Putin, heredero de los Grandes Kanes mongoles
Según el erudito Kharamoos Tjundeshev, el Kan Batij fue el verdadero fundador del Estado ruso. También descienden de los tártaros otras naciones como China, la India y Turquía. “A los rusos les cuesta mucho aprender a ser libres, y necesitan de una mano fuerte que los comande”. También hay un resabio tártaro en el aislamiento del mundo, en la mirada que equipara al extranjero con el enemigo y en el bloqueo de la red social Telegram.
Moscú (AsiaNews) – Hay un libro publicado recientemente que está generando amplio debate. Se trata de la obra de Kharamoos Tjundeshev, un académico de la universidad de Jakasia (región de la Rusia asiática, tierra originaria de los tártaros-mongoles) titulada El gran kan Batij, fundador del Estado ruso. Su volumen hace que la memoria se retrotraiga a los tiempos del “yugo tártaro”, en que Rusia estuvo sometida al dominio asiático durante más de dos siglos, entre los siglos XIII y XV. El libro insta a trazas varias comparaciones, sobre todo, luego de otra nueva reelección del presidente Putin, que el 18 de marzo pasado alcanzó el estatus de zar y gran caudillo.
El gran kan Batij fue el nieto de Gengis Kan, que en el año 1240 estableció el dominio de la llamada “Horda de Oro” sobre los principados de la antigua Rus’ de Kiev, que luego desapareció de la historia como institución. Los tártaros fueron derrotados por primera vez recién en 1380, en la batalla de Kilikovo, inspirada por San Sergij de Radonež y llevada adelante por el príncipe de Moscú, Dmitrij Donskoj, y la ciudad de Kiev retomó su funcionamiento en el siglo XVII. El dominio asiático recién se concluyó en 1480, por mérito del gran príncipe Iván III, el iniciador de la ideología de “Moscú o la Tercera Roma”. Pero según la interpretación brindada por Tjundeshev, Rusia jamás se liberó del legado de los kanes tártaros, sino que incluso lo convirtió en la columna vertebral de su civilización y organización estatal.
La tesis no es particularmente nueva: en su momento, Napoleón, al contemplar desde los muros del Kremlin el incendio de Moscú, en 1812 supo expresarse con un célebre dicho: “Rasca al ruso, y encontrarás un tártaro”. Muchos historiadores reconocen la importancia de la administración de la Horda en el desarrollo de la sociedad rusa, y la misma palabra dengi (dinero) proviene del mongol, aludiendo al recuerdo de las tasas que los rusos debían pagar al Kan para obtener el sello de investidura (jarlyk, que hoy significa “marca”). En cierta manera, la Rusia actual sería más hija de la Horda de Oro que de la Rus’ de Kiev. El mismo zar Iván El Terrible, que en el siglo XVI conquistó el ultimo kanato de Kazán’, integró a los principales caudillos mongoles en la administración rusa.
El zar de la “Santa Rusia” que hoy tantos equiparan al presidente reinante (Iván IV y Putin IV) incluso llegó a retirarse del gobierno por un año entero, poniendo en su lugar a uno de los jefes mongoles, Simeon Bekbulatovic. El 19 de abril, en una entrevista concedida a Radio Svoboda, Tjundeshev reafirmó su tesis: “La Horda de Oro introdujo en Rusia el espíritu imperial, y el kan Batij fue el verdadero fundador de la condición de estado de Rusia… la mentalidad de los rusos es principalmente asiática; aunque la población sea de linaje europeo, lo cierto es que sólo una pequeña minoría razona con parámetros europeos”. Según el estudioso tártaro, es por eso que a los rusos les resulta tan difícil aprender a ser libres, y necesitan siempre de una mano fuerte que los comande: en la Duma rusa, todos votan siempre siguiendo la voluntad del presidente, como sucedía en los kurultaj del Gengis Kan. En realidad, el fundador del imperio mongol en los albores de siglo XIII era un hombre muy avanzado para su época, capaz de adaptarse a situaciones y culturas diversas, incluso a contextos religiosos diversos; de los tártaros descienden naciones como China, la India, Turquía y Rusia, que abrazan varios credos como el confucianismo, el islam y el cristianismo ortodoxo.
Siempre siguiendo la opinión volcada por el profesor entrevistado, “en Rusia se difundieron las ideas confucianas tomadas por Gengis Kan: la familia como célula de la sociedad, la intocabilidad del jefe de Estado y la verticalidad del poder, tan estimada por Putin”. El espíritu tártaro sería muy evidente en el ejército, basado en una “iniciación”, y en el campo jurídico, donde reina el arbitrio de los poderosos y los decretos presidenciales valen más que la Constitución vigente. Un ejemplo citado por Tjundeshev es el decreto sobre los “distritos federales” del 13 de mayo de 2000, por el cual, al inicio de su primer mandato presidencial, Putin eliminó a los gobernadores regionales electos para sustituirlos por emisarios nombrados por él, despreciando las normas constitucionales.
Por otro lado, el aislamiento internacional de Rusia -que días atrás fue reivindicado como única vía posible para la política exterior del país, según expresó el consejero de Putin, Vladislav Surkov- también recuerda al enfoque geopolítico de los mongoles, que en cada potencia extranjera veían un enemigo por aniquilar, y a menudo tachaban de traidores a sus súbditos no tan fieles. La cerrazón de Rusia está mostrando sus dos dimensiones paradojales, y casi grotescas, en la decisión –tomada días atrás- de cerrar Telegram, la red social de los hermanos Nikolaj y Pavel Durov, que se resisten a acatar la orden, denegando al gobierno los códigos; la incontrolable modernidad se resiste al totalitarismo asiático.
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