25/01/2022, 12.11
PUERTA DE ORIENTE
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Yemen, las tensiones regionales que enardecen un conflicto olvidado

de Dario Salvi

En los últimos días, los hutíes lanzaron misiles hacia los Emiratos y Arabia Saudita. Riad respondió -aunque oficialmente lo desmiente- con un sangriento ataque aéreo que alcanzó una prisión y causó decenas de víctimas. Las alianzas e intereses contrapuestos complican los intentos de tregua. El petróleo y las rutas comerciales son la clave de una guerra que está matando de hambre al pueblo yemení.

Milán (AsiaNews) - Los reflectores vuelven a centrarse en la guerra en Yemen. Los Hutíes lanzaron misiles hacia los Emiratos Árabes Unidos (EAU), un nuevo objetivo que se suma a los ataques del pasado contra el territorio saudí. Y en represalia, la respuesta masiva de la coalición árabe liderada por Riad, con sus  sangrientos ataques aéreos. Es uno de los conflictos de la región de Oriente Medio que había caído en el olvido, desapareciendo durante mucho tiempo de las noticias internacionales -salvo raros llamamientos para denunciar a una nación, y a un pueblo, hambriento- y que ahora vuelve a ocupar los titulares. Es una guerra devastadora, especialmente para la población local, una de las más pobres del mundo, donde sólo en enero murieron 17 niños a causa de las bombas, mientras que ya no se cuentan los que han muerto por la falta crónica de alimentos o por enfermedades como la malaria, una emergencia mucho mayor que la pandemia del Covid-19. 

 

Los ataques aéreos en respuesta a los misiles

En la madrugada de ayer, los sistemas de alerta de Emiratos interceptaron dos drones (o misiles) disparados por los hutíes con dirección a Abu Dabi. El ataque no causó víctimas ni daños gracias a la rápida respuesta del escudo defensivo. No obstante, empieza a cundir cierta inquietud entre la población, aún cuando el país se haya librado durante mucho tiempo de la violencia o los atentados y pueda considerarse una especie de isla feliz en comparación con otras realidades regionales, como la propia Arabia Saudita. Los rebeldes chiíes también apuntaron al reino wahabí: lanzaron un misil balístico que explotó en la zona industrial de Jizan -una ciudad costera del suroeste-, hiriendo a dos personas. El atentado tuvo lugar en la noche del 23 de enero, pocas horas antes del ataque contra los Emiratos. Fue inmediata la condena de la Liga Árabe. 

Los misiles pretendían ser una respuesta al sangriento ataque lanzado por la coalición árabe liderada por Arabia Saudita contra la prisión de Saada -Riad niega estar implicada- en el que murieron 86 personas y más de 260 resultaron heridas, algunas de gravedad. Entre las fuentes independientes que confirman los bombardeos figuran los trabajadores de  Médicos Sin Fronteras (MSF), que cuestionan las declaraciones de Riad según las cuales “no hay fundamentos ni justificación” para acusar a Arabia Saudita de perpetrar el ataque a la prisión. El responsable de la misión de MSF en Yemen, Ahmed Mahat, informa que el bombardeo del 21 de enero no es más que "el último de una larga serie de ataques [saudíes] injustificables contra lugares como escuelas, hospitales, mercados, fiestas de bodas y prisiones". Desde el comienzo de la guerra, añadió, "hemos sido testigos de los terribles efectos de los bombardeos indiscriminados de la coalición. Hasta nuestros hospitales han sido atacados". 

 

De la Federación a la fragmentación

La guerra en Yemen estalló en 2014 como un enfrentamiento interno entre el gobierno pro-saudí y los rebeldes chiítas hutíes. Durante meses, los segundos, cercanos a Teherán, exigieron -en vano- ciertos reconocimientos y garantías de las autoridades de Saná. Entre otros, la incorporación de 20.000 elementos a las fuerzas armadas, la asignación de una cuota de ministerios y la inclusión de algunos territorios, en disputa, dentro de la región de Azal. Este último punto formaba parte de un plan más amplio -que luego fracasó- orientado a reformar la República de Yemen, para pasar de un estado unitario a una nación federada. Una forma de resolver las marcadas divisiones económicas, religiosas, históricas y políticas entre las distintas zonas, especialmente el norte y el sur del país. La Federación de Yemen debería haber suavizado, al menos sobre el papel, las controversias y tensiones que han atravesado  la nación desde los primeros días de su unificación, en 1990. 

Sin embargo, el proceso fracasó y el conflicto pasó de la confrontación interna a la guerra abierta: en marzo de 2015, Riad intervino directamente, encabezando una coalición de naciones árabes, que se ha cobrado más de 130.000 vidas en los últimos años. Según la ONU, ha provocado la "peor crisis humanitaria del mundo", en la que el Covid-19 ha tenido efectos "devastadores"; millones de personas están al borde de la inanición y los niños -10.000 de los cuales han muerto en el conflicto- sufrirán las consecuencias durante décadas. Hay más de tres millones de desplazados internos, la mayoría de los cuales viven en condiciones de extrema pobreza, hambre y azotados por epidemias de todo tipo, entre ellas el cólera. 

