Terremoto, el p. Francis: en Antioquía ‘huele a muerte, no queda nada’
El párroco relata una realidad de destrucción: desde el campanario hasta el alminar, la sinagoga, todo quedó destruido. El recuerdo de las personas que no se salvaron, como el de "una madre con su hija" y que "todavía duele". Ecumenismo en el dolor: "Celebro ritos fúnebres de católicos, ortodoxos, protestantes".
Milán (AsiaNews) - En Antioquía "no queda nada, no tenemos luz ni agua, dormimos a la intemperie", en la ciudad "se respira olor a muerte" y quienes pudieron "huyeron" a Marsin o a otros lugares en busca de refugio. Es el dramático testimonio que confió a AsiaNews el padre Francis Dondu, párroco de la iglesia de los Santos Pedro y Pablo, en uno de los centros más castigados por el devastador terremoto del 6 de febrero en Turquía y Siria. "El campanario de la iglesia, el alminar, la sinagoga, no queda nada”, continuó. Estoy aquí desde el primer día para intentar ayudar en una situación de extrema necesidad, también para enterrar a los muertos, que son muchos".
La cifra de víctimas crece día a día: hasta la fecha el recuento es de 41.219 muertos confirmados, de los cuales 35.418 sólo en Turquía, lo que habla ya del suceso natural más catastrófico de la historia moderna del país. Nunca en 100 años se había producido un terremoto de una magnitud tan devastadora; sin embargo, incluso en esta coyuntura, siguen surgiendo pequeñas historias de esperanza. 212 horas después del sismo principal, los rescatistas extrajeron con vida de entre los escombros a una mujer de 77 años en Adiyaman, identificada con el nombre de Fatma Gungor, y que ahora se encuentra hospitalizada.
"El terremoto", recuerda el padre Francis, originario de Bangalore (India), misionero en Turquía desde 2007 por invitación de monseñor Luigi Padovese, "se produjo mientras todo el mundo dormía. Recuerdo que la iglesia [la casa parroquial, donde dormía el sacerdote, ndr.] se movía como un barco en alta mar. Inmediatamente corrimos fuera y empezamos a acoger y ayudar a la gente que gritaba. Hicimos todo lo posible por ayudar a tanta gente, evacuándola de las casas en ruinas o en peligro de derrumbarse, pero a algunos no pudimos salvarlos". Como en el caso de una madre con una niña pequeña "que gritaba desesperada pidiendo ayuda, pero no podíamos hacer nada. Este recuerdo todavía duele".
"Como sacerdote, tomé la obvia decisión de quedarme, al menos hasta que todos los feligreses estuvieran refugiados” continuó. “Incluso hoy hay enormes máquinas excavando entre los escombros, hay polvo por todas partes. Hace poco que reabrieron algunas calles y hay movimiento de gente, muchos buscan refugio en tiendas de campaña. Y está empezando a llegar ayuda después de dos o tres días de aislamiento, porque las carreteras estaban cerradas o destrozadas".
"Estamos aquí para ayudar", añadió, "aunque sólo sea para enterrar a todas las víctimas cristianas. Ahora no se hace distinción entre confesiones, celebro ritos funerarios para católicos, ortodoxos, protestantes". Entre las muchas urgencias, explica, está también la de "tener que enterrar a los muertos. Hemos abierto un cementerio con este propósito: encontramos cadáveres deformes, el olor a muerte es intenso. Incluso salir y recorrer la ciudad da miedo por el hedor que se respira".
Las necesidades son enormes, pero muchas veces "no se puede hacer mucho" y todos tienen "muchas ganas de irse". " Hemos vivido un gran trauma también desde el punto de vista psicológico", admite, "y yo mismo me quedé muy afectado. Durante la noche no se puede dormir, de vez en cuando se sienten nuevos temblores. Los últimos de la noche, entre las 3 y las 4, fueron de magnitud 4,2 e inmediatamente causaron un gran temor”. Y concluyó: “Llevará años, al menos cinco o más, para reconstruir todo, pero hay símbolos del pasado que ya se perdieron” por una enorme pérdida general desde el punto de vista humano, económico, histórico y espiritual.
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