Papa: que el mensaje de la religiones sea que la misericordia jamás es una justificación para la violencia
Al recibir a los representantes de diversas religiones, Francisco subraya que la misericordia es un tema común a muchos credos. Tener un corazón abierto y compasivo hacia quien atraviesa necesidades, hacia quien nos ha ofendido y también para con la naturaleza. “Deben ser condenadas de un modo claro” aquellas actitudes que, justificando la violencia, “profanan el nombre de Dios”.
Ciudad del Vaticano (AsiaNews) –Que no se escuche más usar el nombre de Dios para justificar la violencia, el terrorismo y la destrucción. Las religiones deben transmitir el mensaje de la misericordia, “eco de la voz divina, que habla a la conciencia de cada uno” para invitar a tener un corazón abierto y compasivo hacia quien atraviesa necesidades, hacia quien nos ha ofendido y también para con la naturaleza. La misericordia, tema común a muchas religiones y central en el cristianismo, fue el tema sobre el cual el Papa habló esta mañana a los representantes de diversas religiones, que fueron recibidos en la Sala Clementina, en el Vaticano.
La misericordia, considerada “el arquitrabe que rige la vida de la Iglesia”, es un estilo de vida al cual “también son llamadas las religiones para ser, particularmente en nuestro tiempo, mensajeras de paz y artífices de comunión; para proclamar -en contraposición a quien alimenta los enfrentamientos, las divisiones y la cerrazón- que hoy es tiempo de fraternidad”. “Por lo tanto, es importante buscar el encuentro entre nosotros, un encuentro que, sin sincretismos conciliadores”, nos “vuelva más abiertos al diálogo”, “elimine toda forma de cerrazón y de desprecio, y expulse toda forma de violencia y de discriminación”. Ello es agradable a Dios y es una tarea urgente, en respuesta no sólo a las necesidades de hoy, sino sobre todo al reclamo al amor, alma de toda expresión religiosa auténtica”.
El tema de la misericordia, de hecho, “es familiar a muchas tradiciones religiosas y culturales, donde la compasión y la no-violencia son esenciales e indican el camino de la vida”. “Inclinarse con ternura compasiva hacia la humanidad débil y necesitada pertenece a un ánimo verdaderamente religioso, que rechaza la tentación de prevaricar con la fuerza, que se niega a comerciar con la vida humana y que ve en los otros a hermanos, jamás números. Acercarse a cuantos viven situaciones que requieren de un mayor cuidado, como la enfermedad, la discapacidad, la pobreza, la injusticia, las consecuencias de conflictos y de las migraciones, es una llamada que viene del corazón de toda tradición auténticamente religiosa”.
Sin embargo, el hombre a veces “se aleja del corazón”, “toma distancia de Dios, del prójimo y también de la memoria del pasado, y, así, repite, incluso de la forma más brutal, los trágicos errores cometidos en otros tiempos. Es el drama del mal, de los abismos oscuros en los cuales nuestra libertad puede sumergirse, tentada por el mal, que siempre está agazapado en silencio para asestarnos un golpe y provocar que nos hundamos. Pero es precisamente aquí, frente al gran enigma del mal sobre el cual se interroga toda experiencia religiosa, que reside el aspecto más sorprendente del amor misericordioso. Éste no deja al hombre a merced del mal o de sí mismo; no se olvida de él, sino que se acuerda de él, y se inclina hacia cada miseria para volver a alzarlo. Tal como hace una madre, que frente al peor mal cometido por el hijo, reconoce siempre, más allá del pecado, el rostro que ha llevado en su vientre. De un modo agitado y con poca memoria, que va corriendo, dejando atrás a muchos y sin darnos cuenta de que estamos quedándonos sin aliento y sin meta, tenemos hoy necesidad, como del oxígeno, de este amor gratuito que renueva la vida”.
“Esto es tanto más importante, frente al miedo, tan difundido hoy, de que no es posible ser perdonados, rehabilitados y rescatados de la propia fragilidad. Para los católicos, uno de los ritos más significativos del Año jubilar es el de atravesar con humildad y confianza una puerta –la puerta santa- para ser plenamente reconciliados por la misericordia divina, que perdona nuestras deudas. Pero ello requiere que también nosotros perdonemos a nuestros deudores (cfr Mt 6,12), los hermanos y las hermanas que nos han ofendido; se recibe el perdón de Dios para compartirlo con los demás. El perdón es ciertamente el mayor regalo que podemos dar a los otros, porque es lo que cuesta más, pero al mismo tiempo es lo que nos vuelve más semejantes a Dios. La misericordia se extiende también al mundo que nos rodea, a nuestra casa común, que estamos llamados a custodiar y a preservar del consumo desenfrenado y voraz. Se requiere un compromiso nuestro para educar en la sobriedad y en el respeto, en un modo de vivir más simple y ordenado, donde se utilicen los recursos de la creación con sabiduría y moderación, pensando en la humanidad entera y en las generaciones futuras, y no sólo en los intereses del grupo propio y en las ventajas para la época de uno”.
Pensar en el bien común “debe ser nuestra vía maestra; deben ser rechazados los caminos de la contraposición y la cerrazón, carentes de meta. Que no vuelva a ocurrir que las religiones, a causa del comportamiento de algunos de sus seguidores, transmitan un mensaje distorsionado, disonante, de lo que es la misericordia. Lamentablemente, no pasa un día sin que se oiga hablar de violencia, conflictos, secuestros, ataques terroristas, víctimas y destrucciones. Y es terrible que para justificar semejantes barbaries a veces se invoque el nombre de una religión o de Dios mismo. Han de ser condenados de un modo claro estas actitudes inicuas, que profanan el nombre de Dios y contaminan la búsqueda religiosa del hombre. En cambio, deben ser favorecidos, por doquier, el encuentro pacífico entre los creyentes y una verdadera libertad religiosa. En esto, nuestra responsabilidad frente a Dios, a la humanidad y al porvenir, es grande, y requiere de todos los esfuerzos, sin ninguna pretensión. Es una llamada que nos involucra, un camino a ser recorrido juntos por el bien de todos, con esperanza. Las religiones han de ser lugares donde se geste la vida, que lleven la ternura misericordiosa de Dios a la humanidad herida y necesitada; que sean puertas de esperanza, que ayuden a atravesar los muros que han sido levantados por el orgullo y por el miedo”.
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