Papa: que todos, jóvenes o ancianos, e incluso turistas curiosos, encuentren en los santuarios “el acogimiento debido”
La religiosidad popular “es una auténtica forma de evangelización, que necesita ser siempre promovida y valorizada, sin minimizar su importancia”. Los sacerdotes que confiesan en los santuarios “deben tener el corazón empapado en misericordia; su actitud debe ser la de un padre”.
Ciudad del Vaticano (AsiaNews) – Quienquiera que venga, sea “joven o anciano, rico o pobre, enfermo o en tribulación, o bien turista curioso” encuentre en los santuarios “el acogimiento debido, porque en cada uno de ellos hay un corazón que busca a Dios, a veces sin darse cuenta totalmente” y “en el acogimiento, por así decir, nos jugamos todo”. El tema del acogimiento, tanto físico como espiritual, incluyendo el confesional, fue el centro del discurso que el Papa dirigió hoy a los participantes en el encuentro internacional de los organizadores de peregrinaciones, párrocos, rectores y operadores de los santuarios, que celebran en Roma su Jubileo, y fueron recibidos en la Sala Pablo VI.
“Ir en peregrinación a los santuarios – dijo Francisco – es una de las expresiones más elocuentes de la fe del pueblo de Dios, y manifiesta la piedad de generaciones de personas, que han creído con simplicidad, y se han encomendado a la intercesión de la Virgen María y de los Santos. Esta religiosidad popular es una auténtica forma de evangelización, que necesita ser siempre promovida y valorizada, sin minimizar su importancia. Es curioso: el beato Pablo VI, en la Evangellii nuntiandi, habla de la religiosidad popular pero dice que es mejor llamarla “piedad popular”; y luego, el episcopado latinoamericano en el Documento de Aparecida da un paso más, y habla de “espiritualidad popular””. Los tres conceptos son válidos, pero juntos. En los santuarios, de hecho, nuestra gente vive su profunda espiritualidad, esa piedad que desde hace siglo ha plasmado la fe con devociones simples, pero muy significativas. Pensemos en cuan intensa es, en algunos de estos lugares, la oración a Cristo Crucificado, o el Rosario, o el Vía Crucis…”.
“Sería un error considerar que quien va en peregrinación vive una espiritualidad que no es personal sino “de masas”. En realidad, el peregrino lleva consigo la propia historia, su propia fe, las luces y sombras de la propia vida. Cada uno lleva en el corazón un deseo especial y una oración particular. Quien entra en el santuario siente inmediatamente que se encuentra en casa, acogido, y sostenido. Me gusta mucho la figura bíblica de Ana, la madre del profeta Samuel. Ella, en el templo de Silo, con el corazón hinchado de tristeza, rezaba al Señor para tener un hijo. El sacerdote Elí, en cambio, pensaba que estaba ebria y quería expulsarla fuera del templo (cfr 1 Sam 1,12-14). Anna representa bien a tantas personas que pueden ser encontradas en nuestros santuarios, Los ojos fijos en el Crucifijo o en la imagen de la Virgen, una oración hecha con lágrimas en los ojos, llena de fe. El santuario es realmente un espacio privilegiado para encontrar al Señor y tocar con la mano su misericordia. Confesar en un santuario es una experiencia en la cual se toca con la mano la misericordia de Dios”.
“Y por eso, la palabra clave, que deseo subrayar hoy junto a ustedes, es acogimiento. Con el acogimiento, por así decirlo, ‘nos jugamos todo’. ¡Un acogimiento afectuoso, festivo, cordial, y paciente! Los Evangelios nos presentan a Jesús siempre acogedor hacia quienes se acercan a Él, especialmente hacia los enfermos, los pecadores, los marginados. Y recordemos esa expresión suya: «Quien a ustedes recibe, a mí me recibe, y quien me recibe, recibe a Aquél que me ha enviado» (Mt 10,40). Jesús habló del acogimiento, pero sobre todo lo práctico. Cuando nos es dicho que los pecadores –por ejemplo, Mateo, o Zaqueo- recibían a Jesús en su casa y en su mesa, es ante todo, porque ellos se habían sentido acogidos por Jesús, y esto había cambiado su vida. Es interesante el hecho de que el libro de los Hechos de los Apóstoles se concluya con la escena de san Pablo que, aquí, en Roma, «recibía a todos cuantos venían a él » (Hch. 28,30). En su casa, donde vivía como prisionero, era el lugar donde anunciaba el Evangelio. El acogimiento es verdaderamente determinante para la evangelización. A veces, basta simplemente una palabra, una sonrisa, para hacer sentir a una persona acogida y bienvenida”.
“El peregrino que llega al santuario a menudo está cansado, hambriento, sediento… Y tantas veces esta condición física refleja también la condición interior. Por eso, esta persona necesita ser recibida bien, tanto en el plano material como en el espiritual. Es importante que el peregrino que atraviesa el umbral del santuario se sienta tratado más como un familiar que como un huésped. Debe sentir que está en su casa, esperado, amado y mirado con ojos de misericordia. Quienquiera que sea -joven o anciano, rico o pobre, enfermo o atribulado, o bien, turista curioso- que pueda encontrar el acogimiento debido, porque en cada uno hay un corazón que busca a Dios, a veces sin darse cuenta de ello completamente. Hagamos de modo tal que cada peregrino tenga la alegría de sentirse finalmente comprendido y amado. De esta manera, al regresar a casa sentirá nostalgia por cuanto ha experimentado, y tendrá el deseo de regresar, pero sobre todo, querrá continuar el camino de fe en su vida de todos los días”.
“Un acogimiento absolutamente particular es el que ofrecen los ministros del perdón de Dios. El santuario es la casa del perdón, donde cada uno se encuentra con la ternura del Padre que tiene misericordia de todos, sin excluir a nadie. Quien se acerca al confesionario lo hace porque está arrepentido del propio pecado. Percibe claramente que Dios no lo condena, sino que lo acoge y lo abraza, como el padre del hijo pródigo, para restituirle la dignidad filial (cfr Lc 15,20-24). Los sacerdotes que desarrollan el ministerio en los santuarios deben tener el corazón empapado en misericordia; su actitud debe ser la de un padre”.
28/01/2020 12:30