Papa: la Iglesia “necesita” el Jubileo de la Misericordia, que es “aquello que a Dios le gusta más”
Ciudad del Vaticano (AsiaNews) – La Iglesia “necesita” de este momento extraordinario que es el Año Santo de la Misericordia, porque “solamente resplandece una Iglesia misericordiosa. Si olvidáramos, tan sólo por un momento, que la misericordia es “aquello que a Dios le gusta más”, cada esfuerzo nuestro sería en vano, porque nos convertiríamos en esclavos de nuestras instituciones y de nuestras estructuras, por más renovadas que puedan ser, pero siempre seríamos esclavos”.
Aclarar el por qué de un Jubileo de la Misericordia fue el centro de la catequesis del Papa durante la audiencia general llevada a cabo al día siguiente de la apertura de la Puerta Santa. Ante las 20.000 personas presentes en plaza San Pedro, en medio de las cuales, como es habitual, paseó durante un largo tiempo en su jeep blanco, el Papa Francisco dijo que “el objetivo que la Iglesia se propone en este Año Santo” es “sentir fuertemente, en nosotros, la alegría de haber sido reencontrados por Jesús, que como Buen Pastor, ha venido a buscarnos, porque estábamos perdidos”. Y elegir “aquello que a Dios le gusta más: perdonar a sus hijos, tener misericordia de ellos”.
“En nuestra época de profundos cambios– fueron las palabras de Francisco - , la Iglesia está llamada a ofrecer su contribución peculiar, haciendo visibles los signos de la presencia y de la cercanía de Dios. Y el Jubileo es un tiempo favorable para todos nosotros, para que contemplando la Divina Misericordia, que supera cada límite humano y resplandece sobre la obscuridad del pecado, podamos transformarnos en testigos más convencidos y eficaces. Dirigir la mirada a Dios, Padre misericordioso, y a los hermanos necesitados de misericordia, significa poner la atención sobre el contenido esencial del Evangelio: Jesús, la Misericordia hecha carne, que hace visible a nuestros ojos el gran misterio del Amor trinitario de Dios. Celebrar un Jubileo de la Misericordia equivale a poner nuevamente en el centro de nuestra vida personal y de nuestras comunidades lo que es específico de la fe cristiana, es decir, Jesucristo, Dios misericordioso.”.
“Un Año Santo, por lo tanto, para vivir la misericordia. Si, queridos hermanos y hermanas, este Año Santo nos es ofrecido para experimentar en nuestra vida el toque dulce y suave del perdón de Dios, su presencia al lado de nosotros y su cercanía, sobre todo, en los momentos de mayor necesidad. Este Jubileo, en resumen, es un momento privilegiado para que la Iglesia aprenda a elegir únicamente “aquello que a Dios le gusta más”. Y, ¿qué es lo que “a Dios le gusta más”? Perdonar a sus hijos, tener misericordia de ellos, de modo que también ellos puedan, a su vez, perdonar a los hermanos, resplandeciendo como antorchas de la misericordia de Dios en el mundo. Esto es lo que a Dios le gusta más. San Ambrosio, en un libro de teología que escribió sobre Adán, toma la historia de la Creación del mundo y dice que Dios, cada día, después de haber creado la luna, el sol o los animales, el libro, la Biblia, dice “y Dios dijo que esto era bueno”. Pero cuando creó al hombre y a la mujer la Biblia dice “Dios dijo que esto era muy bueno” y San Ambrosio se pregunta por qué dice “muy bueno”, ¿por qué -dice- está tan contento Dios después de la creación del hombre y de la mujer? Porque finalmente tenía a quien perdonar. ¡Es bello, eh!. La alegría de Dios es perdonar, el ser de Dios es misericordia, por eso, este año debemos abrir el corazón, para que este amor, esta alegría de Dios nos colme, nos llene a todos nosotros de esta misericordia. El Jubileo será un “tiempo favorable” para la Iglesia si aprendemos a elegir “lo que a Dios más le gusta”, sin ceder a la tentación de pensar que hay algo más importante o prioritario. Nada es más importante que elegir “aquello que a Dios le gusta más”, ¡su misericordia, su amor, su ternura, su abrazo, sus caricias!”.
“También la necesaria obra de renovación de las instituciones y de las estructuras de la Iglesia es un medio que debe conducirnos a hacer la experiencia viva y vivificante de la misericordia de Dios dado que, sólo ella puede garantizar a la Iglesia que sea aquella ciudad puesta sobre un monte que no puede permanecer escondida (cfr Mt 5,14). Solamente resplandece una Iglesia que es misericordiosa. Si olvidáramos, tan sólo por un momento, que la misericordia es “aquello que a Dios le gusta más”, cada esfuerzo nuestro sería en vano, porque nos convertiríamos en esclavos de nuestras instituciones y de nuestras estructuras, por más renovadas que puedan ser, pero siempre seríamos esclavos. «Sentir fuerte en nosotros la alegría de haber sido reencontrados por Jesús, que como Buen Pastor ha venido a buscarnos porque estábamos perdidos» (Homilía en las Primeras vísperas del domingo de la Divina Misericordia, 11 abril 2015): este es el objetivo que la Iglesia se propone en este Año Santo. Así reforzaremos en nosotros la certeza de que la misericordia puede contribuir realmente a la edificación de un mundo más humano. Especialmente en estos nuestros tiempos, en que el perdón es un huésped raro en los ámbitos de la vida humana, el reclamo a la misericordia se hace más urgente, y esto en cada lugar: en la sociedad, en las instituciones, en el trabajo y también en la familia”.
“Cierto, alguno podría objetar: “Pero, Padre, la Iglesia, en este Año, ¿no debería hacer algo más? Es justo contemplar la misericordia de Dios, pero ¡hay muchas necesidades urgentes!”. Es verdad, hay mucho por hacer, y yo en primer lugar no me canso de recordarlo. Pero es necesario tener en cuenta que, en la raíz del olvido de la misericordia, está siempre el amor proprio. En el mundo, esto toma la forma de la búsqueda exclusiva de los intereses propios, de placeres, de honores unidos al querer acumular riquezas, mientras que en la vida de los cristianos se disfraza a menudo de hipocresía y de mundanidad. Todas estas cosas son contrarias a la misericordia. Los lemas del amor propio -que hacen que la misericordia se vuelva extranjera en el mundo- son tantos y numerosos, que frecuentemente no estamos ni siquiera en grado de reconocerlos como límites y como pecado. He aquí por qué es necesario reconocer el hecho de ser pecadores, para reforzar en nosotros la certeza de la misericordia divina. “Señor, yo soy un pecador, Señor soy una pecadora, ven con tu misericordia” y esta es una oración bellísima. ¡Es fácil, eh! Es una oración fácil para decirla todos los días, todos los días: “Señor yo soy un pecador, Señor yo soy una pecadora, ven con tu misericordia”.
“Queridos hermanos y hermanas, deseo que en este Año Santo, cada uno de nosotros tenga experiencia de la misericordia de Dios, para ser testigos de “aquello que a Dios le gusta más”. ¿Es de ingenuos creer que esto pueda cambiar el mundo? Si, humanamente hablando es de locos, pero esto es «porque la locura de Dios es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad de Dios es más fuerte que la fortaleza de los hombres» (1 Cor 1,25). Gracias.”.
23/12/2015
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