18/07/2018, 12.45
RUSIA
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Para Kirill, el martirio del zar Nicolás II fue culpa de Occidente

de Vladimir Rozanskij

El patriarca de Moscú guió la peregrinación hacia los lugares donde se produjo la masacre del zar y de su familia. Las ideas de progreso y bienestar traídas de Occidente fueron los fundamentos de la revolución. “Rechazar las tentaciones que vienen del exterior”, como en los tiempos de Dostoievski.

Moscú (AsiaNews) – En la noche del 16 de julio pasado, el patriarca de Moscú, Kirill (Gundjaev) guió la peregrinación hacia los lugares donde se produjo el martirio del zar Nicolás II y de su familia, junto a los obispos reunidos en una sesión especial del Sínodo. La solemnidad fue preparada en los días previos a las celebraciones por los 1030 años del Bautismo de la Rus’ de Kiev, que, según palabras del patriarca, “fue el acontecimiento que marcó un giro en la historia de los pueblos eslavos, indicando el camino de la civilización eslava, pasando de la oscuridad de los ideales falsos a la revelación de la verdad divina”.

En la homilía pronunciada en Ekaterimburgo, al inicio de la ceremonia, él quiso subrayar que el asesinato del zar es “la consecuencia del pernicioso influjo de la filosofía proveniente del exterior, que ha llevado a la negación de Dios, al olvido de los mandamientos y a la pérdida de una relación espiritual verdadera con la Iglesia”.”.

Según Kirill, dicho influjo se remonta a una irreflexiva ansiedad por el progreso de las condiciones materiales, por parte de la humanidad. Al interrogarse “¿Cuándo ha ocurrido todo esto y por qué ha ocurrido?” él señaló, de modo genérico, las numerosas revoluciones culturales y sociales que se han sucedido durante siglos en el mundo occidental. “Hasta que, llegado cierto momento de la historia, es como si el tren se hubiese descarrillado, como cuando el maquinista ya no puede controlar la velocidad en una curva peligrosa, y se arroja a la catástrofe”.

De acuerdo al patriarca, el pueblo ruso fue embestido por un tren enloquecido, “cuando pensamientos ajenos a nosotros, ideales foráneos, mentalidades extrañas, formadas por opiniones políticas y filosóficas que no tienen nada en común con el cristianismo, con nuestras tradiciones nacionales o nuestra cultura, comenzaron a ser acogidos por la intelligentsia  y por la aristocracia, e incluso por una parte del clero, como si fuesen pensamientos que encaminan hacia el progreso, y, siguiéndolos, fuese posible cambiar la vida del pueblo para mejor”.

En 2017, durante el centenario de la revolución, el responsable de la Iglesia rusa ya había repetido en varias ocasiones, que la culpa de la catástrofe rusa debía atribuirse a los intelectuales y a las influencias occidentales. Normalmente se considera que fue Pedro El Grande el primero en introducir por la fuerza la cultura occidental en el país, en el siglo XVIII, si bien la escolástica de los jesuitas -a través de Polonia- ya había penetrado en territorio ruso a partir de la Fundación de la Academia Teológica de Kiev, en 1625.  

En efecto, el emperador occidentalista Pedro I estaba obsesionado por la idea del progreso técnico y material de Rusia, a la cual él quería llevar al nivel de los otros Estados europeos. Según Kirill, “esta idea de cambiar para mejor la vida del pueblo siempre está presente, cuando se modifica forzosamente el curso de la historia… las revoluciones más terribles y sangrientas siempre fueron hechas en nombre del pueblo y de su bienestar, convenciendo a la gente de que lo mejor sólo puede provenir de la sangre y la muerte, destruyendo el sistema anterior”.

Por lo tanto, el patriarca ha invitado a todos a rechazar las “tentaciones provenientes del exterior”, que difunden ilusiones sobre el futuro bienestar de Rusia: “La lección principal, que debemos recordar, es que no debemos confiar en las promesas de una vida feliz, no debemos depositar nuestras esperanza en las ayudas que vengan de afuera, de personas más instruidas y avanzadas que nosotros”. La confianza ha de depositarse en Dios y en su Iglesia Ortodoxa, que guía la misión del pueblo ruso en la historia, y en los hombres que Dios elige para representarlo. Al igual que el inocente Zar Nicolás, “que no había quebrantado las leyes y que no había abandonado a Dios”.

Las palabras de Kirill vuelven a proponer la tesis eslavófila de la originalidad ínsita en el alma rusa, por ser ésta el custodio de la verdadera Ortodoxia y portadora de la verdadera “belleza” espiritual, tal como supo expresar el gran escritor Fiódor Dostoievski. La advertencia del patriarca, de hecho, recuerda aquella que diera uno de los personajes de El Idiota, la condesa Elizaveta Prokòf'evna, al regresar de Europa: «Ahora, basta de exaltaciones; es tiempo de espabilarse. Todo este extranjero vuestro, este Occidente del que tanto alardeáis, esta Europa vuestra, no es otra cosa que una fantasía; y nosotros mismos, cuando estamos en el exterior, no somos sino fantasía… ¡Recordad mis palabras, y veréis!».

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