05/09/2016, 14.44
VATICANO
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Santa Teresa de Calcuta, un “lápiz que ha escrito poemas extraordinarios”

El Card. Pietro Parolin celebra la misa de acción de gracias por la canonización de la Madre Teresa: “Vio a los niños por nacer como a los ‘más pobres de los pobres’, porque dependen totalmente de los demás. Defendió valientemente la vida por nacer, con esa franqueza de palabra y esa linealidad en la acción que es la señal más luminosa de la presencia de profetas y de Santos, los cuales no se arrodillan ante nadie, a no ser el Omnipotente.  

Ciudad del Vaticano (AsiaNews) – La Madre Teresa de Calcuta “amaba definirse a sí misma como  ‘un lápiz en las manos del Señor’. ¡Pero qué poemas de caridad, de compasión, de consuelo y de alegría que supo escribir ese pequeño lápiz! ¡Poemas de amor y de ternura para los más pobres de los pobres, a los cuales consagró su existencia!” Fue lo que dijo esta mañana el Secretario de Estado vaticano, el Card. Pietro Parolin, durante la misa de acción de gracias por la canonización de la fundadora de las Misioneras de la Caridad.

Ante una numerosa multitud, en el aniversario de la muerte de la Madre, el prelado subrayó de qué modo la nueva santa “abrió los ojos al sufrimiento. Lo abrazó con una mirada de compasión, todo su ser fue interpelado y sacudido por este encuentro, que -en cierto modo- le atravesó el corazón, a ejemplo de Jesús, que se conmovió por el sufrimiento de la criatura humana, incapaz de levantarse y ponerse en pie por sí misma”.

Ella, ícono de este Jubileo extraordinario de la Misericordia, no tenía secretos: “No tenía secretos, porque lo acabamos de proclamar en voz alta en el Evangelio: ‘En verdad os digo: todo lo que hagáis a uno solo de estos hermanos míos más pequeños, lo habréis hecho a mí’. La Madre  descubrió en los pobres el rostro de Cristo ‘que se hizo pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza’ y respondió a su amor sin medida con un amor sin medida por los pobres”.

El Card. Parolin luego quiso recordar de qué manera la Madre entendió que “una de las formas más lacerantes de pobreza consiste en saber que no se es amado, que no se es deseado, que uno es despreciado.  Una especie de pobreza que también está presente en los países y en las familias menos pobres, e incluso en personas que pertenecen a categorías que disponen de medios y posibilidades, pero que experimentan el vacío interior de haber perdido el significado y la dirección de la vida, o que son violentamente golpeados por la desolación producida por vínculos que se han destruido, por la dureza de la soledad, por la sensación de haber sido olvidados por todos, y de no ser necesitados por nadie. Esto la ha llevado a identificar a los niños por nacer, amenazados en su existencia, como a los  ‘los más pobre de los pobres’. Cada uno de ellos, de hecho, depende, más que ningún otro ser humano, del amor y de los cuidados de la madre y de la protección de la sociedad”.

 

Como consecuencia, ella “defendió valientemente la vida por nacer, con esa franqueza de palabra y esa linealidad en la acción que es la señal más luminosa de la presencia de los Profetas y de los Santos, los cuales no se arrodillan ante nadie, a no ser el Omnipotente, y que son interiormente libres, porque son fuertes interiormente, y no se arrodillan ante las modas o los ídolos del momento, sino que se ven reflejadas en la conciencia iluminada por el sol del Evangelio”.

Recordando las palabras pronunciadas luego de asignársele el premio Nobel  -“quiero que me entreguéis no lo superfluo vuestro,  sino que améis hasta que duela” – el Secretario de Estado la define como “un umbral, cruzado el cual, entramos en el abismo que envuelve la vida de la Santa, en esas alturas y esas profundidades que son difíciles de explorar, porque evocan de cerca los sufrimientos de Cristo, su incondicional entrega de amor y las heridas profundísimas que deben sufrirse. Es la insondable densidad de la Cruz, de este “dolor” causado por el bien hecho por amor a Dios, a causa de los roces que provoca con todos aquellos que se le resisten, en vista de los límites de las criaturas, de su pecado y de la muerte, que es lo que reciben por ello”.  

Cuando la Madre Teresa pasó de este mundo al Cielo, el 5 de septiembre de 1997, “por algunos minutos, Calcuta quedó completamente a oscuras. En esta tierra, ella era un signo transparente que indicaba el Cielo. En el día de su muerte, el Cielo quiso ofrecer un sello a su vida y comunicarnos que una nueva luz se había encendido sobre nosotros.  Ahora, tras el reconocimiento “oficial” de su santidad, esta luz brilla de un modo más vívido aún. ¡Que esta luz, que es la luz perdurable del Evangelio, continúe iluminando nuestra peregrinación terrenal y los senderos de este difícil mundo nuestro! ¡Santa Teresa de Calcuta, ruega por nosotros!” 

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