Sri Lanka, historia de Malaathi y Ranjitha: Para nuestros hijos, nos convertimos en víctimas de la trata
Colombo (Asianews)- "Queríamos sólo dar un futuro distinto a nuestros hijos. No sabíamos que íbamos a terminar en manos de los criminales"- Quienes hablan así a Asianews, son Maalathi y Raniitha, dos esrilanqueses caídas en la red de la trata de seres humanos. Hoy están salvadas y al seguro, nuevamente con sus familias. Pero, "aún no se dan cuenta de cómo hayan hecho para traicionar nuestras conciencias. Fuimos explotadas por nuestra ignorancia e ingenuidad".
Ranjitha Warnakkulasooriya, de 37 años, es una singalesa católica, viuda y madre de 2 niñas y un varón, en plena edad escolar. Es la única fuente de entrada para su familia, "He gastado todos nuestros ahorros-explica- para pagar las curaciones de mi marido". "Cuando lo perdí a él, en el año 2011, perdí también todo aquello que teníamos para vivir". Por un período íbamos adelante gracias a la ayuda de la madre y de sus 2 hermanos, que proveía a su sustento y al de los hijos. "A un cierto punto, no he querido ser más de peso para mi madre entonces inicié a pensar de transferirme al extranjero para buscar trabajo".
La ocasión llega en el 2012, cuando encuentra a Keerthi, un viejo amigo del marido y propietario de un yuk.yuk (taxi a dos ruedas), que transporta a los turistas en la zona dela aeropuerto internacional de Colombo-Katunayake. Ranjitha, recuerda. "Me dice que, si realmente estaba dispuesta a irme al extranjero, podía ayudarme. Afirma que tiene muchos amigos extranjeros que venían regularmente a Sri Lanka por negocios".
La mujer le dice que primero quiere hablar con su familia y promete darle una respuesta lo más pronto posible. "Después e haber contado la propuesta a mi familia- explica- mi madre y mis hermanos aceptan mi partida y prometen ocuparse de mis hijos, pero sólo por 2 años".
Pero, Ranjitha no se anima a ir sola, entonces le dice a su amiga Maalathi Vishwa que fuera con ella. La mujer, de 39 años, está casada y tiene 2 niños pequeños. Su marido no tiene un trabajo estable y también ellos tienen problemas económicos. Después de muchas presiones, Ranjitha logra convencer al marido de Maalathi para que la deje partir por 2 años. A este punto, llama a Keerthi, el conductor del tuk-tuk, que organiza la partida.
"En un primer momento- recuerda Ranjitha- nos avisa que preparemos 500 mil rupías (3.316 euros) cada una, que luego se convertirán en 1 millón (6,633 euros) por cabeza 3 semanas antes de partir. En lo que se refiere a mí, me ayudaron mis hermanos a conseguir esta suma, hipotecando mi casa y empeñando el brazalete de oro de mi madre". También Maalathi para encontrar el dinero necesario, hipoteca un terreno de familia y su casa.
Con los documentos listos, Rajitha y Maalathi parten para Tailandia. Las esperan en el aeropuerto de Bakgkok un amigo de Keerthi. El hombre les explica que les puede ofrecer a ellas un trabajo óptimo, bien pagado, y visto que tienen buena presencia y saben bien el inglés, les será fácil. El trabajo es el de recepcionistas en un pequeño hotel en la playa. Las dos amigas confían en el hombre, están felices por la noticia y llaman a casa para dar el anuncio.
Sin embargo, la realidad es bien distinta de las promesas que les hicieron. Por una semana son encerradas en una pequeña habitación del hotel junto a una serie de otras mujeres. Luego, un hombre negro las va a ver, pidiéndoles una serie de informaciones: "Quería saber cuántas horas al día podían trabajar al máximo, cuánto habríamos querido ganar por día; si preferíamos trabajar para personas blancas o de color".
Al día siguiente, Maalathi y Ranjitha son llevadas a dos habitaciones separadas: ninguna recepción, sino habitaciones con luces a media luz. "Cuando vi llegar al primer cliente a la habitación-recuerda Ranjitha- entendí de qué se trataba y de lo que me iba a suceder, también a mi amiga, sentí que me desmayaba. La desesperación y el miedo probados en aquel momento son indescriptibles. Debíamos obedecer y hacer todo lo que querían: escuchábamos los gritos de las muchachas que trataban de resistirse".
"Una vez al mes teníamos la posibilidad de llamar a casa-hacen notar-, pero dadas las condiciones y la vergüenza habíamos decidido no decir nada, sino que hacíamos un trabajo como cualquier otro. Luego hemos fingido que habíamos recibido una mala noticia, y fuimos a los del propietario del motel donde estábamos prisioneras diciendo que nuestro padre había muerto. Les pedimos si podíamos volver a casa para los funerales, prometiendo que volveríamos".
Los traficantes nos dieron el permiso de volver, pero sin la posibilidad de llevar con nosotros dinero ni ropas. "A ese punto ya no nos importaba nada- afirman-nuestro único pensamiento era el de escapar y volver a Sri Lanka".
Una vez vueltas a casa, han contado todo a sus queridos, pero no a los hijos. "No teníamos más nada- dice Maalathi- perdimos todo y debemos pagar todas nuestras deudas. Nuestras familias son de buen corazón, nos ha aceptado y recibido sin pensar en todas las consecuencias de nuestra elección. Si no hubiese sido así nos hubiésemos suicidado".
06/02/2015