Papa: la soberbia es el más grave pecado ‘sutil’, anidado en el corazón
“El cristiano que reza pide ante todo a Dios que sean perdonadas sus deudas. Esta es la primera verdad de cada oración: aunque fuésemos personas perfectas, fuésemos también santos cristalinos que no se desvían jamás de un vida de bien, somos siempre hijos que al Padre debemos todo”.
Ciudad del Vaticano (AsiaNews)- La soberbia, el orgullo es el más grave de los “pecados sutiles, que se anidan en el corazón sin que ni siquiera nos demos cuenta”, aquel “de quien se pone delante de Dios pensando que tiene las cuentas en orden con Él”, olvidando que en la vida “somos ante todo deudores”. Es el sentido de la frase del Padre Nuestro “perdona a nosotros nuestras deudas” ilustrada por el Papa Francisco en la catequesis de la audiencia general de hoy.
A las 20 mil personas presentes en la plaza de S. Pedro, no obstante la jornada lluviosa, Francisco - que saludó con un “buen día, la jornada no es tan linda, pero buen día lo mismo”- dijo que “después de haber pedido a Dios el pan de cada día, la oración del ‘Padre Nuestro’ entra en el campo de nuestras relaciones con los otros. Jesús nos enseña a pedir al Padre: “perdona a nosotros nuestras deudas, como nosotros perdonamos a nuestros deudores” (Mt 6,12). Como necesitamos del pan, así tenemos necesidad del perdón. Cada día”.
“El cristiano que reza pide ante todo a Dios que le sean perdonados sus deudas.Esta es la primera verdad de cada oración: aunque fuésemos también personas perfectas, fuésemos también santos cristalinos que no se desvían jamás de una vida de bien, seguimos siendo hijos que al Padre debemos todo. La actitud más peligrosa de toda vida cristiana es el orgullo. Es la actitud de quien se pone delante de Dios pensando tener siempre en orden sus cuentas con Él. El orgullosos cree tener todo en orden. Como el fariseo de la parábola que en el templo piensa que reza pero en realidad se alaba a sí mismo delante de Dios. Gracias Señor porque no soy como los otros”. “Al contrario el publicano, un pecador despreciado por todos, se detiene en el umbral del templo, porque no se siente digno de entrar y se confía en la misericordia de Dios. Y Jesús comenta: “Éstos a diferencia del otro volvió a su casa justificado” (Lc 18,14), o sea perdonado, salvado. Porque no era orgulloso, reconocía sus límites”
“Hay pecados que se ven y pecados escondidos, pues hay pecados llamativos que hacen ruido, pero también hay pecados sutiles que se anidan en el corazón sin que nosotros nos demos cuenta. El peor de estos es la soberbia, el orgullo, la soberbia, más o menos lo mismo, que también puede contagiar a las personas que viven una intensa vida religiosa. Es el pecado que divide la fraternidad, el pecado nos hace presumir de ser mejores que otros, el pecado nos hace creer que somos como Dios. En cambio ante Dios todos somos pecadores, y tenemos razones para golpearnos el pecho, todos como aquel publicano en el templo.
“Somos deudores ante todo porque en esta vida hemos recibido mucho: la existencia, un padre, una madre, la amistad, las maravillas de lo creado… Aunque, si a todos nos sucede que tenemos que atravesar días difíciles, debemos siempre recordarnos que la vida es una gracia, es el milagro que Dios nos trajo de la nada. En segundo lugar somos deudores porque, aunque si logramos amar, ninguno de nosotros es capaz de hacerlo con sus propias fuerzas. Hay un ‘“myterium lunae”. Es, explicó Francisco, como para la luna, que brilla de luz reflejada. Y “no sólo en la identidad de la Iglesia, sino también el la historia de cada uno de nosotros. Si amas es porque alguien, fuera de tí, te sonrió cuando eras un niños, enseñándote a responder con una sonrisa. Si amas es porque alguno junto a tí te despertó al amor, haciéndote comprender cómo en eso reside el sentido de la existencia”
“Probemos escuchar la historia de alguien que ha cometido un error”, como la de un preso, un condenado o un drogadicto. Sin perjuicio de la responsabilidad, que es siempre personal, te preguntas a veces quién debe ser culpado de sus errores, si sólo su conciencia, o la historia de odio y abandono que alguien lleva consigo. Ese es pues, “mysterium lunae”-el misterio de la luna”: amamos ante todo porque hemos sido amados, perdonamos porque hemos sido perdonados. Y si alguien no ha sido iluminado por la luz del sol, se vuelve tan frío como el terreno en invierno. ¿Cómo no reconocer, en la cadena de amor que nos precede, también la presencia providencial del amor de Dios? Ninguno de nosotros ama a Dios cuánto Él nos amó. Basta ponerse delante de un crucifijo para darse cuenta de la desproporción: Él nos ha amado y siempre nos ama antes. Recemos entonces: Seños, también el más santo en medio de nosotros no deja de ser un deudor. ¡Oh Padre, “¡Ten piedad de todos nosotros!”.
“Aprendamos - agregó en el saludo a los fieles árabes- que el perdón de Dios está relacionado con el perdón que nosotros ofrecemos a nuestros hermanos. Cristo dice: ‘perdona y serás perdonado… porque con la medida con las cual mides serás medido".(Lc 6,37-38)”.
23/12/2015
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