Papa: queridos sacerdotes, sean hermanos, no trabajadores cansados
En el discurso que pronunció en el simposio "Por una teología fundamental del sacerdocio", organizado por la Congregación para los Obispos, el Papa Francisco señaló a los sacerdotes de todo el mundo "cuatro cercanías" que deben cultivar: con Dios, con el obispo, con los hermanos presbíteros y en medio de la gente. No un tratado, sino una "pequeña cosecha" de su vida sacerdotal.
Ciudad del Vaticano (AsiaNews) - No es un tratado teológico sobre quién es el sacerdote, sino una "pequeña cosecha" de lo que el sacerdote Jorge Mario Bergoglio ha aprendido estando cerca de tantos hermanos en el sacerdocio. “No sé si estas reflexiones son el canto del cisne de mi vida sacerdotal, pero sí puedo asegurar que provienen de mi experiencia”. Así comenzó el largo discurso que pronunció hoy el Papa Francisco en el simposio "Por una teología fundamental del sacerdocio", que se está celebrando en el Vaticano por iniciativa de la Congregación para los Obispos. El pontífice abordó muchos temas, entre ellos la "crisis vocacional que aflige a nuestras comunidades en diversos lugares". Muchas veces esta se debe a "una ausencia de fervor apostólico contagioso", que no afecta solo a los sacerdotes ("incluso donde no son muy comprometidos y alegres” -observó- en algunos casos ocurre que es “la vida fraterna de la comunidad la que despierta el deseo de consagrarse a Dios”). Pero sobre todo el Papa esbozó una serie de actitudes "que dan solidez a la figura del sacerdote", cuatro "columnas portantes" a las que llamó las "cuatro cercanías".
En primer lugar, la cercanía con Dios: “Si no hay una relación significativa con el Señor - explicó - nuestro ministerio está destinado a ser estéril. La cercanía con Jesús, el contacto con su Palabra, nos permite confrontar nuestra vida con la suya y aprender a no escandalizarnos por nada de lo que nos pase, a defendernos de los 'escándalos'". En efecto, al igual que en la vida de Jesús, el sacerdote experimenta "momentos de alegría y de fiestas de boda, de milagros, de curaciones y de multiplicación de los panes", pero "vendrán también horas de ingratitud, de rechazo, de duda y de soledad, que llegan a hacernos decir: 'Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?' (Mt 27,46)”.
La cercanía con Dios es la clave para afrontar estas situaciones. “Muchas crisis sacerdotales -advirtió- tienen su origen en una vida de oración pobre”, que convierte al sacerdote en “un trabajador cansado, que no disfruta de los beneficios de los amigos del Señor”. Pero, ¿por qué a un sacerdote le puede resultar difícil orar? “Es difícil evitar el activismo - responde Francisco -, porque cuando dejas de estar ocupado, la paz no llega inmediatamente a tu corazón, sino la desolación; y para no entrar nunca en la desolación, uno está dispuesto a no detenerse nunca. Pero precisamente aceptando la desolación que viene del silencio, del ayuno de actividades y de palabras, del valor de examinarnos con sinceridad, todo adquiere una luz y una paz que ya no descansan en nuestras fuerzas y en nuestras capacidades” . Y esta capacidad de "abrazar, aceptar y ofrecer la propia miseria en la cercanía con el Señor", es la mejor escuela, que también enseña al sacerdote a "dar cabida a toda la miseria y el dolor que encontrará a diario en su ministerio".
Una segunda cercanía que hay que cultivar es con el obispo, encarnada en la obediencia que -explicó el Papa- no se debe leer "sólo de manera unilateral". Es una dimensión de "comunión", un vínculo que une más allá de "cualquier tentación de encerrarse, de autojustificarse y de hacer una vida de 'soltero'". “La obediencia -siguió diciendo- es la decisión fundamental de acoger al que se nos pone delante como signo concreto de ese sacramento universal de salvación que es la Iglesia. Obediencia que también puede ser confrontación, escucha y, en algunos casos, tensión. Pero que no se rompe". Y presupone -por el otro lado, en los obispos- "humildad, capacidad de escuchar, de autocrítica y de dejarse ayudar".
Una tercera cercanía es entre los presbíteros, en la fraternidad. Precisamente la falta de esta cercanía es lo que a menudo provoca la soledad de muchos sacerdotes. La fraternidad -advirtió el Papa- no puede ser considerada por los mismos sacerdotes como "una utopía, un lugar común para despertar buenos sentimientos o palabras de circunstancia en un discurso tranquilizador". Todos sabemos lo difícil que puede ser vivir en comunidad, pero el amor fraterno, si no queremos endulzarlo, acomodarlo, disminuirlo, es la ‘gran profecía’ que en esta sociedad del descarte estamos llamados a vivir”. Y allí donde "funciona la fraternidad sacerdotal y existen lazos de verdadera amistad, también se hace posible vivir con más serenidad la elección del celibato". Porque - ha comentado el pontífice - el celibato es un don que la Iglesia latina atesora, pero "sin amigos y sin oración puede convertirse en una carga insoportable y en un contratestimonio de la belleza misma del sacerdocio".
Por último, la cercanía con el pueblo, porque como repitió Francisco una vez más “el lugar de todo sacerdote está en medio de la gente”. “El pueblo de Dios espera encontrar pastores con el estilo de Jesús, y no 'clérigos oficiales' o 'profesionales de lo sagrado'. Pastores que sepan de compasión, de oportunidad; hombres valientes, capaces de detenerse ante los heridos y tenderles la mano; hombres contemplativos que, en la proximidad con su pueblo, puedan anunciar sobre las llagas del mundo la fuerza operante de la Resurrección”. Estar entre la gente -añadió- nos ayuda a no “olvidar que la vida sacerdotal se debe a los demás - al Señor y a las personas que Él nos confía -. Este olvido está en la raíz del clericalismo y de sus consecuencias”. Un clericalismo que -a diferencia del modelo de las "cuatro cercanías"- se nutre de "distancias" y por eso es una perversión del sacerdocio.
Por eso el Papa pidió: "Que el Señor visite a sus sacerdotes en la oración, en el obispo, en sus hermanos presbíteros y en su pueblo. Que rompa la rutina y moleste un poco, que despierte la inquietud -como en la época del primer amor-, que ponga en movimiento todas las capacidades para que nuestro pueblo tenga vida y vida en abundancia (cf. Jn 10,10)".