Rusia y Siria, juntas por siempre
El patriarcado de Antioquía es la única de las quince Iglesias ortodoxas autocéfalas, y el único de los cinco patriarcados primitivos, que siempre y en toda circunstancia ha apoyado a la Iglesia rusa. Después de todo, fueron precisamente los antioquenos los que inspiraron la institución del patriarcado de Moscú. Y estas antiguas historias de la Baja Edad Media hoy recuperan actualidad ante el temor de los rusos a perder su papel de control en Oriente Medio, tras la victoria de los islamistas en Damasco.
El patriarca de Moscú Kirill (Gundjaev) ha hecho saber que "acompaña con fervientes oraciones" a su querido hermano, el patriarca Ioann X (Yagizi) de Antioquía, junto con todo el clero y los fieles de la Iglesia que representan a todo el Oriente cristiano. Los representantes del Patriarcado de Antioquía en Moscú, el metropolita Nifon y el archimandrita Filipp, aseguraron "una información constante de primera mano" sobre la evolución de los acontecimientos en Siria, que tanto interesan y preocupan a toda Rusia. El presidente Vladimir Putin ha ofrecido refugio al ahora ex dictador de Damasco, Bashar al Assad, en un lujoso apartamento cerca del Kremlin, y los diputados de la Duma de Moscú piden que se le conceda inmediatamente la ciudadanía rusa.
Como señaló el consejero del patriarca, el protoierej Nikolaj Balashov, "la Iglesia de Antioquía siempre ha representado el verdadero espíritu patriótico de Siria", recordando las palabras de Ioann X según el cual "los cristianos son los verdaderos habitantes originarios de estas tierras, todos los demás llegaron después". El Patriarcado sirio es la única de las quince Iglesias ortodoxas autocéfalas, y el único de los cinco patriarcados ecuménicos primitivos, que siempre y en toda circunstancia ha apoyado a la Iglesia de Moscú, incluso en este momento de cisma con Constantinopla y los otros patriarcados de Alejandría y Jerusalén, aunque este último mantiene una posición bastante neutral. Después de todo, fueron precisamente los antioquenos los que en el pasado inspiraron la institución del patriarcado de Moscú.
En 1586, en efecto, llegó a Moscú el entonces patriarca de Antioquía Ioakimos V en busca de ayuda material para sobrevivir bajo los turcos otomanos, y fue acogido por el inescrupuloso consejero del zar, Boris Godunov, con quien ideó el plan que haría realidad el sueño de la "Tercera Roma" en su nivel supremo, el religioso y el eclesiástico. Ioakimos fue recibido en Moscú como ocurre hoy con Assad, y preparó la visita de su hermano Ieremias II (Tranos), el patriarca de Constantinopla que a su vez llegó a la capital rusa en 1588 para pedir ayuda. Fue alojado en las estancias más solemnes del Kremlin, donde Godunov lo encerró durante siete meses, hasta que accedió a firmar el decreto de institución del Patriarcado ruso, el primero desde los tiempos antiguos que se sumó a los apostólicos, abriendo el camino a una concepción de "ortodoxia nacional" y patriótica que hoy encuentra su esplendor en las guerras santas de Putin y sus imitadores.
Ieremias fue entonces liberado, y a su regreso se detuvo con los ortodoxos rusos de Polonia, sugiriendo que crearan un patriarcado en Kiev que contrarrestara las pretensiones de Moscú, siendo la antigua capital de la Rus' la verdadera fuente del cristianismo en aquellas tierras. La lealtad del rey polaco Segismundo III a la sede católica romana, junto con la poderosa influencia de los jesuitas, transformaron este proyecto en la Unión de Brest con el Papa en 1596, dando origen al enfrentamiento entre Moscú y Kiev que se ha proyectado en la historia posterior hasta nuestros días, entre las dos almas del cristianismo ruso, la oriental y la occidental. Mientras tanto, el patriarca de Antioquía y sus sucesores encontraron en Moscú el principal punto de referencia de su propia identidad religiosa y nacional, y en el siglo XVII llegaron a proponer incluso un "papado ruso" que ofreciera a los antiguos patriarcas orientales nuevas sedes en los alrededores de la capital.
En el actual redescubrimiento de sus "valores tradicionales", estas antiguas historias de la Baja Edad Media adquieren nueva actualidad frente al temor de los rusos a perder su papel de control sobre Oriente Medio, tras la victoria de los islamistas contra el régimen sirio pro-Moscú. La preocupación del patriarca expresa los sentimientos más profundos de toda la dirigencia política y militar rusa, a la que hace de contrapeso la exaltación de la ucraniana, que se atribuye el mérito de haber apoyado la revolución islámica, para arrinconar a los rusos.
