Vientos de guerra civil en el Cáucaso ruso
En una publicación de Instagram, un funcionario checheno recuerda los días en que su pueblo "exterminaba" a los sujetos federados rusos. Chechenia ya es un "Estado dentro del Estado". La oposición de los tártaros e ingusetios al centralismo patriótico de Putin. Urge estabilizar el frente ucraniano para contener las amenazas internas.
Moscú (AsiaNews) – En un momento de tensiones sociales y políticas en el Cáucaso Norte, resonó como un rayo una publicación en Instagram, cuyo autor es el joven capitán Iljas Soltaev (ver foto), comandante del batallón especial "K" -que lleva el nombre de A. Kadyrov, padre del actual presidente de Chechenia.
Soltaev escribió que "los chechenos exterminaron a los federales, y miles de ocupantes rusos yacían muertos en las calles de Grozni en la víspera de Año Nuevo de 1995", recordando los dramáticos días de la guerra de Chechenia en el periodo de Yeltsin. En aquella época, el oficial checheno tenía cinco años y sus recuerdos son el legado de un sentimiento separatista que aún no se ha apagado en los territorios caucásicos.
Muchos chechenos recuerdan aquellos días de hace 27 años, cuando más de 35.000 personas perdieron la vida. Al referirse a los soldados rusos, Soltaev los llama abiertamente "esos cerdos", como le fue enseñado desde la infancia, y no parece ser un problema limitado a unos pocos grupos fanáticos. La cuestión nacional vuelve a resonar en Rusia y despierta preocupación, en un momento en que el presidente Putin y la casta gobernante hacen el mayor esfuerzo propagandístico posible para la construcción de una "gran patria unida" en todos los territorios de la Federación.
Cada vez resultan más ineficaces los recursos financieros y administrativos invertidos para apoyar la ideología oficial, que incluyen la defensa obsesiva de la "memoria histórica" doblegada a las necesidades de la política del régimen. Mientras condena a los mejores intelectuales del país con el infame epíteto de "agentes extranjeros", y cierra asociaciones como Memorial (que se oponen a la represión y a la regurgitación totalitaria), el edificio centralista muestra que hace agua por todos lados. Y Chechenia es un ejemplo evidente de ello.
Desde hace más de 20 años, Chechenia es gobernada por un hombre leal a Putin, el dictador de Grozni, Ramzan Kadyrov. Sin embargo, se parece cada vez más a un "Estado dentro del Estado", por no hablar de la reacción visceral de los tártaros de Kazán a la cancelación del título de "presidente" de Tartaristán, con protestas similares en muchas regiones del Cáucaso y Siberia.
En Grozni y Magás (la capital de Ingusetia) se vuelve a glorificar la época de los vainaj, las antiguas tribus caucásicas de las que derivan chechenos e ingusetios. Como antaño, los bandoleros de las montañas se alimentan del botín de los pueblos vecinos: ahora absorben las asignaciones especiales que Moscú concedió a estos pueblos tras los conflictos de los años 90.
El atractivo de la "sobornost" rusa -la unión espiritual en nombre de la defensa de los grandes valores morales y religiosos- no ha arraigado ni siquiera en el plano del diálogo interreligioso, a pesar de la devoción de los mulás tártaros y siberianos a la causa de la gran Rusia. Los recientes acontecimientos en Afganistán también han reavivado los sentimientos agresivos de los grupos musulmanes de Chechenia, que ahora ensalzan la figura de Soltaev, al que llaman "el oficial checheno" como si perteneciera a un ejército independiente.
Los rusos no logran hacerse querer por sus "hermanos" caucásicos y de tantas otras nacionalidades: apenas los soportan, y la hostilidad que sienten en sus corazones es evidente, pues ven a los rusos como imperialistas cada vez más prepotentes. El giro supernacionalista de Putin, celebrado el año pasado con la nueva Constitución y apoyado después por una serie de leyes y reglamentos cada vez más asfixiantes, podría dar lugar a nuevos focos de conflicto dentro de la Federación, empezando por una tercera guerra chechena.
Esta es una de las razones por las que Rusia intenta imponer a los occidentales el principio de "no ampliación" de la OTAN a los ex países soviéticos. Para ello utiliza como arma la amenaza a Ucrania, pero en realidad sólo intenta contener los numerosos embates centrífugos de su imperio.
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