Papa: solidaridad y misericordia para vencer la indiferencia y conquistar la paz
Ciudad del Vaticano (AsiaNews) – Promover una cultura de la solidaridad y de la misericordia –como virtud moral y conducta social, fruto de la conversión personal –para vencer la indiferencia que, a nivel individual, alimenta el perdurar de situaciones de injusticia y grave desequilibrio social y, a nivel institucional, favorece y hasta llega a justificar acciones y políticas que terminan por constituir una amenaza a la paz.
Es la idea que guía el mensaje del papa Francisco para la 49na Jornada Mundial de la Paz -que se celebra el 1ero de enero de 2016 y tiene como tema “Vence la indiferencia y conquista la paz”- , y que fue difundido públicamente en el día de hoy.
El documento, en la perspectiva del Jubileo de la Misericordia, exhorta a la conversión personal y, a nivel internacional, quiere “dirigir un triple llamamiento para que se evite arrastrar a otros pueblos a conflictos o guerras que destruyen no sólo las riquezas materiales, culturales y sociales, sino también —y por mucho tiempo— la integridad moral y espiritual; para abolir o gestionar de manera sostenible la deuda internacional de los Estados más pobres; para la adoptar políticas de cooperación que, más que doblegarse a las dictaduras de algunas ideologías, sean respetuosas de los valores de las poblaciones locales y que, en cualquier caso, no perjudiquen el derecho fundamental e inalienable de los niños por nacer”.
El mensaje del Papa comienza expresando el “profundo convencimiento” de que “¡Dios no es indiferente! ¡A Dios le importa la humanidad, Dios no la abandona!” para invitar a no perder la esperanza de que “el 2016 nos vea a todos firmemente y confiadamente comprometidos, en diversos niveles, a realizar la justicia y obrar por la paz. Sí, ésta última es don de Dios y obra de los hombres”.
A pesar de que, de hecho, “las guerras y los atentados terroristas, con sus trágicas consecuencias, los secuestros de personas, las persecuciones por motivos étnicos o religiosos, las prevaricaciones, han marcado de hecho el año pasado, de principio a fin, multiplicándose dolorosamente en muchas regiones del mundo, hasta asumir las formas de la que podría llamar una ''tercera guerra mundial en fases''”, se han dado asimismo acontecimientos que empujan a “no caer en la resignación y en la indiferencia”. Entre dichos acontecimientos están “el esfuerzo realizado para favorecer el encuentro de los líderes mundiales en el ámbito de la COP 21, con la finalidad de buscar nuevas vías para afrontar los cambios climáticos y proteger el bienestar de la Tierra, nuestra casa común”, “La Conferencia Mundial de Addis Abeba para recoger fondos con el objetivo de un desarrollo sostenible del mundo, y la adopción por parte de las Naciones Unidas de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, con el objetivo de asegurar para ese año una existencia más digna para todos, sobre todo para las poblaciones pobres del planeta”.
La indiferencia es una amenaza para la familia humana
Siendo hombres, dotados de una inalienable dignidad, escribe Francisco, “nosotros existimos en relación con nuestros hermanos y hermanas, ante los que tenemos una responsabilidad y con los cuales actuamos en solidaridad. Fuera de esta relación, seríamos menos humanos. Precisamente por eso, la indiferencia representa una amenaza para la familia humana. Siendo que nos encaminamos hacia un nuevo año, deseo invitar a todos a reconocer este hecho, para vencer la indiferencia y conquistar la paz. Es cierto que la actitud del indiferente, de quien cierra el corazón para no tomar en consideración a los otros, de quien cierra los ojos para no ver aquello que lo circunda o se evade para no ser tocado por los problemas de los demás, caracteriza una tipología humana bastante difundida y presente en cada época de la historia. Pero en nuestros días, esta tipología ha superado decididamente el ámbito individual para asumir una dimensión global y producir el fenómeno de la 'globalización de la indiferencia'”.
“La primera forma de indiferencia en la sociedad humana es la indiferencia ante Dios, de la cual brota también la indiferencia ante el prójimo y ante lo creado. Esto es uno de los graves efectos de un falso humanismo y del materialismo práctico, combinados con un pensamiento relativista y nihilista. El hombre piensa ser el autor de sí mismo, de la propia vida y de la sociedad; se siente autosuficiente; busca no sólo reemplazar a Dios, sino prescindir completamente de él. Por consiguiente, cree que no debe nada a nadie, excepto a sí mismo, y pretende tener sólo derechos.”.
De aquí descienden las diversas formas de indiferencia, desde las de las personas que, frente a los dramas de la humanidad, “no se sienten comprometidas, no viven la compasión”, hasta la de quienes “viven su bienestar y su comodidad indiferentes al grito de dolor de la humanidad que sufre”. “Cuando afecta al plano institucional, la indiferencia respecto al otro, a su dignidad, a sus derechos fundamentales y a su libertad, unida a una cultura orientada a la ganancia y al hedonismo, favorece, y a veces justifica, actuaciones y políticas que terminan por constituir amenazas a la paz. Dicha actitud de indiferencia puede llegar también a justificar algunas políticas económicas deplorables, premonitoras de injusticias, divisiones y violencias, con vistas a conseguir el bienestar propio o el de la nación. En efecto, no es raro que los proyectos económicos y políticos de los hombres tengan como objetivo conquistar o mantener el poder y la riqueza, incluso a costa de pisotear los derechos y las exigencias fundamentales de los otros. Cuando las poblaciones se ven privadas de sus derechos elementares, como el alimento, el agua, la asistencia sanitaria o el trabajo, se sienten tentadas a tomárselos por la fuerza”. “Además, la indiferencia respecto al ambiente natural, favoreciendo la deforestación, la contaminación y las catástrofes naturales que desarraigan comunidades enteras de su ambiente de vida, forzándolas a la precariedad y a la inseguridad, crea nuevas pobrezas, nuevas situaciones de injusticia de consecuencias a menudo nefastas en términos de seguridad y de paz social. ¿Cuántas guerras ha habido y cuántas se combatirán aún a causa de la falta de recursos o para satisfacer a la insaciable demanda de recursos naturales?”
