Rusia entre la soberanía y el imperio
En la conferencia de prensa de fin de año, Putin quiso mostrar el rostro del vencedor, no sólo por los nuevos fragmentos de territorio conquistados en el Donbass, sino para transmitir el sentimiento de superioridad de Rusia frente a las muchas incertidumbres de Occidente. Esta guerra de por sí tiene como objetivo principal la "soberanía", no tanto por la defensa de las fronteras como por afirmar su independencia y grandeza ante el mundo entero.
El presidente ruso Vladímir Putin ofreció el 19 de diciembre la esperada conferencia de prensa de fin de año, junto con una "línea directa" para que los ciudadanos tuvieran la oportunidad de hacerle preguntas. Según anunció el Kremlin, hubo casi dos millones de solicitudes de conexión, seleccionadas por una red de inteligencia artificial del Sberbank, la Caja de Ahorro de Rusia, y se dio prioridad a los "veteranos del SVO", la operación militar especial en Ucrania - ahora en su tercer año de invasión y conflicto - y sobre todo a aquellos que han sufrido lesiones incapacitantes.
El año pasado no se llevó a cabo el encuentro "urbi et orbi" con el presidente, pero este año Putin quiso mostrar el rostro del vencedor, no sólo por los nuevos fragmentos de territorio conquistados en el Donbass, sino para transmitir el sentimiento de superioridad de Rusia ante las múltiples incertidumbres de Occidente, al final de un año electoral lleno de contradicciones y que se ha cerrado con la elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos y la crisis de gobierno en la Alemania de Olaf Scholz. Lanzando el guante a un periodista estadounidense, el zar propuso un "duelo tecnológico" al enemigo occidental: elegir un objetivo en Kiev para concentrar allí todas las fuerzas de defensa aérea y antimisiles al que Rusia intentará alcanzar con el misil hipersónico Oreshkin, asegurando que "estamos listos para hacer el experimento".
En el calor de la retórica bélica, Putin declaró que "el ejército de Rusia se encuentra en las mejores condiciones de todos los tiempos", y que la caída del régimen de Assad en Siria no es una derrota para Moscú, que solo tenía la tarea de "impedir la creación de un enclave terrorista", y "de alguna manera hemos logrado ese objetivo". Por otra parte, señaló que muchos países occidentales desean mantener relaciones normales con el nuevo régimen de Damasco, y todos los grupos activos actualmente en Siria quieren que las bases rusas permanezcan en el país, por lo tanto, "los rumores sobre mi muerte han sido exagerados", concluyó, citando a Mark Twain.
En la misma disputa verbal con los periodistas estadounidenses, Putin respondió a uno de ellos que "a usted y a los que pagan su sueldo en Estados Unidos les gustaría que Rusia estuviera en una posición de debilidad (...). Creo, en cambio, que nos hemos hecho mucho más fuertes en los últimos tres años, nos hemos convertido en un país soberano, dependemos de pocas personas y estamos fortaleciendo nuestras capacidades de defensa". Por lo tanto, el objetivo principal de esta guerra es la "soberanía", no solo y no tanto por la defensa de las fronteras, que en el inmenso territorio ruso siempre tienen un significado relativo, sino por afirmar su independencia y su grandeza frente al mundo entero.
Precisamente en estos días, se publicó en el Boletín Parlamentario de Rusia un artículo del filósofo político Aleksandr Shipkov, rector de la Universidad Ortodoxa Rusa de San Juan el Teólogo, uno de los principales ideólogos del "soberanismo ortodoxo". En él intenta explicitar precisamente la teoría del soberanismo de guerra, que es fundamental no sólo "para la supervivencia material y de los recursos del país, sino sobre todo por el significado histórico-cultural". Según Shipkov, "nuestro pueblo está definiendo sus propios objetivos nacionales, y este es un punto de inflexión histórico de excepcional importancia". Con la recuperación de la soberanía, según este razonamiento, "se refuerza la necesidad de una verdadera ideología nacional", porque si no hay claridad sobre el contenido de la misma, no se puede definir la verdadera posición de Rusia en tiempos de guerra.
La victoria, según el ideólogo, depende "de la formulación de objetivos históricos y de la imagen del futuro de la nación", y se pregunta quién tiene realmente el derecho y el deber en Rusia de determinarlos: ¿las autoridades nacionales? ¿Los líderes religiosos? ¿La comunidad de expertos? ¿Los protagonistas del mundo de la cultura? Es fundamental descifrar la ideología del adversario para superar la desorientación, cuando las personas "se confunden sobre lo que ellas mismas quieren y para qué viven", una condición en la que Rusia se encontró desde finales de los ochenta hasta los primeros años del 2000, cuando bajo Putin comenzó a recuperar su identidad. Shipkov compara este pase con la Smuta, la época de los "Tumultos" de principios del siglo XVII, que terminó con la victoria sobre los invasores polacos y el comienzo de la dinastía de los Romanov.
