mí? Inmediatamente me persuadí de que podría estar solo frente a la iglesia entera. Esta fue la primera misa en la cual me concentré sobre cada palabra y me sentí conectado con Dios. Desde ese día mi idea de la misa cambió totalmente. Luego llegó el momento del rito de elección. Estaba todo listo para la gran ocasión de mi vida. El día anterior, llamé a mi padrino para recordarle el horario de la misa, para que llegase a tiempo, pero me contestó que no podría ir debido a problemas personales. Estaba tan enojado, me peleé con mi mujer, no dormí en toda la noche pensando que no iba a tener un padrino para la misa. A la mañana siguiente, me levanté y no sabía qué hacer, luego me recordé a mí mismo lo que decían nuestros animadores del curso RCIA. Así que tomé la Biblia, fui a mi habitación y comencé a leerla. Los catequistas nos habían dado el libro para el Evangelio cotidiano que hasta aquel día (5 de marzo) había permanecido debidamente cerrado en su cubierta de plástico. Lo abrí, y leí la primera lectura del día. Apenas terminé de leerla, sonó mi teléfono: era mi padrino que me preguntaba a qué hora debía estar en la iglesia. En ese momento entendí que era real el poder de la Palabra de Dios y Jesús cuando decía: “Pide y se te dará”. Y desde ese momento la primera cosa que hago a la mañana es leer la Palabra de Dios, presentarme ante Él para que me proteja y para que me guíe durante toda la jornada.
Ahora, cuando me estoy preparando para el escrutinio y el bautismo, para la Santa Eucaristía y la Confirmación, ruego a Jesús que limpie mis pecados y que permanezca siempre en mí a través de la Eucaristía, de modo que yo no peque más. Y ahora yo creo realmente que podemos ir solo hacia Jesucristo, cuándo y cómo Él quiere que nosotros vayamos a Él, según su deseo y no según el nuestro. Ahora entendí que en todos estos años Jesús estaba ahí, a mi lado, a través de las oraciones de mi mujer y no de las mías. Hasta que no comencé el rito de iniciación en la fe cristiana, yo no sabía cómo rezar. Ahora rezo a Jesús para que permanezca en mí para siempre y haga de mí lo que quiera, de modo que yo pueda difundir su buena noticia a las personas menos privilegiadas que yo.
Desde lo profundo de mi corazón, quiero realmente agradecer a mis catequistas por haberme hecho entender la verdadera Palabra de Dios, a todos mis hermanos y hermanas del grupo RCIA de Santacruz, que han tenido un rol importante en mi camino. Por último, pero no menos importante, a mis hijas y mi esposa. Al final sé que, habiendo vivido así tantos años en las tinieblas, ahora estaré en grado de ver la verdadera luz a través de Jesucristo, mi Señor. Hoy he encontrado un nuevo Padre, un amigo y protector en el “Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo”. Ahora yo creo que existe un solo Dios y espero ansiosamente el día de mi bautismo que será en Pascua, cuando yo podré recibirlo en mi corazón. Amén.
(Ha colaborado en esta nota Nirmala Carvalho)