Pero desde el inicio de la historia, desde Adán y Eva, Caín y Abel, “Dios interviene entonces para llamar al hombre a la responsabilidad ante su semejante”. “Del mismo modo, Dios, en su Hijo Jesús, ha bajado entre los hombres, se ha encarnado y se ha mostrado solidario con la humanidad en todo, menos en el pecado. Jesús se identificaba con la humanidad: ''el primogénito entre muchos hermanos'' (Rm 8,29). Él no se limitaba a enseñar a la muchedumbre, sino que se preocupaba de ella, especialmente cuando la veía hambrienta (cfr Mc 6,34-44) o desocupada (cfr Mt 20,3). Su mirada no estaba dirigida solamente a los hombres, sino también a los peces del mar, a las aves del cielo, a las plantas y a los árboles, pequeños y grandes: abrazaba a toda la creación. Ciertamente, él ve, pero no se limita a esto, puesto que toca a las personas, habla con ellas, actúa en su favor y hace el bien a quien se encuentra en necesidad. No sólo eso, sino que se deja conmover y llora (cfr Jn 11,33-44). Y actúa para poner fin al sufrimiento, a la tristeza, a la miseria y a la muerte. Jesús nos enseña a ser misericordiosos como el Padre. (cfr Lc 6,36)”.
La Iglesia testimonia la misericordia en primera persona
“La misericordia es el corazón de Dios. Por ello debe ser también el corazón de todos los que se reconocen miembros de la única gran familia de sus hijos; un corazón que bate fuerte allí donde la dignidad humana —reflejo del rostro de Dios en sus creaturas— esté en juego. Jesús nos advierte: el amor a los demás —los extranjeros, los enfermos, los encarcelados, los que no tienen hogar, incluso los enemigos— es la medida con la que Dios juzgará nuestras acciones. De esto depende nuestro destino eterno”. Es por eso que “es determinante para la Iglesia y para la credibilidad de su anuncio que ella viva y testimonie en primera persona la misericordia. Su lenguaje y sus gestos deben transmitir misericordia para penetrar en el corazón de las personas y motivarlas a reencontrar el camino de vuelta al Padre”.
“También nosotros estamos llamados a que el amor, la compasión, la misericordia y la solidaridad sean nuestro verdadero programa de vida, un estilo de comportamiento en nuestras relaciones de los unos con los otros. Esto pide la conversión del corazón: que la gracia de Dios transforme nuestro corazón de piedra en un corazón de carne, (cfr Ez 36,26), apaz de abrirse a los otros con auténtica solidaridad.”, que es “es la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno”.
“La solidaridad como virtud moral y actitud social, fruto de la conversión personal, exige el compromiso de todos aquellos que tienen responsabilidades educativas y formativas.”: las familias, “llamadas a una misión educativa primaria e imprescindible”; los educadores, llamados a la tarea de ayudar a que los jóvenes se vuelvan conscientes de sus propias responsabilidades; los operadores culturales y de la información llamados a “ponerse al servicio de la verdad y no de intereses particulares”.
El Papa vuelve a evidenciar motivos de esperanza cuando escribe que “conscientes de la amenaza de la globalización de la indiferencia, no podemos dejar de reconocer que, en el escenario descrito anteriormente, se dan también numerosas iniciativas y acciones positivas que testimonian la compasión, la misericordia y la solidaridad de las que el hombre es capaz.”. Recuerda, a propósito de esto, que hay muchas “organizaciones no gubernativas y asociaciones caritativas dentro de la Iglesia, y fuera de ella, cuyos miembros, con ocasión de epidemias, calamidades o conflictos armados, afrontan fatigas y peligros para cuidar a los heridos y enfermos, como también para enterrar a los difuntos. Junto a ellos, deseo mencionar a las personas y a las asociaciones que ayudan a los emigrantes que atraviesan desiertos y surcan los mares en busca de mejores condiciones de vida. Estas acciones son obras de misericordia, corporales y espirituales, sobre las que seremos juzgados al término de nuestra vida”.
“Me dirijo también a los periodistas y fotógrafos que informan a la opinión pública sobre las situaciones difíciles que interpelan las conciencias, y a los que se baten en defensa de los derechos humanos, sobre todo de las minorías étnicas y religiosas, de los pueblos indígenas, de las mujeres y de los niños, así como de todos aquellos que viven en condiciones de mayor vulnerabilidad. Entre ellos hay también muchos sacerdotes y misioneros que, como buenos pastores, permanecen junto a sus fieles y los sostienen a pesar de los peligros y dificultades, de modo particular durante los conflictos armados.” Y las familias, que, “¡en medio de tantas dificultades laborales y sociales, se esfuerzan concretamente en educar a sus hijos ''contracorriente'', con tantos sacrificios, en los valores de la solidaridad, la compasión y la fraternidad!”. Por último, “Por último, deseo mencionar a los jóvenes que se unen para realizar proyectos de solidaridad, y a todos aquellos que abren sus manos para ayudar al prójimo necesitado en sus ciudades, en su país o en otras regiones del mundo”. (FP)
23/12/2015
01/12/2015