Roman Lunkin: Sombras y luces en la vida religiosa de Rusia
El estudioso de problemas religiosos y sociales hace un elenco de los logros y fracasos del año 2017. Entre los eventos positivos: la visita de Putin al Sínodo ortodoxo; el diálogo entre Kirill y Filarete de Kiev; la devolución de algunos edificios a la Iglesia católica de Moscú. Lo negativo: las campañas contra los Testigos de Jehová; las culpas “hebreas” del zar Nicolás II; el olvido hacia las Iglesias protestantes. El problema de la reforma interna del patriarcado de Moscú: Kirill con los mismos problemas del Papa Francisco.
Moscú (Asianews)- Roman Lunkin, uno de los principales observadores de las cuestiones religiosas en Rusia, realizó una clasificación de los mayores sucesos y fracasos en la vida religiosa rusa del año apenas finalizado. Lunkin es director del Centro para el estudio de los problemas religiosos y sociales del Instituto Europeo junto a la Academia de las Ciencias Rusas y publicó una síntesis en el sitio “Religión y Derecho” (sclj.ru, Slavic Center for Law and Justice), un observatorio muy puntual sobre las dinámicas de las relaciones entre el Estado y las confesiones en el país.
La “sinfonía” entre Iglesia y Estado
Según Lunkin, el principal evento positivo de 2017 fue la visita del presidente Putin al Sínodo Episcopal Ortodoxo de noviembre, en el cual estaban presentes todas las otras Iglesias Ortodoxas, tanto que representaban un casi Concilio Pan-Ortodoxo como y más de aquel de junio de 2016 en Creta, fracasado justamente por la falta de la participación de los rusos. Por primera vez un jefe de Estado ruso saludó a los jerarcas y no en la residencia en el Kremlin, sino yendo de visita al Sínodo mismo, al modo de los antiguos emperadores bizantinos. Por lo tanto sería una reedición en forma más como esquema ganadora para todo el mundo cristiano.
Otros elementos positivos evidenciados por Lunkin son el inicio de un tímido deshielo en las relaciones entre el patriarcado de Moscú y el patriarcado no canónico de Kiev, a continuación de la carta de “arrepentimiento” del patriarca ucraniano Filarete (Denisenko). Se trata de una de las mayores heridas abiertas después de la caída de la Urss, que podría resolver en parte la dramática crisis ucraniana. Se abre de hecho un camino para una verdadera Iglesia ortodoxa unida en toda Ucrania, también si Lunkin justamente se pregunta para quién sería realmente un suceso. Lunkin también recuerda el importante resultado obtenido por el patriarca de Moscú, cuya mediación “humanitaria” llevó a los prisioneros entre Kiev y la región de Donbass.
También el nacimiento de un nuevo movimiento social ortodoxo como el de las “Cuarenta cuarentinas” (Sorok sorokov), si bien también involucrado en la grotesca polémica de las reacciones extremistas a la película “Matilde”, es considerado como un evento importante, que hace surgir una dimensión político-ideológica que sería mucho más peligrosa, si hubiese sido solamente marginal. Al final, Lunkin enumera entre los principales sucesos la restitución a la iglesia católica rusa de una parte de los edificios parroquiales de los santos Pedro y Pablo en el callejón Miljutinskij en el centro de Moscú,, una cuestión abierta desde 1992 y resuelta después del encuentro en Cuba entre Kirill y el Papa Francisco. El augurio es que puedan resolver las controversias para la restitución de las iglesias católicas de Smolensk, Kaliningrado, Blagoveschensk y en otros países de Rusia.
Las campañas antirreligiosas contra las sectas
Entre los factores negativos del informe del texto de Lunkin, se recuerda la declaración muy discutida por el obispo Tikhon (Ševkunov), el “padre espiritual” di Putin, después del análisis de los restos de la familia del zar Nicolás II. Según Tikhon, el martirio imperial habría sido incluso según un “ritual de sacrificio hebreo”, que provocó reacciones extremas de antisemitismo en la sociedad rusa. Este tema arriesga convertirse aún más dramático en el curso de 2018, en el cual se recuerdan justamente los 100 años del asesinato del zar.
El año 2017, jubileo revolucionario, se distinguió lamentablemente por el inicio de una nueva campaña antirreligiosa, que recuerda la de los bolcheviques de hace 100 años. Están de hecho sometidos a acciones represivas, por parte de las fiscalías y de la policía, diversos grupos religiosos según la infame “ley jarovoj” que limita la libertad religiosa. Bajo el talón de la nueva ley cayeron los Testigos de Jehová, Scientology, diversas comunidades de bautistas y pentecostales y otras denominaciones religiosas o “sectas locales”. Lunkin observa también que el quinto centenario de la reforma luterana no fue aprovechado en Rusia como ocasión para reconsiderar el rol de las comunidades protestantes en el país, donde en realidad son activas y numerosas, más allá de las formales congratulaciones por parte de los líderes nacionales, en las varias regiones el evento fue completamente ignorado.
Las iniciativas públicas de la iglesia patriarcal, del resto, no parecen obtener la justa atención de la sociedad y de la política. Los parlamentarios prefieren ensañarse en la censura de las sectas y de las religiones “no oficiales”, en vez que escuchar los pedidos del patriarca a la limitación o prohibición del aborto u otras peticiones en el ámbito de la moral pública en defensa de la familia y de la vida. Las estructuras eclesiásticas, por otro lado, continúan siendo muy desacreditadas a los ojos de la opinión pública a causa de las denuncias de escándalos y acciones inmorales de sacerdotes y obispos, como los denunciados en estos meses por un conocido analista, el diácono Andrej Kuraev. Se preguntan cómo podrá obrar el patriarca para una eficaz reforma estructural, vista su aparente indecisión en materia; es esto la situación parece más bien análoga a los problemas del Papa Francisco en el Vaticano.
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