También reflexionan sobre este tema los historiadores Jaroslav Shimov y Nikita Sokolov en el programa de Radio Svoboda "Vida y muerte de los grandes imperios", y se preguntan si el Imperio ruso ha desaparecido definitivamente o más bien está resurgiendo. Vuelven a la memoria las palabras del ministro de Economía de los últimos zares, Sergei Witte, probablemente el mejor administrador que ha tenido Rusia, quien afirmaba: "No conozco la palabra Rusia, para mí solo existe el Imperio Ruso". Durante siglos, el imperio ha sido el sentido y la forma predominante de la existencia de Rusia, al que se consagraban los sacrificios de las personas, todo el sistema económico y el bienestar de los ciudadanos.
El Imperio ruso se ha desintegrado por lo menos tres veces, en la Smuta del siglo XVII y más recientemente con la revolución de 1917 y con la caída de la Unión Soviética en 1991, y en cada oportunidad ha vuelto a renacer con una nueva forma. La "soberanía" de Putin es el intento actual de restaurar la estructura y, sobre todo, la mentalidad imperial, como también afirma el historiador escocés Geoffrey Alan Hosking, uno de los patriarcas de los estudios rusos británicos, quien compara el Imperio Británico con el Imperio Ruso, y afirma que "desde Moscú hasta Washington, seguimos en las mismas dimensiones", remontándose hasta el primer zar Iván IV el Terrible e Isabel I de Inglaterra, la "reina virgen" de mediados del siglo XVI, hasta llegar a nuestros días.
Shimov también recuerda la diferencia entre los imperios marítimos, como el británico, que siempre ha tenido posesiones lejos de la patria, y los que, como Rusia o incluso China, los Habsburgo y el Imperio Otomano, se extendieron "a mordiscos" por el espacio terrestre. Estos imperios "continentales" se basan en el estrecho vínculo con la metrópoli capital, el núcleo del que parte la expansión y al que se remiten todas las provincias. Este tipo de imperio siempre se ha replegado sobre sí mismo, no se integra con otros pueblos y otras culturas, sino que los somete y los adapta a su propia identidad, y este es precisamente el sentido del "soberanismo", que impone una jerarquía vertical de valores y de expresiones, pues de lo contrario corre el riesgo de perderse a sí mismo.
La cuna de todos los imperios, la antigua Roma, resumía ambas dimensiones, la vertical y la horizontal, abarcando todo el mar Mediterráneo y extendiéndose a los diferentes continentes, concediendo la ciudadanía incluso a aquellos que nunca habían visto ni la capital ni el territorio original de Italia, como le ocurrió al apóstol Pablo, proporcionándole la justificación jurídica para evangelizar la Roma pagana. Rusia siempre aspira a renacer como la "Tercera Roma", rusificando pueblos y culturas por tierra y por mar, y en el mundo contemporáneo también a través de los espacios virtuales de información y de la atracción artificial.
En la estructura actual de la Federación Rusa hay muchas "reliquias imperiales", como dice Sokolov, con incertidumbres en la definición de las unidades "supranacionales" que se entrelazan en las más de cien regiones rusas, que a menudo hacen referencia a los principios dinásticos de las familias de los poderosos, como en Siberia y en Asia Central, o a los principios religiosos de la Ortodoxia y el Islam, con el regusto de la ideología soviética "inversamente religiosa", de la que quedan huellas evidentes en la cúpula del Estado y en el alma de los ciudadanos. En este sentido, el principio imperial es lo contrario del principio nacional, y en la Rusia de hoy esto resulta evidente: Putin habla de "soberanismo" en el sentido imperial, mientras que el "nacionalismo" se refiere principalmente a los impulsos separatistas de los pueblos menores, o a la xenofobia de los movimientos rusos de la derecha radical.
La guerra por Ucrania es la guerra por el imperio, por lo que constituye el "mordisco original", y Moscú no puede quitar sus dientes de Kiev, independientemente de las posibles negociaciones de paz que probablemente comiencen en el nuevo año. La soberanía de Ucrania es el fin del imperio ruso, y la identidad ucraniana será la verdadera apuesta para el futuro, ya que nunca se definió realmente en las luchas pasadas entre los imperios europeos y la guerra fría soviética. Todos los grandes imperios europeos han desaparecido en el siglo XX, y con el actual giro antiglobalista de Estados Unidos, se retira también el estadounidense, que simbólicamente había puesto fin a sus pretensiones globales cuando abandonó Afganistán en 2022. Sólo queda el imperio anacrónico de Rusia, el soberanismo de los zombis que vagan por el planeta buscando algún país que conquistar para poder encontrarse a sí mismos.
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