A casi ocho años del inicio de la violencia, la situación en el territorio sigue sin resolverse: los hutíes, gracias al apoyo recibido hasta ahora de Irán, controlan la capital, Saná, y el sector occidental; la gobernación meridional de Adén, antiguo feudo del presidente internacionalmente reconocido Abd Rabbo Mansour Hadi, está bajo el control del Consejo de Transición. Por otro lado, hay un grupo de leales-secesionistas vinculados a los Emiratos que operan en el suroeste y una llamativa presencia de milicianos vinculados a Al Qaeda (AQAP, Ansar al Sharia en Yemen) en el centro del país. No han tenido éxito los intentos de los últimos años para establecer un alto el fuego temporario, como tampoco las tentativas de la ONU para lograr un cese de hostilidades más general. Ni siquiera los cientos de ataques aéreos han servido para cambiar el rumbo del conflicto. Se han contabilizado más de 500: los ataques de los milicianos hutíes contra la vecina Arabia Saudita y, desde hace pocos días, los de los EAU, en otra deriva violenta y sangrienta de la guerra.

 

La diplomacia internacional 

En el trasfondo del conflicto están las grandes divisiones y los juegos de alianzas y contrastes que animan la región, exacerbados por el cambio en la administración estadounidense con el ascenso a la Casa Blanca del demócrata Joe Biden, victorioso frente al presidente saliente Donald Trump. Durante su mandato, Trump respaldó el acercamiento entre Israel y algunas de las naciones del Golfo, incluidos los propios Emiratos y Bahréin, en el marco de los "Acuerdos de Abraham". Si bien fue un éxito, al menos parcial, de la diplomacia republicana y de la familia Trump (el yerno Jared Kushner estuvo en primera fila en las negociaciones), no logró abrazar a Arabia Saudita, que siempre ha mantenido una actitud de cautelosa espera para no agitar demasiado las aguas en el islam suní. 

Tras ser tachados por Trump de movimiento terrorista, los hutíes fueron "rehabilitados" por Biden que los eximió de las sanciones que impiden los movimientos bancarios y las relaciones con las ONG humanitarias. En febrero de 2021, los rebeldes aprovecharon una breve tregua para lanzar un ataque contra el ejército regular en Marib, una zona estratégica para el control de los mayores campos petrolíferos, y es aquí donde se juega gran parte del último acto de este conflicto. Además del petróleo, Yemen goza de una posición estratégica entre el Océano Índico y el Mar Rojo a través del Estrecho de las Lágrimas (Baab al Mandab) y quien controle esta zona -junto con el Golfo de Adén- tendrá en sus manos un corredor esencial para el comercio internacional.

Otro actor en juego es Irán, que en los últimos meses se enfrenta a un doble desafío que resulta crucial para su futuro económico, político y estratégico en el tablero de Oriente Medio: las conversaciones sobre la cuestión nuclear. Los coloquios se reanudaron hace un tiempo en Viena, tras la retirada de la administración Trump del acuerdo alcanzado en 2015 (el JCPOA) por Barack Obama y que la actual presidencia intenta recomponer, aunque con altibajos. En los últimos días, una fuente europea ha expresado un cauto optimismo por una posible solución positiva, pero las incógnitas persisten y no es posible hacer predicciones debido a las numerosas variables que intervienen. 

A la bomba atómica de los ayatolás se suman los contrastes por la supremacía económica entre aquellos que teóricamente son aliados, al menos en los papeles.  En este caso nos referimos a la relación entre Riad y Abu Dabi: en Yemen, unidos en la guerra contra los hutíes. Pero en muchos otros asuntos, distantes, cuando no divididos: desde la lucha por acaparar industrias y multinacionales en la región, hasta sus respectivos movimientos en el tablero diplomático. Abu Dabi teje una red con Israel y el reino wahabí se abre a los ayatolás tras la ruptura de las relaciones a raíz del asalto a la embajada saudí en Teherán en 2016 -precedido por la ejecución de un líder chií por parte de los saudíes. Estas variables son complejas y difíciles de interpretar, ya que abarcan intereses económicos, comerciales, diplomáticos e institucionales que a menudo se entrelazan. Tampoco podemos olvidar la gran cuestión de la supremacía en el Islam, que enfrenta a musulmanes suníes y chiíes. Lo que sí podemos asegurar es que estas tensiones, estos conflictos se consumen en la piel del pueblo yemení, cada vez más esclavizado por el hambre y la desesperación.

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