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VATICANO
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Papa: el 7 de octubre jornada de oración y ayuno por la paz

En la misa de esta mañana en la Plaza de San Pedro, que abrió la segunda sesión del Sínodo, el Papa Francisco invitó a los fieles de todo el mundo. El domingo 6 se rezará el Rosario en Santa Maria Maggiore para pedir a la Virgen el don de la paz. Anoche en San Pedro se llevó a cabo la celebración penitencial: "No nos preguntemos: '¿dónde estás, Señor?' sino: '¿qué responsabilidad tenemos nosotros por no detener el mal?'".

 

Ciudad del Vaticano (AsiaNews)- El domingo 6 de octubre rezará el rosario junto con los miembros de la Asamblea sinodal en la basílica de Santa María la Mayor de Roma “para pedir a María Santísima el don de la paz”. Y el lunes 7 de octubre - recogiendo la invitación que hizo en los últimos días el Patriarca Latino de Jerusalén, Card. Pierbattista Pizzaballa - convocó a una jornada de ayuno y oración por la paz en el mundo. Estos son los dos gestos que, ante las nuevas y dramáticas noticias que llegan en estas horas de Oriente Medio, el Papa Francisco propuso esta mañana  a toda la Iglesia durante la ceremonia de apertura de la Segunda Sesión del Sínodo, que reúne a 368 obispos y representantes del pueblo de Dios venidos de todo el mundo para continuar la reflexión que comenzó hace tres años sobre el tema "Por una Iglesia sinodal: comunión, participación, misión".

“Reemprendamos este camino eclesial con la mirada puesta en el mundo – dijo el pontífice cuando anunció los dos gestos al final de la homilía de la misa, concelebrada en el atrio de la basílica vaticana – porque la comunidad cristiana está siempre al servicio de la humanidad, para anunciar a todos la alegría del Evangelio. Hoy es más necesario que nunca, especialmente en esta hora dramática de nuestra historia, mientras los vientos de la guerra y los fuegos de la violencia siguen devastando pueblos y naciones enteras".

En la homilía, el pontífice -  siguiendo el ejemplo de los ángeles custodios, cuya fiesta litúrgica se celebra hoy - invitó a la Asamblea a pedir al Señor "vivir los días que nos esperan en el signo de la escucha, la custodia recíproca y la humildad". “Cuidemos de no convertir nuestras aportaciones en puntos que defender o agendas que imponer - explicó - sino ofrezcámoslas como dones para compartir, dispuestos incluso a sacrificar lo que es particular, si ello puede servir para hacer, juntos, que surja algo nuevo según el plan de Dios. De lo contrario, acabaremos encerrándonos en conversaciones de sordos, donde cada uno trata de “llevar agua a su molino” sin escuchar a los demás y, sobre todo, sin escuchar la voz del Señor”.

"Recordemos - añadió - que en el desierto no se bromea; si uno no presta atención al guía, presumiendo de autosuficiencia, puede morir de hambre y de sed, arrastrando consigo a los demás. Escuchemos, pues, la voz de Dios y de su ángel, si de verdad queremos continuar nuestro camino con seguridad, más allá de los límites y las dificultades".

Pero la verdadera escucha requiere también la capacidad de cuidarnos unos a otros: al respecto el Papa citó la imagen de las alas, capaces de "levantar un cuerpo del suelo" con intuiciones fuertes e ingeniosas, pero también de "plegarse" para ofrecer otros un refugio acogedor. “Todos aquí - comentó - se sentirán libres de expresarse tanto más espontánea y libremente cuanto más perciban a su alrededor la presencia de amigos que los quieren y respetan, los aprecian y desean escuchar lo que tienen que decir. Y para nosotros ésta no es sólo una técnica para “facilitar” el diálogo o una dinámica de comunicación de grupo, porque abrazar, proteger y cuidar, en efecto, forma parte de la naturaleza misma de la Iglesia".

Por último, la humildad: “El Sínodo, dada su importancia, en cierto sentido nos pide ser “grandes” ―de mente, de corazón, de mirada―, porque las cuestiones a tratar son “grandes” y delicadas, y los escenarios en que se sitúan son amplios, universales. Pero precisamente por eso no podemos permitirnos apartar la mirada del niño, a quien Jesús sigue colocando en el centro de nuestras reuniones y mesas de trabajo, para recordarnos que la única manera de estar “a la altura” de la tarea que se nos ha confiado es abajándonos, haciéndonos pequeños y acogiéndonos recíprocamente, con humildad, como tales".

Ayer por la tarde el comienzo del Sínodo estuvo precedido por una vigilia penitencial en la basílica vaticana durante la cual algunos cardenales leyeron los pedidos de perdón en nombre de la Iglesia escritos por el Papa Francisco, después de escuchar tres testimonios de otras tantas víctimas de pecados graves que hoy involucran a la comunidad cristiana y a la sociedad: los abusos a menores cometidos por miembros del clero, a los que dio voz Laurence, un hombre de Ciudad del Cabo que hoy es cantante lírico y sufrió este ultraje cuando tenía once años; el sufrimiento que padecen las mujeres inmigrantes, a las que dieron voz Sara y Solange, una operadora de Migrantes en Toscana y una mujer de Costa de Marfil que llegó a Italia hace pocos meses en una barcaza; las heridas de la violencia de las guerras, relatadas por la hermana Deema Fayyad, siria, miembro de la comunidad monástica de Deir Mar Musa fundada por el sacerdote jesuita Paolo Dall'Oglio, que fue secuestrado y desapareció hace once años precisamente a causa de la guerra.

“Frente al mal y al sufrimiento inocente - comentó Francisco - preguntamos: ¿dónde estás, Señor? Pero debemos hacernos la pregunta a nosotros mismos, e interrogarnos sobre la responsabilidad que tenemos cuando no somos capaces de detener el mal con el bien. No podemos pretender resolver los conflictos alimentando una violencia cada vez más brutal, ni redimirnos provocando dolor, ni salvarnos con la muerte de otros. ¿Cómo podemos buscar una felicidad pagada al precio de la infelicidad de nuestros hermanos y hermanas?". “Esto - añadió - es para todos: laicos, consagrados y consagradas, ¡para todos! En vísperas del comienzo de la Asamblea del Sínodo, la confesión es una oportunidad para restablecer la confianza en la Iglesia y con respecto a ella, confianza rota por nuestros errores y pecados, y para comenzar a sanar las heridas que no dejan de sangrar, rompiendo el cadenas de la maldad".

 

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