Los rusos habían desplegado sus tropas en Siria en 2015, invirtiendo cientos de miles de millones de rublos, y organizando las unidades más agresivas, la de los "carniceros chechenos" y los mercenarios de la compañía Wagner, liderados por el "cocinero de Putin", el difunto Yevgeny Prigozhin, que después se convirtieron en los actores principales de la guerra rusa en Ucrania. En cierto sentido, el apoyo de Moscú a Damasco fue el campo de entrenamiento para el regreso de Rusia al rol de protagonista en el escenario geopolítico mundial. En 2016, Rusia obtuvo incluso la bendición del papa Francisco, quien se encontró en febrero con el patriarca Kirill en La Habana y acordó una "acción humanitaria" común para los cristianos y los refugiados sirios, lo que permitió a los rusos considerarse oficialmente encargados de controlar ese territorio, donde el propio pontífice romano había bloqueado el ingreso de los estadounidenses con las vigilias de oración del año anterior.
De los cinco patriarcados antiguos, aparte de Antioquía, sólo Roma hoy es interlocutor de Moscú, en una convergencia de la atención hacia Oriente aún en busca de una verdadera definición. Ahora es difícil decir si Rusia podrá mantener sus bases militares en Siria, y la Santa Sede ha hecho saber a través de su secretario de Estado, el cardenal Pietro Parolin, que está "impresionada por la velocidad de los acontecimientos", con la esperanza de que se respeten las minorías cristianas y aguardando la evolución de la situación, una declaración casi idéntica a la del portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov. Por otra parte no se trata sólo de una cuestión de temer las decisiones del nuevo gobierno islamista de Damasco: permanecer en Siria puede resultar una amenaza para todos, rusos y armenios, cristianos ortodoxos, caldeos, protestantes y católicos.
La pérdida de las bases rusas supondría también un grave problema logístico para el Kremlin, para los contactos con sus grupos en África, herederos de los negocios de la compañía Wagner, que dependen precisamente de Siria para el tránsito mediterráneo. Los rusos se verían obligados a ampliar sus estructuras en Libia o Sudán, pero actualmente esto resulta bastante complicado, porque no existen relaciones oficiales con estos Estados, que a su vez siguen buscando una estabilidad todavía muy indefinida. Y las estructuras militares rusas en África no están lo suficientemente desarrolladas como para garantizar una defensa satisfactoria de los intereses del Kremlin, como afirman todos los comentaristas. Los aviones rusos con destino a África hasta ahora se desplazaban por el corredor aéreo sobre el mar Caspio, Irán e Irak, haciendo escala en Siria para llegar a Jartum y desde allí a toda África, y ahora no se sabe muy bien cómo actuar.
Siria es el puente de Rusia hacia el Mediterráneo y África, teniendo en cuenta además la dispersión de la flota del Mar Negro tras los ataques con drones ucranianos, y ahora "podrían producirse también nuevos levantamientos eventuales en los países africanos, que a los rusos no les resulta fácil controlar", según el corresponsal de Novaya Gazeta Denis Korotkov. Hoy es difícil calcular cuántos rusos siguen estacionados en Siria: en 2018 se hablaba de tres mil soldados del ejército y dos mil mercenarios de la Wagner, mientras que hoy, después de tres años de guerra en Ucrania, las estimaciones no superan el millar de unidades, incluyendo un centenar de observadores repartidos por todo el país. Además de los soldados, se supone que hay más de siete mil rusos en toda Siria, y las estructuras militares (y no militares) son muy variadas y se confunden con las estatales del régimen que acaba de caer.
Formalmente Rusia había intervenido en Siria para luchar contra los fundamentalistas islámicos del ISIS, lo que permitió a Moscú recuperar parte del crédito internacional que había perdido con el inicio de la guerra híbrida en Ucrania en 2014, escapando así también a nuevas sanciones. Mucha agua ha pasado bajo el puente desde entonces: Moscú ha coleccionado más sanciones que cualquier otro país del mundo, en la guerra en Ucrania ha involucrado también (y sobre todo) a los musulmanes del Cáucaso y de la Rusia asiática, exaltándolos como "Islam moderado y patriótico", el rostro que hoy se atribuyen los representantes del grupo yihadista Hay'at Tahrir ash-Sham, en el poder en Damasco, que ha logrado hacer en una semana lo que los rusos no han podido hacer en Ucrania en tres años. Putin no puede darse el lujo de tirar por la borda veinte años de esfuerzos para restaurar el papel estratégico de Rusia en la geopolítica mundial, y establecer una "visión multipolar" en lugar de la hegemonía occidental, por lo que tratará de encontrar la manera de permanecer en Siria.
Por otra parte Siria ha quedado ahora en gran medida bajo el control de Turquía, enemigo histórico de Rusia por el dominio de estos territorios, que hoy aparece en cambio como el único posible aliado en la búsqueda de nuevos equilibrios entre el "mundo ruso" y el "mundo turco". El objetivo declarado de Erdogan es eliminar la autonomía de los kurdos en el noreste de Siria, pero está claro que hemos entrado en una nueva fase de la subdivisión del dominio sobre los vastos territorios fronterizos entre el Este y el Oeste, entre Moscú y Estambul, como en los tiempos de la formación del patriarcado ruso, en relación con el de Antioquía.
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